Productores de leche de la región amazónica boliviana de Santa Ana del Yacuma, 891 kilómetros al noreste de La Paz, recuperan la esperanza de proteger su ganado de las feroces inundaciones anuales. La clave está en elevarse sobre las aguas.
Dora Domínguez, presidenta de la Asociación de Productores de Leche Movima, lidera a 36 familias con 1.200 cabezas de ganado que se sumaron a la iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para construir ingeniosos refugios elevados que, además, sirvan como áreas de cultivo de forraje.
Se trata de una loma artificial de hasta tres metros de altura sobre el nivel de estas planicies, construidas bajo la dirección del responsable de gestión de riesgos de la oficina de la FAO en Bolivia, Óscar Mendoza.
Las lomas se convertirán en "islas" cuando las aguas empiecen a bajar en abundancia de las montañas del oeste cada diciembre, y en ellas el ganado se mantendrá con vida, salvando así el sustento de los humildes ganaderos de una región en la que hay también grandes hacendados que poseen desde 2.000 cabezas por familia.
Esos terratenientes tienen capacidad para transportar sus animales a zonas altas, pero los pequeños permanecían hasta ahora expuestos a las aguas y las pérdidas.
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El sector atendido por la iniciativa de la FAO alcanza a 65 por ciento de los proveedores de carne y leche del municipio de Santa Ana del Yacuma, que poseen desde una a 500 vacas y aportan 22 por ciento de la ganadería del nororiental departamento de Beni.
"Antiguamente los habitantes se adaptaban y creaban métodos de contingencia. Por ello se eligió jugar con la variabilidad climática y mitigar los riesgos de la producción agrícola", dice Mendoza a IPS.
La solución técnica llegó casi tres décadas después de la mayor inundación de la que Domínguez y sus asociados guarden memoria.
En 1982, las aguas subieron hasta cuatro metros, y la plaza principal del pueblo de Santa Ana, capital del municipio homónimo y de la beniana provincia de Yacuma, asemejaba un Arca de Noé porque, además de personas, albergó vacas, chivos, cerdos y aves de corral.
"La gente salía gritando a bordo de las canoas desde sus estancias (fincas) en horas de la noche y cuando las aguas los sorprendían", recuerda Domínguez.
Con la imagen de aquellos días en la retina, Domínguez no dudó en adherirse al proyecto y empeñó el respaldo de la organización y hasta su trabajo físico para mover varias toneladas de tierra para erigir la isla artificial, un modelo que la FAO desea expandir a toda la región.
"Cargué tierra en mis hombros", dice sentada sobre la loma mientras contempla los brotes de las pasturas que alimentará el ganado.
Prevenir los riesgos climáticos entraña distintas fases. Un sistema instaurado con apoyo de la FAO respalda el servicio de pronóstico meteorológico localizado en La Paz y anuncia la llegada de caudales de agua desde la zona andina y valluna a las llanuras a través de un sistema de comunicaciones radiales.
Esto entraño instalar una red de alerta temprana, con sensores en puntos de observación en sitios donde es posible medir la crecida de aguas.
Esas alertas sirven para movilizar a las unidades de emergencia de los municipios que, a su vez, ordenan la evacuación de personas y animales. Ahora, además, se aplican estrategias que combinan buenas prácticas y tecnología para enfrentar la variación climática, explica Mendoza.
Pero luego se requiere crear condiciones productivas estables y capaces de enfrentar situaciones de inundación y sequía, que se suceden en esta región.
Una alianza entre el gobierno municipal de Santa Ana, los pequeños productores y la FAO hizo posible esta primera experiencia, dice el titular de la alcaldía, Gustavo Antelo.
Para erigir la loma, el municipio concedió un terreno de 2.000 metros cuadrados, la FAO aportó asistencia técnica y financiamiento, y los beneficiarios multiplicaron energías para mover tierra, construir el centro de almacenaje y un área de atención veterinaria.
Los lecheros Hernán Suárez y Rinelson Arambel creen que las historias dramáticas de la década de 1980 quedaron atrás. "El ganado balaba y moría ahogado. Sentíamos impotencia", dice Suárez.
"Una laguna gigante permaneció por varios meses, y la ayuda llegaba en aviones Hércules a un poblado cercano. La falta de alimentos desató una crisis en la población, y hubo gente que se quedó sin ganado", explica Arambel.
Solo en 1992, la ciudad se protegió con un anillo perimetral elevado, que no salva a la gente que vive en su entorno rural.
Mariano Chávez, otro miembro de la Asociación, describe el temor que se instala en el mes de diciembre, cuando caen sobre Bolivia las lluvias más intensas, pero su inquietud se extingue cuando mira a su hijo José, de 14 años, que participa entusiasta del cultivo de pasturas y confía en la efectividad de la isla.
Suárez aprendió a cultivar pasto y heno y a almacenar el alimento. Ahora dispone de un corral, brete y espacio para la vacunación, inseminación artificial y otras tareas para el cuidado de sus vacas.
Este municipio está casi aislado del resto del país, y sus penurias nacen de su geografía, atravesada por los caudalosos ríos Yacuma, Mamoré y Rapulo, y de la falta de una carretera estable que la conecte con la capital del departamento, Trinidad, distante a 291 kilómetros.
Hasta aquí solo se puede llegar en vehículos terrestres en temporada seca. Durante las crecidas, el único transporte son las avionetas, que cobran unos 57 dólares por persona. "Los pilotos se aprovechan de la gente", se queja Suárez.
Al caer la tarde, el calor sube hasta unos 36 grados centígrados, los mosquitos hacen su aparición, y en el horizonte unas nubes oscuras anuncian el periodo de lluvias.
Cada miembro de la Asociación produce entre 50 y 60 litros de leche por día, cuyo precio por unidad no pasa de medio dólar en el pequeño mercado del pueblo. En épocas de emergencia la producción cae fácilmente a 10 litros, explica Domínguez, que dirige una producción familiar.
La familia de Suárez obtiene ingresos mensuales cercanos a 500 dólares por la venta de leche, insuficiente para cubrir la alimentación del hogar y el cuidado del ganado, afirma.
Chávez pide ayuda para renovar el hato de la raza Nelore por animales Holando, para aumentar la producción de leche, y piensa en un plan de créditos en lugar de una donación. "Que no sea regalado, que se ofrezca una facilidad para pagar con la producción", dice. Una vaca lechera se cotiza entre 600 y 800 dólares en estas zonas.
* Reportaje producido con apoyo de la FAO.