Las garantías del partido Ennahda, ganador de las elecciones de Túnez, de que no obligará a las mujeres de ese país a usar el velo islámico fueron como música para los oídos de los sectores laicistas de Turquía.
La decisión, anunciada el 29 de octubre por el partido islamista moderado vinculado a la Hermandad Musulmana, que obtuvo mayoría en las primeras elecciones de la historia de Túnez, también alentó a los dirigentes del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) que gobierna Turquía.
El líder del AKP, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, se lleva algunos créditos por la cara moderada de Ennahda, aunque parezca paradójico. El origen musulmán de su partido llevó a la oposición a pronosticar durante 12 años que su ascenso al poder conduciría a instaurar en Turquía una república islámica como la de Irán.
Nada de eso pasó en Turquía, pese a que el conservadurismo religioso influyó en el Estado y en varios sectores sociales.
Pero la Primavera Árabe le ha dado a Ankara una oportunidad de cambiar su imagen en la región, aunque le complique al mismo tiempo su estrategia comercial.
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En la gira de una semana que realizó en septiembre por el norte de África, Erdogan ofició de evangelista de la laicidad como modelo para las naciones que empiezan a salir de regímenes autoritarios.
Esto despertó la reacción contraria de la Hermandad Musulmana de Egipto, que el primer ministro turco repelió sin dejar lugar a dudas. "A los egipcios que consideran que la laicidad es sacar la religión del Estado o tener un Estado infiel, les digo que es un error. Se trata de respetar a todas las religiones", dijo en un programa de televisión.
La ciudadanía tunecina también era escéptica respecto del modelo turco. Pero ahora, este parece atraer tanto a los liberales árabes como a los islamistas moderados.
Erdogan, convertido en popular personaje en Medio Oriente y África del Norte, inventó una receta en la que mezcla democracia inclusiva, críticas a la política israelí hacia los palestinos y esperanzas de prosperidad.
La limitación de los poderes de las Fuerzas Armadas turcas, resuelta en julio, la ruptura de los tradicionales lazos diplomáticos y de defensa con Israel, en mayo de 2010, y el impresionante crecimiento económico registrado desde que el AKP llegó al poder en 2002 han hecho crecer al primer ministro.
Mientras, programas de televisión turcos en lenguas extranjeras, que se ven desde Estambul hasta Medio Oriente y África del Norte muestran una sociedad que vive contenta y sin prisas, como la de cualquier barrio burgués de los filmes de Hollywood. Turquía se ha vuelto punto de referencia para los musulmanes moderados.
La popularidad de Turquía en las calles árabes y los sectores empresariales de El Cairo y Túnez, Beirut y Trípoli es fruto de una estrategia de largo plazo que comenzó en 2003, y cuyo objetivo se hizo evidente en 2009, con la designación de Ahmet Davutoglu como ministro de Relaciones Exteriores.
Exprofesor de ciencias políticas en Estambul y en la Universidad Islámica de Malasia, Davutoglu ofició como asesor de Erdogan desde 2003.
En su libro "Strategic Depth" (Profundidad Estratégica), publicado en 2001, argumenta que el destino histórico y geográfico de Turquía en una región que se extiende desde el mar Negro y Asia occidental hasta las costas de Marruecos sobre el océano Atlántico y que corresponde a las extensas fronteras del imperio otomano determina la actual política exterior, comercial y de defensa de este país.
Esta nueva mirada de la región se parece mucho al "Gran Medio Oriente" presentado por el expresidente de Estados Unidos, George W. Bush (2001-2009) en la cumbre del Grupo de los Ocho países más poderosos en 2004, tras la invasión de Iraq.
Si bien Davutoglu es calificado como neo-otomanista, un término que él aborrece, reubicar a Turquía desde el lugar marginal que ocupaba al predominio político y geoestratégico que hoy tiene, ya estaba en los planes del fallecido primer ministro y presidente Turgut Ozal (1927- 1993) en los años 90.
Ozal fue quien comenzó el proceso de integración de Turquía a la Unión Europea (UE), formalizado por Erdogan en 2005.
El comercio fue la primera área de interés de la década pasada. Pero las prioridades comerciales de Turquía se fueron alejando progresivamente de la UE y acercándose más y más a Medio Oriente y África del Norte.
Antes de 2002, las exportaciones turcas al mundo árabe permanecían en los 3.000 millones de dólares anuales, y las importaciones eran de 3.400 millones de dólares.
Desde que Erdogan gobierna, las ventas a la región crecieron notablemente para llegar a 30.000 millones de dólares en 2010, con Emiratos Árabes Unidos como principal comprador, con 8.000 millones de dólares al año.
Las compras turcas a los países árabes en el mismo periodo han variado entre 5.000 y 11.000 millones de dólares por año.
La diplomacia comercial fue uno de los principales instrumentos de Ankara. Un tercio de las giras de funcionarios del gobierno entre 2003 y 2010 fueron dentro de la región. El presidente Abdulah Gul viajó 17 veces, Davutoglu, 29, y Erdogan, 47. En las comitivas siempre había por lo menos 50 empresarios.
Mientras, las exportaciones a la UE cayeron de 63.000 millones de dólares, en 2008, a 47.000 millones de dólares en 2009, aunque se habían duplicado en la década anterior.
El énfasis comercial es evidente en el vecindario y entre los países con una cultura similar. Las exportaciones a las naciones de la Organización de la Conferencia Islámica aumentaron de 3.700 millones de dólares, en 2002, a 32.500 millones de dólares, en 2010.
La Primavera Árabe, con todo, tiene a los saltos a exportadores y empresas contratistas. Las compañías constructoras estiman que, solo en Libia, se interrumpieron o se abandonaron contratos por 25.000 millones de dólares, la mayoría firmados con el régimen derrocado o con familiares del asesinado Muammar Gadafi.
Días después de la renuncia forzada del expresidente de Egipto, Hosni Mubarak, se suspendieron o cancelaron grandes contratos de infraestructura de empresas turcas en ese país. Las expeditas visitas de Gul y Erdogan a El Cairo en el verano boreal fueron una señal de la presión que el sector empresarial ejerce sobre Ankara.
Si bien Erdogan y Davutoglu pasan por una muy buena racha en su campaña para ganarse los corazones, las mentes y las billeteras de los árabes, sus vecinos más cercanos amenazan con arruinarles la fiesta.
Además, el clima interno puede cambiar, pues la tregua entre laicistas y conservadores se pondrá a prueba en el próximo debate sobre una nueva Constitución, que debe dar muerte a los principios basados en la doctrina del padre de la Turquía moderna, Kemal Ataturk, y modelados por sucesivas dictaduras militares, para reemplazarlos por otros, completamente democráticos.