En Brasil, la experiencia de José Graziano da Silva, electo director general de la FAO, es importante para avanzar hacia el derecho mundial a la alimentación en el contexto de un desafío mayor: conseguir que sus miembros salgan de «la retórica» y se comprometan con el combate al hambre.
Licenciado en agronomía y con una maestría en economía y sociología rural, Graziano da Silva fue coordinador del programa Hambre Cero que, durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), sacó del hambre a 25 millones de personas.
La contribución principal de ese programa, según João Pedro Stédile del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), fue establecer el marco para una política de seguridad alimentaria, es decir cuando los gobiernos "asumen la responsabilidad de que no le falte comida a sus pueblos".
"Sería un primer paso que todos los gobiernos adoptasen esa política", dijo Stédile a IPS, tras destacar la importancia "simbólica" de la elección de Graziano da Silva para los movimientos sociales brasileños.
En 1952, poco después de la fundación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) en 1945, fue elegido presidente de su Consejo el brasileño Josué de Castro, un "luchador social, autor de la tesis de la geografía del hambre y que murió en el exilio durante la dictadura militar" de este país (1964-1985), recordó Stédile.
Ahora vuelve a la dirección de la FAO "un brasileño que también defiende la reforma agraria y la lucha contra el hambre", enfatizó. Hay un significado político porque la candidatura de Graziano da Silva "fue preferida por los países del Sur, los países pobres y agrícolas, contra la dictadura del capital y de las transnacionales, representada por el candidato español", el excanciller Miguel Ángel Moratinos.
Pero, aclaró Stédile, pese a los logros del Hambre Cero, los programas de este tipo son apenas medidas de emergencia para superar la desnutrición de casi 1.000 millones de personas en el mundo.
"Después habría que construir políticas que lleven a la soberanía alimentaria, en la que cada país produzca los alimentos básicos necesarios para su pueblo", puntualizó.
Graziano da Silva, que había sido nombrado por Lula ministro extraordinario para la Seguridad Alimentaria y la Lucha contra el Hambre, obtuvo el voto de 92 países miembros, venciendo a Moratinos, que consiguió 88.
Investido en 2006 representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe y su subdirector general, el brasileño impulsó el compromiso regional de erradicar el hambre antes de 2025.
Pero del brasileño que prometió una FAO "fuerte y efectiva", se espera que "pueda forzar a los países a salir de la retórica vacía de combate al hambre y adoptar acciones concretas", dijo Adriano Campolina, coordinador ejecutivo en Brasil de la organización humanitaria ActionAid.
El nuevo director general de la FAO "viene de un país en que es un éxito el combate al hambre a través del apoyo a los pequeños agricultores, la protección social y las políticas de seguridad alimentaria", dijo a IPS el agrónomo especializado en relaciones internacionales en agricultura.
"Esa es la respuesta abarcadora para la crisis alimentaria que esperamos Graziano lleve a la FAO", enfatizó.
Campolina considera que en la experiencia de Graziano es importante la respuesta que dio Brasil a la crisis alimentaria de 2008, por ejemplo organizando licitaciones de arroz para reducir los elevados precios que registró ese alimento.
Campolina y Stédile esperan que la FAO sea un espacio no sólo consejero de políticas o de apoyo técnico, sino de adopción democrática de decisiones entre grupos concernidos en alimentación y agricultura.
"El problema del hambre en el mundo es hoy de orden político y económico", acotó el abogado Leonardo de Oliveira Ribas, investigador del Centro de Referencia de Derechos Humanos y Alimentación Adecuada del Centro Universitario Uniabeu.
"Si Graziano no consigue reunir y dialogar con instituciones multilaterales, de diversos sectores, para debatir el problema de hambre en el mundo, tenderá a hacer una gestión que solamente resolverá problemas puntuales", dijo a IPS.
Ribas, miembro del Consejo de Seguridad Alimentaria y Nutricional del Estado de Río de Janeiro, destacó la importancia de que los miembros de la FAO hayan reconocido "que los países emergentes tienen propuestas relevantes y serias para el desarrollo sustentable del planeta".
Entre sus principales desafíos, subrayó el enfrentamiento de la crisis alimentaria mundial, responsable directa del hambre.
"Hoy el alimento es considerado más un commodity (mercancía) que un derecho humano", acentuó.
"Hay países cuya balanza comercial está extremadamente condicionada por la producción de alimentos en masa. Eso ocurre porque hoy una mayoría consume y una minoría produce los alimentos que consumen" los demás, "con impactos graves en el ambiente para garantizar una producción máxima en el menor tiempo posible", explicó.
La FAO tendrá que concebir estrategias que consoliden la producción local de alimentos, a partir de la cultura de consumo local, inclusive en los centros urbanos, con programas de transferencia de renta y en una perspectiva agroecológica y de agricultura familiar.
En su opinión, la FAO "debería tener más poderes para castigar a los países que estimulan una política agropecuaria que ignora totalmente las bases de la sustentabilidad", y fortalecer políticas estatales de abastecimiento, interviniendo en el mercado con una oferta de precios competitivos de alimentos, cuando éstos aumenten de manera exorbitante.
Ribas cree asimismo que la agencia de las Naciones Unidas tendría que impulsar una campaña para evitar que algunos países impongan impuestos a los alimentos. El "alimento es un derecho fundamental y básico del ser humano", destacó.
El mundo está apenas a un paso de una nueva crisis alimentaria como la de 2008, indicó Capolina. En este momento "el precio de una canasta básica indica un aumento de 48 por ciento, y 44 millones de personas ya fueron empujadas a la miseria".
Graziano tendrá que ejercer "un fuerte liderazgo para que los países adopten soluciones concretas" como el apoyo masivo a la agricultura familiar, el control de la especulación, el fortalecimiento de políticas de control de precios con existencias nacionales, y medidas de control a la expansión desregulada de biocombustibles", acotó.
Para Stédile, la FAO debe ser un organismo capaz de "construir políticas agrarias que lleven a la soberanía alimentaria de cada país", esto es que "cada pueblo tenga condiciones de producir sus propios alimentos en su territorio".
La FAO es una institución "desmoralizada", pues la "pregonada revolución verde de la década de los años 60 sólo aumentó el número de hambrientos en el mundo", estimó Stédile.
Ahora necesita reunir a los investigadores "serios" de todo el mundo, oír a los movimientos campesinos e ir construyendo esa propuesta de acuerdo a la realidad de cada país, recomendó.