Amadou* respira profundamente, aclara su garganta y se dirige al frente de la habitación. Entonces se vuelve para observar varios rostros conocidos en Camp Penal, la prisión de máxima seguridad de la capital senegalesa.
Este es el último de un grupo de 150 reclusos con los que Amadou estuvo hablando hoy. Está cansado, pero sigue concentrado.
"Yo conozco sus realidades", empieza, en su idioma nativo wolof.
"Dormí en los mismos colchones que ustedes, comí la misma comida y me duché en los mismos baños. Hoy estoy aquí para hablarles sobre el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida): qué es, cómo se contrae y cómo se previene", dice.
Los prisioneros lo escuchan con atención. Para la mayoría de ellos, Amadou no es un extraño. Hace menos de tres años estuvo aquí, viviendo entre los alrededor de 800 presos, cumpliendo una condena de dos meses.
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A Amadou lo arrestaron en diciembre de 2008, junto con otros ocho hombres, por presuntamente "participar en actos homosexuales", un delito serio en este país de mayoría musulmana. Lo sentenciaron a ocho años en prisión, pero luego el caso fue sobreseído cuando intervinieron organizaciones internacionales de asistencia.
Actualmente Amadou continúa trabajando como activista gay contra el sida, ayudando a promover estrategias de reducción de daños en todo el país.
Senegal tiene una de las prevalencias más bajas de VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida) en África subsahariana, de menos de uno por ciento. Pero el grupo más vulnerable es el de los hombres que tienen sexo con otros hombres. De ellos, casi 22 por ciento son VIH positivos.
Las prisiones son entornos de alto riesgo para la transmisión de la enfermedad, debido a la prevalencia de drogas duras, violencia y relaciones sexuales sin protección. Allí no hay análisis obligatorios, y para los prisioneros que, a sabiendas o no, viven con VIH, las tensiones de vivir en la cárcel lo que incluye hacinamiento, condiciones insalubres y mala nutrición- significan que su salud se vea aun más comprometida.
Cyrille* es un recluso VIH positivo de Camerún, que cumple una sentencia de dos años en Camp Penal por robo. Supo que había contraido la enfermedad hace seis años, cuando lo hospitalizaron por un coágulo en su pierna.
Todos los meses va al Centro de Tratamiento Ambulatorio en Dakar para recibir tratamiento antirretroviral, que es financiado por el gobierno senegalés. Dice estar muy preocupado por su salud, porque sabe de tres pacientes con sida que ya murieron, y su propio médico le dice que necesita mejorar su dieta.
Según Alassane Balde, jefe del personal médico en Camp Penal, todo lo que los reclusos reciben es tres comidas al día, pero muchos prefieren comer alimentos que les llevan sus familiares. Sin embargo, los extranjeros que están aquí sin sus familias, como Cyrille, no pueden darse este lujo y terminan llevando una dieta invariada de pan, manteca, arroz y pescado, con pocas frutas y verduras o productos lácteos.
Cuando se le pregunta sobre la implementación de estrategias de reducción de daños en la prisión, o bien mediante un programa de intercambio de jeringas o bien de la distribución de condones, Balde se muestra rotundamente en contra. Él dice que los reclusos no tienen problemas con drogas duras, y que un programa de entrega de preservativos simplemente no sería tolerado.
"Nuestra religión no permite esto. Somos musulmanes, y como tales no nos gusta ver eso. No hay tolerancia hacia este tipo de conducta. Es un tema tabú, y ni siquiera hablamos sobre él", sostiene Balde.
Pero Amadou destaca que esta es una presunción peligrosa, porque el sexo entre hombres es una realidad en la cárcel, aunque se continúe haciendo la vista gorda.
"Lo admitan o no, todos saben que hay relaciones sexuales entre hombres en las prisiones", explica Amadou luego de la conferencia, desde su hogar en Dakar.
Desde su arresto, que fue atentamente seguido por los medios de comunicación, Amadou y su compañero, Cheikh*, se vieron obligados a mudarse más de siete veces, luego de que señores de la tierra descubrieron sus identidades.
Brendan Hanlon es el director ejecutivo de Avert, una organización de lucha contra el sida con sede en Gran Bretaña. Según él, hay pocas dudas de que la prevalencia del VIH es mayor entre los presos que entre el resto de la población.
"Hay una carencia de programas de prevención del VIH, porque las autoridades temen que distribuir condones o jeringas aliente el uso de drogas o la actividad sexual. Pero la verdad es que la gente hará estas cosas de todos modos", sostiene Hanlon.
Un estudio en el que participaron 500 reclusos de una prisión de Costa de Marfil concluyó que la prevalencia de VIH era de 28 por ciento, es decir, el doble de la que registra la población en general, señala.
Y en Sudáfrica, el país con mayor cantidad de personas viviendo con VIH -5,6 millones-, entre 40 y 45 por ciento de los prisioneros son VIH positivos. Aunque no hay estadísticas disponibles para las cárceles de Senegal, Hanlon cree que allí la proporción también es mayor.
Después de que Amadou termina su conferencia en la prisión, pregunta si alguien tiene consultas. Pocos segundos más tarde, varias manos se alzan. Todos quieren saber si pueden contraer sida compartiendo un té, o en la barbería, o si pueden transmitirle el virus a su bebé, y hasta cómo saber si están enfermos.
"¿Puedo realizarme un análisis ahora mismo?", pregunta abiertamente uno de los reclusos más jóvenes. Otros asienten. Amadou se ve satisfecho.
"Si los hombres que tienen sexo con hombres promueven estos tipos de actividades preventivas para la salud de toda la comunidad, deben ser alentados", dice.
"Este trabajo no es para nosotros mismos, sino para todos. Pero ¿cuánta gente se atreve a enviar ese mensaje? Porque esto es lo que realmente necesitamos", agrega.
Se prevé que en los próximos meses empiece un programa de análisis voluntarios a gran escala en la prisión. Mientras, Amadou y su organización continuarán divulgando sus conocimientos en otras cárceles de todo el país.
* Nombre ficticio. Publicado mediante un acuerdo con Street News Service.