EEUU-IRÁN: Cuesta abajo

De todas las oportunidades desaprovechadas y los errores que caracterizaron a la política exterior de Estados Unidos a partir del 11 de septiembre de 2001, pocos fueron tan importantes como no haber mejorado las relaciones con Irán.

Si el gobierno de George W. Bush (2001-2009) hubiera respondido a las reiteradas aperturas de Teherán, podría haberse hecho de un poderoso aliado contra la red Al Qaeda, del saudita Osama bin Laden. También podría haberle resultado más fácil pacificar Iraq y reducir la motivación iraní para adquirir armas nucleares y oponerse a la paz entre árabes e israelíes.

A diferencia de la reacción en muchos estados árabes, donde la población vio el 11 de septiembre como un castigo a Estados Unidos por sus políticas pro-israelíes, en Irán tanto los funcionarios del gobierno como los ciudadanos comunes expresaron una genuina compasión por las víctimas.

El gobierno del entonces presidente Mohammad Jatami (1997-2005) –con el respaldo del líder supremo, ayatolá Ali Jamenei– apoyó con vigor los esfuerzos de Estados Unidos por derrocar al gobierno del movimiento fundamentalista Talibán y por crear un nuevo gobierno en Afganistán. Su recompensa fue que lo etiquetaran como integrante de un "eje del mal" junto con el Iraq de Saddam Hussein y Corea del Norte.

Los esfuerzos iraníes por reconciliarse con Estados Unidos persistieron pese a esta bofetada diplomática. Entre el otoño boreal de 2001 y mayo de 2003 tuvieron lugar negociaciones mensuales entre diplomáticos iraníes y estadounidenses en Europa, que versaron sobre Afganistán y la invasión a Iraq.
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James Dobbins, enviado especial de Estados Unidos a Afganistán luego del 11 de septiembre, recordó la destacada apertura en marzo de 2002 —dos meses después de que Bush mencionara al "eje del mal"—, cuando un general iraní ofreció la ayuda de su país para entrenar a 20.000 miembros del nuevo ejército afgano.

En un artículo publicado el año pasado en The Washington Quarterly, Dobbins escribió que el entonces secretario de Estado Colin Powell había descrito la propuesta como "muy interesante" y le había dicho que le hablara a la entonces asesora de seguridad nacional Condoleezza Rice.

Rice puso la oferta en la agenda en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, en la que participó el entonces secretario de Defensa Donald Rumsfeld.

"Cuando llegamos a ese punto de la agenda, volví a narrar mi conversación con los iraníes", escribió Dobbins.

"Rumsfeld no levantó la vista de los documentos que estaba examinando", continuó.

"Cuando terminé, no hizo ningún comentario ni formuló ninguna pregunta. Tampoco lo hizo nadie más. Luego de una prolongada pausa, viendo que nadie estaba listo para retomar el tema, Rice hizo que la reunión pasara al siguiente asunto de su agenda", agregó.

Dobbins dijo a IPS que era probable que el ofrecimiento iraní se hubiera reducido gradualmente y que también se tendría que haber incluido a Afganistán y a otros vecinos y partes interesadas, como Pakistán e India.

De todos modos, considera que la falta de una contrapropuesta estadounidense es una importante oportunidad perdida. Los iraníes "dejaron en claro que tenían en mente un agenda más amplia" de reconciliación con Estados Unidos, dijo.

Este patrón de no-respuesta a las aperturas iraníes persistió. No se envió ninguna respuesta de Estados Unidos a una agenda iraní para negociaciones exhaustivas al Departamento de Estado en mayo de 2003. No la hubo ni cuando Irán ofreció ese año intercambiar a altos miembros de Al Qaeda detenidos por integrantes de una organización terrorista iraní en Iraq, ni cuando el entonces novel presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad le envió una carta a Bush en 2006.

Para entonces, por supuesto, la dinámica del poder en la región había virado hacia Irán y se había apartado de Estados Unidos, que estaba empantanado en una guerra sectaria en Iraq y a punto de enfrentar el resurgimiento del Talibán en Afganistán.

Dobbins dijo que la continua cooperación iraní pudo no haber sido decisiva en Afganistán, dado que el Talibán tenía vínculos más fuertes con Pakistán.

"Sin embargo, en relación a Iraq esto puede haber marcado una gran diferencia, dado que por lo menos 50 por ciento de la violencia desde 2003 fue orquestada por insurgentes chiitas" que o bien eran respaldados por Irán o bien eran susceptibles a la presión iraní, señaló.

Los integrantes del gobierno de Bush que se opusieron al acercamiento con Irán temían que restablecer las relaciones preservara un regimen autoritario que en el pasado había sido responsable de acciones terroristas contra estadounidenses y que todavía apoyaban a organizaciones contrarias a la existencia de Israel.

Sin embargo, mejores relaciones entre Estados Unidos e Irán durante el gobierno de Jatami probablemente habrían fortalecido a los reformistas iraníes y podrían incluso haber impedido la elección del neoconservador Ahmadineyad.

La negativa de Estados Unidos a negociar con Irán sobre su programa nuclear –a menos que Irán primero suspenda ese programa—sin dudas no detuvo el programa. En todo caso, esto hizo que Irán acelerara el enriquecimiento de uranio.

El gobierno de Barack Obama intentó corregir el curso de los hechos y en 2009 buscó que Irán se comprometiera sin condiciones. No obstante, las disputadas elecciones presidenciales iraníes y los sangrientos incidentes posteriores dividieron tanto a la elite política iraní que resultó imposible un avance en el frente diplomático.

Desde entonces, ambas partes han endurecido sus posiciones. Irán continuó apoyando a las fuerzas antiestadounidenses en Afganistán e Iraq para expulsar a Estados Unidos de la región y vengarse por las crecientes sanciones estadounidenses e internacionales en torno al programa nuclear.

John Limbert, ex rehén de Estados Unidos en Irán que fue secretario de Estado adjunto para Irán a principios del gobierno de Obama, culpa a la inercia por la incapacidad de Washington para aceptar un ‘sí’ como respuesta de Irán.

"Sabemos cómo hacer ciertas cosas pero no actuar constructivamente" con Irán, dijo.

"Presumimos que hay una trampa cada vez que se dirigen a nosotros", añadió.

A los iraníes también les resulta difícil confiar en un país que asfixia lentamente la economía iraní y anticipa la muerte del régimen islámico.

El nuevo secretario de Defensa Leon Panetta dijo el martes que es "cuestión de tiempo" que se produzca otra revolución iraní, dado que el sentimiento prodemocrático se arraiga en la población. Ese bien puede ser el caso, pero es improbable que hablarlo abiertamente ayude a los iraníes a generarla.

Suzanne Maloney, experta en temas iraníes en la Brookings Institution, dijo dudar de que las políticas estadounidenses hayan impactado en la compleja dinámica interna de Irán, observando que Ahmadineyad no obtuvo ninguna reacción a sus esfuerzos ocasionales por comprometer a Washington.

Sin embargo, Maloney dijo a IPS que permitir que finalizaran las conversaciones 2001-2003 fue "un error fantástico".

"El diálogo que existía sobre Afganistán fue la única oportunidad sin parangón de crear un proceso diplomático" con Irán desde la Revolución Islámica de 1979.

"Es totalmente improbable que veamos algo como eso en el futuro inmediato", agregó, "porque las condiciones políticas en Irán son muy inadecuadas para cualquier diálogo significativo".

Podría haber dicho lo mismo sobre Estados Unidos en un año de elecciones presidenciales.

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