BOLIVIA: Siembras se pliegan al ritmo de la inundación

Las manos de Margarita Amabeja se llenan del dorado de las semillas de arroz y del marrón de la yuca, primeros resultados de una estrategia para ajustar los ciclos agrícolas a las inundaciones y sequías que afectan las extensas llanuras de Beni, en el norte de Bolivia.

Margarita Amabeja enseña las semillas de arroz que se apresta a sembrar y las primeras yucas de la temporada Crédito: Franz Chávez/IPS
Margarita Amabeja enseña las semillas de arroz que se apresta a sembrar y las primeras yucas de la temporada Crédito: Franz Chávez/IPS
Amabeja, una anciana agricultora, viuda y jefa de una familia de cuatro miembros, dirige la producción de una pequeña parcela de maíz, arroz, hortalizas y otros alimentos, y ahora espera serena la llegada de las aguas que caen en días tempestuosos en la occidental cordillera y bajan embravecidas hasta las planicies amazónicas.

De su rostro se ha borrado el miedo a perderlo todo. Como la suya, unas 1.250 familias recibieron asistencia técnica en los municipios de Santa Ana, San Joaquín y San Ramón, todos en Beni.

Una red de información hidrometeorológica, pronósticos y alertas tempranas advierte a los municipios y habitantes sobre eventos como la llegada del torrente, mediante las señales emitidas por sensores satelitales.

Este sistema forma parte del Programa de Rehabilitación y Gestión de Riesgo Agropecuario aplicado por la oficina local de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), financiado desde 2009 hasta mayo de este año por la cooperación italiana.
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El programa también incluye mejoras en la producción de arroz y yuca, un tubérculo característico de esta zona, además de hortalizas y maíz, para enfrentar momentos de escasez.

La estrategia se basa en acortar el ciclo de producción agrícola, como medida de mitigación del riesgo que imponen los fenómenos naturales adversos, dijo a IPS el responsable de Gestión de Riesgos de la oficina local de la FAO, Óscar Mendoza.

Entre diciembre y marzo, las aguas inundan grandes extensiones de la región oriental y casi destruyen todos los cultivos, dañando viviendas e infraestructura social.

La FAO propuso a los agricultores de la zona un calendario agrícola que evitara la pérdida de lo plantado en las inundaciones, reformando los períodos productivos y adoptando variedades de maíz y arroz de ciclo corto. A ello se sumó la construcción de grandes piscinas para conservar el agua que necesitarán cuando llegue la sequía.

Estas ideas fueron recibidas por Amabeja y muchos otros habitantes con expectativa y esperanza, dijo Mendoza. Hay que cultivar y cosechar antes que la "gateadora" (rebalse de las aguas) destruya lo plantado.

En esta llanura amazónica situada 891 kilómetros al noreste de La Paz, la vida se apaga cuando las aguas cubren los campos, sitian ciudades y aldeas, aíslan a sus habitantes e interrumpen la actividad agrícola y ganadera.

Los ríos abandonan sus cursos naturales, se desbordan y cubren la superficie hasta un metro de altura, describió a IPS la jefa de la Unidad de Riesgo y Desastres Naturales del gobierno municipal de Santa Ana del Yacuma, Zamira Cortez, a cuya jurisdicción pertenece la Comunidad San Lorenzo.

Cuando eso sucede, Cortez organiza un refugio en la ciudad de Santa Ana, y dota al recinto de personal médico, alimentación y servicios higiénicos hasta que las aguas cedan y permitan el retorno de las familias a sus hogares.

Su labor no es fácil. Muchas veces sale en bote a buscar personas aisladas y llevarlas a sitio seguro. Cortez lamenta que muchos no acudan al refugio antes de que las condiciones sean adversas.

La yuca, una raíz rica en carbohidratos, perece con la humedad y priva de su principal alimento a unos 23.500 habitantes del municipio formado por 40 comunidades, describió Mendoza.

Cuando las aguas vuelven a su cauce, en abril, las llanuras quedan secas y en condiciones difíciles para sembrar.

A las anteriores dificultades siguen las bajas temperaturas del invierno y los incendios forestales accidentales o provocados por los agricultores para destruir maleza.

Pero los resultados de los cambios son alentadores.

La siembra de yuca se adelantó a mayo o junio, y la cosecha se realiza a los siete meses, lo que reduce las pérdidas por la crecida y permite guardar ramas para la siguiente temporada. También se introdujeron variedades más aptas.

En Santa Ana del Yacuma, el ciclo agrícola 2010 – 2011 dejó un rendimiento de 1.250 kilogramos de maíz por hectárea, dijo Mendoza.

En una superficie similar, otros agricultores consiguieron unos 1.500 kilogramos de arroz y 900 kilogramos de frijol, cantidades que permiten el autoconsumo y la venta de algunos excedentes en los pequeños mercados de esta llanura dominada por el verde de los arbustos y los pastizales.

Con las nuevas técnicas surgidas del análisis, la evaluación y la investigación para adaptarse a los cambios climáticos, se mejoró el rendimiento hasta en un 30 por ciento, según Mendoza, que trabaja en la zona desde hace cuatro años.

Además, la iniciativa expandió los cultivos de forraje de 205 familias de pequeños ganaderos, que poseen hasta 100 vacunos dedicados a la lechería y la carne para los reducidos mercados de la región.

Todas estas medidas están orientadas a atenuar la caída de la producción que causa la migración, dijo a IPS la jefa de la Unidad de Desarrollo Productivo de Santa Ana del Yacuma, Sheila Hurtado.

Por las inundaciones, la mitad de los productores de alimentos abandonaron el rubro. "Muchos se fueron de la región, y otros dejaron la agricultura para convertirse en empleados de las estancias (fincas) ganaderas", lamentó.

Hasta hace poco, esta zona producía abundantes naranjas, toronjas y mandarinas, pero el clima liquidó esas plantaciones de cítricos. "El cambio climático mata a los productores de alimentos de Santa Ana", aseveró Hurtado.

* Este artículo fue producido con apoyo de la FAO.

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