Una predicción recurrente de los políticos occidentales reza que China, con el crecimiento económico, se transformará inevitablemente en una democracia. Sin embargo, tras cinco semanas de recorrer el país, no tengo la menor duda que si hubiera hoy elecciones, el Partido Comunista (PCC) ganaría por amplísima mayoría.
La profunda influencia del confucianismo, que exalta el respeto a la autoridad y la obediencia como fundamento de una sociedad armoniosa, ha sido reforzada por la dramática experiencia de la Revolución Cultural (1966-1976), en la que toda disidencia fue duramente reprimida. Una sociedad profundamente feudal, fue transformada en 1949 en una de absoluta igualdad y de severa austeridad, para pasar en 1979 a una fase de capitalismo galopante, siempre bajo la dirección del PCC, que mantuvo todo el poder en este proceso de crecimiento económico acelerado.
Este sistema económico es, fundamentalmente, una importación de modelos occidentales, la idea de la democracia ha obviamente hecho su ingreso Ante este viraje, la reacción de los jóvenes ha consistido en un total individualismo y un desenfrenado consumismo. Según estimaciones recientes, no más de un millón de personas se interesan en la política… en un país de 1.300 millones.
A ello se suma el temor de que esta gigantesca sociedad comience a dividirse, cuando es imprescindible la unidad para sustentar el crecimiento. Este es un hecho capital: gracias a que cada año al menos 8 millones de chinos salen de la pobreza, el fracaso de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas (reducir la pobreza, aumentar la instrucción, mejorar la condición femenina, etc.), parece menos estridente.
En China, desde la primera dinastia Qin (221 a.c.), los emperadores eran destituidos si fallaban en sus funciones de puente entre la armonía celeste y la tierra, evidenciadas por carestias o desastres naturales. El PCC obtiene su legitimidad de un proceso de crecimiento impar, que hace esperar a cada ciudadano que su nivel de vida mejorará. Solo si este proceso entra en crisis, verá se cuestionada su legitimidad.
Este es el sostén del gobierno del PCC y al mismo tiempo es una camisa de fuerza. Para que continúe la reducción de la pobreza hace falta un ritmo de crecimiento anual no menor del 8%. Una palanca para lograrlo es el llamado Capitalismo de Estado. El ahorro de los ciudadanos colocado en los bancos recibe un interés negativo; si por ejemplo la inflación es del 6%, obtiene solo 3%. El Estado emplea la diferencia para financiar obras de infraestructura mediante créditos abaratados a inversionistas que comparten las ganancias con las estructuras estatales.
Este proceso es arduo de controlar. El gobierno había decidido destinar 448.900 hectáreas para construir carreteras, ferrocariles y otros proyectos para el 2011, pero las autoridades locales están utilizando más de un millón. La tierra en China es del Estado. Las autoridades locales hacen acuerdos con inversionistas para financiar las obras públicas. De este modo las autoridades locales aumentan sus entradas y aseguran el cumplimiento del Plan Quinquenal. Pero la tierra arable se reduce, desplazando a miles y miles de campesinos en medio de una gran corrupción.
Un problema fundamental es que el PCC actual es muy distinto al de Mao. En su interior coexisten variadas posiciones e intereses regionales y esto debilita su control sobre los poderes locales. En teoría los cuadros locales tienen que aplicar las disposiciones de Pequín, pero lo hacen solo cuando les conviene. Esta es la razón del desastre ecológico que ha llegado a una dimensión dramática, ya que las normas se pasan por alto y proliferan inversiones especulativas que agravan los problemas ecológicos y de sostenibilidad.
El modelo del capitalismo de Estado está creando más problemas que soluciones, según numerosos economistas chinos, que aconsejan: reducir la especulación, aumentar los préstamos a las pequeñas y medianas empresas, expandir el mercado interno, adoptar una firme política ambientalista, acortar las desigualdades y aumentar los fondos para investigación y desarrollo que son apenas 1,2% del producto interno bruto frente al 2,5% de los demás países asiáticos. Salvo algunas empresas como Haier, primer productor mundial de aparatos domésticos, Lenovo en PC y Huawei en equipos de telecomunicaciones, China hasta ahora se ha valido del bajo costo laboral exportando mercaderías baratas. Con la crisis de los mercados occidentales, y el encarecimiento de la mano de obra, este modelo de economía de exportación entrará en crisis.
Sin embargo, en solo tres años China se ha convertido en el país líder en energía solar y eólica porque el Estado, alarmado por el deterioro ambiental ocasionado por el empleo excesivo de carbón, los designó sectores estratégicos.
Por lo tanto, China tiene la posibilidad de cambiar de rumbo, y el último congreso del PCC ha indicado claramente que hay conciencia del problema. Pero el tránsito del capitalismo de Estado a un verdadero capitalismo, acompañado de medidas para disminuir el déficit social, es políticamente riesgoso. El gobierno actual está por concluir su mandato y el nuevo asumirá en 2012. ¿Querrà y sabrá manejar una reforma de tan profundas implicaciones? (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).