Se impulsan para el salto, el aire acoge la espectacular pirueta y un chorro de espuma cierra la zambullida Decenas de jóvenes, sobre todo varones, se refrescan del calor veraniego y presumen arriesgados clavados en el Malecón, un muro que resguarda del mar a la capital de Cuba.
La popular y fotográfica escena se repite cada etapa estival en algunas zonas de esta avenida que bordea el mar y que fue construida a tropiezos entre 1901 y 1958.
Tiene una amplia acera, rematada con un ancho muro de concreto que se erige sobre ocho kilómetros de costa, desde la Bahía de La Habana hasta el río Almendares, principal afluente capitalino.
Las olas baten con fuerza y quien no nade con destreza puede chocar contra el arrecife, a riesgo de recibir golpes, arañazos o, incluso, perder la vida. "Dicen que aquí desembocan las cloacas. Pero bañarse en el Malecón es ya algo común", cuenta a IPS Deinar, una ayudante de cocina de 29 años que trajo a su pequeño hijo.
A su intersección con el Paseo del Prado, acude el mayor número de bañistas, porque el arrecife tiene albercas naturales y en ellas la niñez chapotea, y algunas ancianas se mojan sólo los pies. En tanto, los adolescentes y jóvenes varones siguen su marcha de clavados y los más arriesgados se lanzan desde lo alto del muro.
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Todavía quedan restos de los balnearios de comienzos del siglo XX, creados cuando eran límpidas las aguas del litoral y demolidos para la obra. No fue hasta después de 1990, que con la crisis económica renació la costumbre de bañarse en el Malecón por el escaso transporte para visitar las playas habaneras, distantes unos 20 kilómetros al este de la urbe.
Justo antes de saltar, el estudiante de contabilidad Yulian Lara, de 19 años, conversa con IPS. Cada verano viene a nadar en esta área porque "queda más cerca de su casa. A las playas del este va mucha gente en verano y se forman problemas (violencia y peleas). Aquí no paso trabajo con el transporte", comentó.
Símbolo de La Habana, esta obra arquitectónica rodea tres municipios: Habana Vieja, Centro Habana y Plaza de la Revolución. Está escoltada por sendas fortalezas al inicio y final: los coloniales el Castillo de La Punta y La Chorrera, que protegían la ciudad del ataque de piratas y corsarios.
El sitio preferido por los bañistas está justo en la entrada de Bahía de La Habana, una rada que en 1998 presentaba un grado cero de oxígeno disuelto en sus aguas, lo cual impedía la vida marina. Como respuesta a la crisis, surge el Grupo de Trabajo Estatal para el Saneamiento, Conservación y Desarrollo de la Bahía de La Habana (GTE-BH).
El río Luyanó, que desemboca en la rada, aporta casi 90 por ciento de la contaminación que llega por sus afluentes. También 98 fuentes tributan desechos industriales, cuyo volumen disminuyó en 56 por ciento durante la última década, como resultado de las acciones del GTE-BH.
Desde 2008, sus aguas cuentan con el mínimo de oxígeno permisible para la vida. Y su carga contaminante se redujo a más de 74 por ciento, dijo a la prensa en julio Yosvany Simón, uno de los directores del grupo. Pero, cada año ocurre al menos un accidente ecológico por derrame de petróleo de barcos o de la refinería Ñico López.
Los ambientalistas Irina Echarry y Erasmo Calzadilla alertan que "hidrocarburos, sobre todo petróleo, aguas negras y residuos industriales van a parar a ella todos los días, y son todas sustancias nocivas para la salud".
Las autoridades sanitarias advierten a los bañistas el riesgo de contraer enfermedades digestivas, respiratorias y en la piel.
Echarry y Calzadilla participaron el pasado año en dos pequeñas iniciativas ecológicas y de la ciudadanía para recoger las basuras que dejan los visitantes del Malecón en los arrecifes, en su mayoría envases metálicos, pedazos de vidrio y bolsas plásticas.
"Las bolsas de nylon y las latas de refresco y cerveza (nada de esto es biodegradable) son el principal aporte de los bañistas a la contaminación ambiental del litoral. Hemos visto familias haciendo picnic a la orilla del agua, y como no hay cestos de basura en los arrecifes, los desechos van a parar al mar", lamentaron los activistas.
Sin embargo, una hilera de cestos se enfila en la acera colindante al muro, que cada día acoge a miles de personas para conversar, enamorarse, cantar o mirar las olas.
A lo largo del más visitado sitio de la ciudad sólo existe un cartel que prohíbe el baño y la pesca. En la céntrica zona del Vedado, un grupo de gente se zambulle frente a los hoteles Riviera y Meliá Cohiba y más adelante, ya al final del muro, se llega a la segunda área más popular, junto al castillo colonial La Chorrera.
El Malecón muere en la desembocadura del río Almendares, uno de los más contaminados del país. Según el informe titulado Gestión Ambiental en Cifras. Cuba 2010, de la Oficina Nacional de Estadísticas, ese año la carga arrojada en sus aguas fue de 2.017 toneladas de demanda bioquímica de oxígeno y superó las cifras de 2007 a 2009.
Cuando el sol se pone al fondo del castillo de La Chorrera, los nadadores abandonan el muro del Malecón y van cediendo el espacio a familias, parejas enamoradas y grupos de personas que buscan en la brisa marina un alivio a las altas temperaturas. A ellos se suman los pescadores que pasan noche tras noche esperando una presa.