«Una encrucijada de continentes y antiguos imperios, un lugar donde la historia cobra vida a través de extraordinarios monumentos a orillas del mar», dice una popular guía turística sobre Libia. Todo sigue allí. Solo falta que vuelvan los visitantes.
Trípoli prácticamente ha recuperado la normalidad desde que quedó en manos de los rebeldes, que derrocaron y asesinaron al exgobernante Muammar Gadafi. Hoy ya no se escuchan más disparos que los de las interminables celebraciones cada noche.
La miríada de pequeños restaurantes de la ciudad comienzan a llenarse, lo mismo que las barberías y las panaderías. Hasta los cajeros automáticos vuelven a funcionar.
La terraza de una cafetería que acaba de ser inaugurada en la parte antigua de la ciudad es punto de encuentro de los jóvenes más sofisticados, que consumen capuchinos, batidos y tartas a precios occidentales. Pero la atmósfera no podía ser más distinta a escasos metros de allí.
"Mantengo la tienda abierta por si a cualquiera de los periodistas que quedan en Trípoli se le ocurre comprar una postal", explicó Mohammad Bariani desde su local justo al lado del imponente arco romano de Marco Aurelio. Pero el número de los corresponsales extranjeros disminuye según pasan los días.
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"Ahora que la guerra terminó y Gadafi fue enterrado, dudo de que vuelva a entrar alguien más", se lamentó Bariani, quien considera cerrar definitivamente su negocio.
También junto al impresionante monumento romano se encuentra el hotel Zumit, un antiguo edificio otomano del siglo XIX cuyas habitaciones cuentan hoy con televisión por satélite y acceso a Internet.
"Vivimos gracias al restaurante. De lo contrario, no estaríamos abiertos ahora", explicó Habib Dwek desde la recepción. El año pasado, por estas fechas, este joven de 27 años apenas habría tenido un minuto para nosotros.
"Solíamos estar completos siempre", recordó Dwek melancólico sobre una taza de café árabe. "Cada semana llegaba un grupo ansioso por visitar nuestros monumentos romanos. ¿Sabía que en ningún otro lugar del mundo se han conservado como aquí?", añadió el recepcionista.
Pero la rutina diaria no parecía limitarse entonces únicamente al registro de nuevos huéspedes.
"Teníamos que mandar un informe a la policía de cada grupo, especialmente si se trataba de estadounidenses o británicos", explicó. "La policía aparecía a menudo por aquí para asegurarse de que la información que les habíamos dado fuera correcta".
"Los turistas eran escoltados desde el momento en que ponían el pie en Libia hasta el día en que se iban", señaló Izmail Eluonsi, quien gestiona desde hace años la agencia turística Echo Libya.
"Si uno de los turistas abandonaba el grupo en algún momento, aquello se convertía en un gran problema para nosotros. Muchos compañeros se vieron forzados a cerrar por esta causa", explicó este hombre desde su oficina.
La oferta de estas agencias era muy atractiva. "Teníamos dos viajes de 11 días: el primero y más popular se centraba en los yacimientos arqueológicos del norte del país. El segundo era una de esas aventuras en (camionetas) 4X4 por el desierto del Sahara", recordó Eluonsi, cuyos antiguos clientes fueron sustituidos por hombres de negocios en busca de gas y uranio.
Precisamente, Gadafi yace enterrado en algún lugar de ese desierto que los turistas surcaban con sus camionetas.
Una cuestión de confianza
La Autoridad General de Turismo y Artesanía es el organismo más parecido a un ministerio del sector hoy en Libia. Su edificio austero y de color ocre no es en absoluto atrayente, salvo para alguien con cierto interés en la arquitectura soviética.
Desde su despacho con vista al cada vez más activo puerto de Trípoli, Mohammad Fakron, director de Cooperación Internacional del Consejo Nacional de Transición, hizo un repaso del complejo pasado del que también fue parte.
"Gadafi cambiaba constantemente la legislación. Lo que ayer era un ministerio luego se convertía en una departamento general, y viceversa", contó el funcionario que mayores posibilidades tiene de convertirse en el futuro ministro de Turismo.
"Libia ofrece desiertos, montañas y cinco lugares protegidos por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), y todo a tiro de piedra de las principales capitales europeas", destacó.
"A pesar de ello, Gadafi mantuvo cerrado el país al turismo hasta 1990", añadió. El funcionario sostuvo que mejorar la seguridad y la infraestructura era fundamental para recuperar el sector.
"Creo que podremos garantizar plenamente la seguridad en todo el país a principios de 2012", dijo a IPS.
Como cada día en los dos últimos meses, una multitud agitando banderas tricolores se congrega al anochecer en la ahora denominada Plaza de los Mártires (ex Plaza Verde).
Icham Aduli, de 39 años, trabajó durante 20 como guía turístico, casi hasta el mismo día en que comenzó en febrero el levantamiento contra Gadafi.
Aduli todavía confía en recuperar su antigua profesión, aunque no parece que ello vaya a ocurrir pronto.
"Retirar los escombros y reconstruir el país no debería de ser complicado", dijo Aduli en un excelente inglés.
"El problema es que nuestro sector es muy sensible. Estoy seguro de que pasarán al menos cinco años para que los potenciales turistas se convenzan de que este es un país seguro para viajar", comentó Aduli justo antes de dirigirse al restaurante donde trabaja mientras espera que el turismo renazca en Libia.