El agua que suministran los glaciares de la cordillera Blanca, vital para una extensa región del noroeste de Perú, está menguando 20 años antes de lo esperado, afirma una nueva investigación.
El flujo de agua del derretimiento de los glaciares de la zona ya llegó a su cota máxima y ahora está en declive, dijo a Tierramérica el glaciólogo Michel Baraer, de la canadiense McGill University. El fenómeno se registra entre 20 y 30 años antes de lo que se preveía.
"Nuestro estudio revela que los glaciares que alimentan la cuenca del río Santa ya son demasiado pequeños para mantener los anteriores flujos hídricos. En la temporada seca habrá hasta 30 por ciento menos agua", señaló Baraer, autor principal del estudio "Glacier Recession and Water Resources in Perus Cordillera Blanca" (Retroceso de glaciares y recursos hídricos en la cordillera Blanca de Perú), publicado el 22 de este mes en la revista británica Journal of Glaciology.
Cuando el tamaño de los glaciares empieza a reducirse, se genera "un aumento transitorio de la escorrentía a medida que pierden masa", afirma la investigación.
"El agua del derretimiento termina llegando a una meseta y a partir de allí se registra una reducción de la descarga procedente del deshielo", explicó Baraer. "La disminución es permanente. No hay vuelta atrás".
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Parte de la gran cadena montañosa americana de los Andes, la cordillera Blanca es una sucesión de picos nevados, emplazada de norte a sur y paralela a la cordillera Negra, situada más al oeste. Entre las dos forman el Callejón de Huaylas, por donde discurre el río Santa, cuyo último tramo, en dirección sudoeste, desemboca en el océano Pacífico.
Los glaciares tropicales andinos están en rápido declive. En los últimos 30 años perdieron entre 30 y 50 por ciento de sus hielos, según el francés Institut de Recherche pour le Développement (IRD, Instituto de Investigación para el Desarrollo).
Buena parte de esa pérdida se registra desde 1976, según el IRD, y es atribuible al aumento de las temperaturas a consecuencia del cambio climático. En Bolivia, el glaciar Chacaltaya desapareció en 2009.
Incluso las zonas más frías de los glaciares andinos están en retroceso. El Centro de Estudios Científicos de Chile informó este mes que el glaciar Jorge Montt, en el vasto Campo de Hielo Sur, se replegó un kilómetro en apenas un año. Según el registro histórico, los glaciares se reducen muy lentamente, a razón de uno o dos kilómetros por siglo.
El deshielo de las masas heladas continentales en distintas partes del mundo es una de las evidencias más firmes de que el cambio climático está en marcha, ha dicho el distinguido glaciólogo Lonnie Thompson, de la Ohio State University.
Thompson advierte que, de no limitarse drásticamente el uso de combustibles fósiles, los impactos pueden llegar más rápidamente e ir más allá de las posibilidades de adaptación de la especie humana.
Las temperaturas más cálidas no solo derriten el hielo, sino que tienen importantes efectos en las nevadas.
A medida que se calientan las estaciones frías y la nieve se vuelve lluvia, el tamaño y extensión de la capa nevada se reduce y el límite de las nieves eternas se halla cada vez más alto montaña arriba, según el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI), con sede en São José dos Campos, Brasil.
Estos cambios tienen efectos notorios en la estacionalidad de la escorrentía, cuando esta procede principalmente del derretimiento de nieves y hielos, acrecentando las corrientes en invierno, mientras en verano los ríos y arroyos tienen menos agua.
En muchos valles de los Andes tropicales y subtropicales, el derretimiento de glaciares en primavera y verano es crucial para los cultivos, el ganado y el consumo humano. Varias ciudades importantes dependen de esas aguas, como La Paz y Lima, cuya demanda supera cada vez más el suministro, según un comunicado divulgado en 2010 por el IAI.
La peruana cordillera Blanca tiene la mayor cantidad de glaciares de todas las cadenas montañosas tropicales del mundo. En la década de 1930, esos hielos cubrían hasta 850 kilómetros cuadrados, y a fines del siglo XX ocupaban una superficie inferior a los 600 kilómetros cuadrados, señalan Baraer y otros ocho investigadores de The Ohio State University, University of California, el IRD y la Unidad de Glaciología y Recursos Hídricos de la Autoridad Nacional del Agua de Perú.
La mayor parte de las aguas del deshielo se vierte en la cuenca del río Santa. Los investigadores compararon mediciones del flujo hídrico tomadas desde los años 50 a los 90 y concluyeron que de las nueve subcuencas del Santa estudiadas, siete "ya pasaron su punto de inflexión y ahora exhiben una decreciente descarga hídrica en la estación seca".
También evaluaron los cambios en las precipitaciones y los efectos de los fenómenos climático-atmosféricos de La Niña y El Niño, y concluyeron que estos no son responsables de la reducción de la escorrentía, dijo Baraer.
Hasta ahora se creía que esta disminución se registraría en 20 o 30 años, dando tiempo para adaptarse a un futuro con menos agua. Pero "esos años no existen", insistió Baraer.
La zona es extremadamente seca, y el Callejón de Huaylas y la provincia agrícola de Carhuaz dependen completamente de la cuenca del Santa para irrigar sus extensos huertos de frutas y verduras, dijo.
El Santa es también la principal fuente de agua potable de las ciudades de la zona, como ocurre con buena parte de los ríos andinos. Es el caso de Lima, la segunda ciudad desértica más poblada del mundo después de El Cairo, que depende de la cuenca andina del río Rímac.
"Los Andes del norte (de Perú) están cerca de convertirse en un desierto. Fue el agua de los glaciares lo que permitió que la población sobreviviera allí", dijo Baraer.
En el pasado verano austral, los investigadores midieron el volumen hídrico del Santa desde su desembocadura en un estuario del Pacífico hasta sus nacientes en las alturas andinas. Concluyeron que menos de 20 por ciento llega actualmente al océano. "Ochenta por ciento del agua del Santa ya se está usando", explicó Baraer.
Algunas proyecciones sostienen que en las próximas décadas varias subcuencas del Santa tendrán 30 por ciento menos agua, lo que entraña un serio desafío para toda la zona.
"La disminución del agua está garantizada; la única pregunta es cuánta se perderá y a qué velocidad", señaló Baraer. En la atmósfera hay tanto dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles que "ya es demasiado tarde para la mayoría de los glaciares andinos", concluyó.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 24 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.