La joven cristiana Abeer Fakhry quería vivir con un hombre que la amara y respetara, y no con su esposo abusivo. Pero la persiguen su propia familia, la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa, los fundamentalistas salafistas y los generales del ejército egipcio.
"Yo sólo quería ser feliz", dice Abeer, ahora conocida simplemente por su nombre de pila, en un vídeo de YouTube que hizo famosa su historia en Egipto.
Su experiencia pone de relieve la violencia doméstica a las que están sometidas las mujeres cristianas ortodoxas, quienes buscan protección en otras partes pero se encuentran con que las enseñanzas de su Iglesia las mantienen atrapadas en matrimonios permanentes y a menudo intolerables.
Aunque la Iglesia misma se queja de que la mayoría musulmana del país la discrimina, este caso también subraya que esa institución religiosa les niega la libertad a sus propios fieles.
En varias entrevistas divulgadas por los medios de comunicación desde ubicaciones secretas, Abeer describió cómo su matrimonio con un hombre cristiano como ella en la aldea de Kafr Shehata, en la central provincia de Assiut, rápidamente se volvió una pesadilla.
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Era habitual que su esposo abusara de ella verbalmente y también que la golpeara, relató.
Abeer, quien sufre un tipo de anemia que requiere transfusiones de sangre cada tres meses, pidió el divorcio, pero la poderosa y conservadora Iglesia Ortodoxa, liderada desde 1971 por el papa Shenouda III, se negó a concedérselo.
"Me dijeron que solamente podría librarme de este matrimonio si cambiaba de religión", explicó en un programa del canal de televisión cristiano OTV.
"Entonces pensé en convertirme al islamismo", dijo.
Así que cuando conoció a Yassen, un musulmán que trabajaba como guarda en un autobús de pasajeros en el que ella viajaba diariamente, y la trató con respeto, Abeer se enamoró rápidamente de él.
El 23 de septiembre del año pasado, Abeer creyó que su vida cambiaría para mejor cuando ingresó a la mezquita Al-Azhar, una de las más antiguas de Egipto, para convertirse al Islam y casarse con Yassen. Ambos habían decidido abandonar su aldea.
Pero su felicidad duró poco. Se vio obligada a ir de un lado a otro porque su familia la perseguía por todo el país.
A muchos cristianos ortodoxos les preocupa que esté mermando la cantidad de feligreses, y que muchos de sus hijos se estén haciendo musulmanes a un ritmo que les resulta intolerable.
El Pew Forum on Religion and Public Life (foro Pew sobre religión y vida pública) en Estados Unidos dijo que alguna vez los cristianos fueron la mayoría en Egipto, pero que ahora son apenas 4,5 por ciento de sus 86 millones de habitantes. Y eso incluye a todas las denominaciones cristianas, como los católicos y los protestantes.
El régimen del ex presidente Hosni Mubarak (1981-2011) hizo la vista gorda cuando la Iglesia persiguió a quienes se convertían al Islam, en un intento por llevarlos de regreso a la cristiandad ortodoxa.
Influenciadas por las opiniones ultraconservadoras del papa Shenouda, muchas familias cristianas que a menudo se inclinaban hacia la izquierda y formaban escuelas de pensamiento liberal, aceptaron en los últimos tiempos la idea de que la conversión es una herejía y un delito capital pese a que esos puntos de vista a menudo han causado fricciones con la mayoría musulmana del país.
Días antes de conocerse la historia de Abeer, Salwa, otra joven cristiana, madre tres hijos que se había convertido al Islam siete años antes, fue asesinada por miembros de su familia cristiana. También mataron a uno de sus hijos e hirieron a su esposo, que era musulmán.
Temiendo correr la misma suerte, Abeer halló un lugar para esconderse cerca de Benha, 40 kilómetros al norte de El Cairo. Pero pronto un vecino musulmán alertó a su familia.
En marzo, sus familiares la capturaron y la llevaron a distintas iglesias. Terminó en una del barrio de Imbaba, en la capital, donde una mezcla de fanatismo y pobreza conduce a frecuentes enfrentamientos.
Abeer se las arregló para encontrar un teléfono celular desde el cual llamar a su esposo.
Sintiéndose solo e indefenso, Yassen recurrió a un grupo con renovado poder en Egipto: los fundamentalistas musulmanes salafistas, quienes tras la caída de la policía secreta de Mubarak se han vuelto públicamente activos.
Decenas de salafistas se congregaron rápidamente fuera de la iglesia de Mar Mina, en Imbaba. Entonces estallaron enfrentamientos que dejaron ocho musulmanes y cuatro cristianos muertos. Otros 210 resultaron heridos y se incendiaron dos iglesias.
Estos incidentes han sido los peores que Egipto ha vivido en años. Muchos temen que la revolución del 25 de enero que derrocó a Mubarak se vea perjudicada por las tensiones religiosas.
Miles de cristianos portando cruces e imágenes de sus santos, se congregaron al día siguiente en El Cairo, donde muchos entonaron cánticos reclamando el regreso de Mubarak y pidiendo que sus templos sean protegidos de los salafistas.
Mubarak mantuvo a raya a grupos musulmanes como los salafistas mediante la brutalidad policial. También dio al papa Shenouda vía libre para controlar a la minoría cristiana ortodoxa a cambio de que luego respaldara la presidencia del hijo de Mubarak, Gamal.
El papa Shenouda prohibió que los cristianos tomaran parte en la revolución del 25 de enero, que el 11 de febrero culminó con la caída de Mubarak.
Los medios egipcios, todavía dirigidos por ejecutivos de la era Mubarak, buscaron inmediatamente un chivo expiatorio para el derramamiento de sangre en Imbaba. Entonces culparon a Abeer. Los periódicos empezaron a llamarla "la causa de todos los males" y muchos columnistas se preguntaron si era una persona suficientemente valiosa.
Ella logró escapar de la iglesia durante los enfrentamientos, pero los generales del ejército la rastrearon, la arrestaron y la acusaron de atizar los conflictos religiosos.
Ahora Abeer está tras las rejas de la prisión de mujeres de Qanater. Ahora la culpan casi todos, incluso organizaciones de derechos humanos que a menudo se ocuparon de casos de conversiones del Islam al cristianismo y que ahora dudan en salir a defenderla.
En su última entrevista telefónica con un canal local de televisión la semana pasada, la voz de Abeer sonaba quebrada cuando habló de un futuro que ella esperaba sería mejor.
"No sé cuál será mi destino ahora. No sé qué me ocurrirá. Todo lo que realmente quería era tener una vida normal, como cualquiera", declaró.