Recolectores, perros famélicos y aves carroñeras buscan juntos algo de valor en el basurero de Cambalache antes de que los alcancen las brasas que hacen arder, cada día y a cielo abierto, 900 toneladas de residuos, cuyo humo se esparce sobre esta nororiental ciudad venezolana.
Apenas a unos cientos, quizá decenas, de metros, los tóxicos lodos rojos que deja como desecho la industria del aluminio centenares de miles de toneladas cada año— aportan otra carga de contaminación, que además comienza a filtrarse hacia las aguas del «padre río», el Orinoco, justo enfrente de Ciudad Guayana.
«Llevo en esto 15 años, algunos parientes también. A cada rato se enferma alguien, nos calamos el humo de sol a sol, algunos niños de la zona mueren, y este trabajo no da mucho, apenas para ayudar a la familia, pero no hay otro», cuenta a IPS Jesús González, en un alto de su búsqueda de metales en medio del basurero.
Ciudad Guayana fue creada hace 50 años con asesoría del estadounidense Massachusetts Institute of Technology (MIT) como «la Pittsburgh del trópico», la llamada Ciudad del Acero de Estados Unidos, es decir una moderna urbe de tamaño mediano para albergar las industrias siderúrgicas y derivados y plantas de hidroelectricidad, con un entorno rico en maderas y minerales preciosos.
[related_articles]»Hierro, lata, aluminio, cobre o bronce es lo que más recogemos, también cartón. Trabajo con algunos warao y con criollos y apilamos el material por aquí», dice bajo un gastado toldo de lona, en medio del basural, Nelly Guevara, madre de tres niños.
Guevara obtiene en un mes cerca de 2.000 bolívares (460 dólares al cambio oficial, un poco más que el salario mínimo nacional), pero para ello «llegamos a veces a las cinco de la mañana y son las siete de la noche y seguimos aquí, con el humo, la inseguridad, los animales que lo contagian a uno». «A veces nos agarra la lluvia y no podemos salir», añade.
Desarrollada en la confluencia de los ríos Orinoco y Caroní, a unos 550 kilómetros al sudeste de Caracas, esta ciudad creció con una vieja zona deprimida, San Félix, al este, y otra de clase media, Puerto Ordaz, al oeste, junto a la cual también surgieron barriadas pobres como la de Cambalache, donde viven unas 8.000 personas.
Entre ellas, 120 familias warao, etnia originaria del delta del río Orinoco, unos 100 kilómetros al nordeste, y de la cual salen esporádicamente grupos que practican la mendicidad y viven en condiciones miserables en algunas ciudades venezolanas.
[pullquote]1[/pullquote]Diez niños warao murieron en la zona de Cambalache el último año, víctimas de afecciones gástricas o respiratorias, según registros de la prensa local. Algunos fueron enterrados sin ataúd, bajo un árbol, por la situación de indigencia de sus padres.
La basura llega principalmente en viejos camiones volquetes la alcaldía cuento con unos pocos vehículos compactadores— que vierten su carga mal empacada en las humeantes orillas del basurero, que cubre una docena de hectáreas, y de inmediato es abordado por recolectores prestos a recuperar material que otras manos clasifican.
El resto es pasto de zamuros (ave carroñera), perros y enjambres de moscas hasta que se acercan las brasas con el calor y el humo que, cuando sopla el viento del oeste, se extiende como una nube tóxica sobre buena parte de la ciudad, que cobija a 850.000 habitantes.
Neumonólogos de Ciudad Guayana como Judith Lezama se preocupan por el auge de enfermedades como el asma y la neumonía, en tanto Ligia Andrade, portavoz de un consejo comunal de Cambalache, afirma que «la invasión de moscas contamina todo y niños, niñas y adultos se enferman de los pulmones, pero también de la piel y del estómago».
¿Qué hacer con este vertedero al que ya en 2001 la estatal Corporación de Guayana, ente regional de desarrollo, consideraba como «de vida útil agotada»?
González no quiere que se lleven el vertedero lejos, pues no podría hacer su trabajo. «Quizá con maquinaria, que acomodara los desechos y apagara las quemas, se podría hacer un trabajo mejor, y la alcaldía podría pagarnos por hacerlo», propone. Andrade y líderes locales como Wilson Castro, del centroderechista partido Primero Justicia, creen que el vertedero debe ser cerrado de inmediato y sustituido por un relleno sanitario a establecer mucho más al oeste, en la vía a Ciudad Bolívar, capital del estado de igual nombre.
Aunque por ley el problema compete a la alcaldía, la gobernación del estado de Bolívar, de 238.000 kilómetros cuadrados y cuya jurisdicción se extiende por todo el este fronterizo con Brasil y Guyana, ha resuelto pisar el acelerador en busca de alternativas.
«Junto con el Ministerio del Ambiente vamos a instrumentar un plan de saneamiento de Cambalache en cinco meses y la activación de un nuevo relleno en El Pinar», un paraje en la carretera que va al oeste, anunció el gobernador Francisco Rangel.
En el plan se prevé erogar 5,8 millones de dólares y el viceministro de Ambiente, Jesús Cegarra, dijo que sanear Cambalache para detener la contaminación de suelos, aguas y aire, así como la definitiva mudanza a El Pinar, se completará en cinco años.
En Venezuela, recordó a IPS Diego Díaz, de la organización ambientalista Vitalis, sólo existe un relleno sanitario que calza con disposiciones sanitarias y ambientales, como es el caso de La Bonanza, que sirve a Caracas, mientras que otros centros urbanos llevan sus desechos a unos 400 vertederos a cielo abierto.
«Sólo se recicla 10 por ciento de los desechos y más de 80 por ciento del resto permanece expuesta en nuestras ciudades. Venezuela requiere de unos 150 rellenos sanitarios para encarar lo que en la última década ha sido considerado el problema ambiental número uno», indicó Díaz.
«El mundo fue y será una porquería, ya lo sé » comienza el famoso tango «Cambalache», compuesto por el argentino Enrique Santos Discépolo en 1934 y que tomó la palabra en su acepción rioplatense de gran mercado donde se mezclan artículos diversos y usados.
Pero el verso discepoliano fue premonitorio para el humeante y exhausto basural de Ciudad Guayana, cuyos habitantes reclaman un cambalache, es decir, un trueque, por un espacio con menos polución.