Las reformas impulsadas en Hungría por el partido conservador Fidesz despiertan temores de que los días de esta democracia liberal estén contados. Pero, mientras los partidos opositores pierden fuerza, la sociedad civil sale a las calles.
Este país de 10 millones de habitantes, que ingresó a la Unión Europea (UE) en 2004, va camino a convertirse en una autocracia debido a la incesante ola de iniciativas legislativas del partido liderado por el primer ministro Viktor Orban, alertan críticos.
Los pilares de la democracia húngara se han visto sacudidos por una nueva Constitución y 359 leyes que aprobó el Fidesz desde que hace un año y medio llegó al poder con una mayoría especial.
La nueva Constitución, que hace menciones a Dios y al derecho a la vida, entró en vigor el 2 de este mes en medio de un descontento generalizado en Budapest. La carta magna, entre otras cosas, establece un impuesto fijo con efectos regresivos que serán muy difíciles de modificar en el futuro, mientras que las nuevas leyes amenazan la independencia del sistema judicial, de los medios y de las instituciones financieras.
En tanto, las comunidades húngaras en el extranjero, que en su mayoría apoyan al Fidesz, han recibido el derecho a voto, una medida que promete perpetuar el control del partido.
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Los legisladores opositores se sienten impotentes, y han sido aislados en todas las iniciativas legislativas. Algunos han llegado a reconocer que la oposición parlamentaria ya no es útil.
Todo esto ocurre mientras la población sigue mirando con despecho al sistema político. La desilusión popular data del último gobierno socialista, entre 2006 y 2010, cuando a los húngaros no se les dijo la verdad sobre el estado de la economía y luego fueron sometidos a severas medidas de austeridad.
Muchos esperaban que el Fidesz ofreciera una alternativa, pero solo ha profundizado el desencanto. Encuestas señalan que más de 60 por ciento de los habitantes de este país están desilusionados con la política y optarían por no votar si las elecciones fueran hoy.
No obstante, cada vez más húngaros, especialmente los más jóvenes, comienzan ver más allá del sistema partidista para mostrar su descontento. Los movimientos de la sociedad civil se reproducen a un ritmo vertiginoso, mientras los sindicatos prometen acciones.
En este otrora país comunista no especialmente famoso por la fortaleza de su sociedad civil, el renovado activismo cívico es una reacción al "retroceso de las instituciones democráticas y del imperio de la ley, algo que no habíamos visto en los últimos 20 años", dijo el analista político Andras Bozoki.
"Hungría era una democracia liberal según todos los índices internacionales. Ahora es considerada una democracia, pero no plenamente desarrollada", dijo a IPS.
Los húngaros tienen incertidumbre luego de que tanto el gobierno como la oposición los decepcionaran. "Es por eso que buscan alternativas en movimientos nuevos", indicó.
El 2 de este mes, decenas de miles de ciudadanos fueron movilizados por grupos cívicos y se reunieron frente al teatro de la Ópera de Budapest para protestar contra la entrada en vigor de la nueva Constitución.
Entre ellos se encontraba Attila Steve Kopias, una de las caras más visibles del nuevo activismo opositor, que lleva adelante protestas originales.
Días atrás, varios activistas fueron arrestados tras haberse vestido de vagabundos y dormir en bancos, con el objetivo de llamar la atención contra las nuevas leyes que condenan la vagancia.
"Todos los caminos de cooperación entre el pueblo y el poder político están bloqueados, así que no tenemos otra alternativa que avanzar hacia el poder", dijo Kopias a IPS.
"La gente ha vivido los últimos 20 años pensando que la política es una tarea reservada para los políticos y que nosotros solo tenemos que votar. Ahora han comenzado a darse cuenta de que si dejamos a los políticos hacer lo que quieran harán lo que quieran", añadió.
Kopias tiene esperanza de que más húngaros acompañen la tendencia hacia la movilización y la participación. "Estoy completamente seguro de que el movimiento crecerá. La gran pregunta es si se detendrá aquí. Una cosa es sacar (del poder) a Orban, pero ¿qué pasará luego? ¿Qué tipo de país queremos?", preguntó.
Sin embargo, gran parte de la población sigue viendo con pasividad el giro de Hungría al conservadurismo, y muestra hostilidad hacia los mismos organismos internacionales y estados que critican el estilo de gobierno de Orban.
Muchos entre ellos votaron a Orban confiando en que su política económica "heterodoxa" y "soberana" los protegería de nuevas reformas dolorosas.
A pesar de que las reformas que amenazan a la democracia se vienen produciendo desde hace meses en Hungría, las críticas directas del presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, y de la secretaria de Estado (canciller) de Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, solo llegaron cuando Orban redujo la independencia del Banco Central este mes.
"Esto da la impresión de que están más preocupados por el Banco Central que por la democracia", dijo Bozoki a IPS.
Por su parte, el filósofo húngaro Tamas Gaspar Miklos opinó en el mismo sentido.
"El pueblo húngaro, tantas veces decepcionado, puede considerar que la causa democrática es nada más que una capa decorativa de las cada vez más duras medidas de austeridad impulsadas por las potencias occidentales, (más) preocupadas por la estabilidad financiera" que por la democracia, escribió en el semanario HVG.
"No nos debe sorprender que los ciudadanos húngaros muestren poco entusiasmo por restaurar la democracia liberal si eso significa caer en la miseria", añadió.