La insurgencia en el sur de Tailandia constituye un buen caldo de cultivo para la propagación del paludismo, y pone en riesgo los logros de este país en la lucha contra esa epidemia.
Este año se registraron más de 4.000 casos en la frontera con Malasia, donde desde 2004 existe una insurgencia activa.
El paludismo o malaria es una enfermedad transmitida por un vector infectado, el mosquito Anopheles.
El área afectada, que abarca las provincias de Yala, Narathiwat y Pattani, está lejos de las zonas tradicionales en las que Tailandia combatía al mosquito, lo que hizo sonar la alarma de salud pública.
"El año pasado hubo 4.269 casos de paludismo en la frontera", dijo a IPS el director de la Oficina de Enfermedades Transmitidas por un Vector del Ministerio de Salud, Wichai Satimai. "La provincia de Yala es la más afectada con más de 3.000 pacientes, un gran aumento respecto de 2004, cuando había menos de 30 casos al año", añadió.
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Yala, una accidentada región selvática con plantaciones de caucho, ocupó el segundo lugar del país con más casos de paludismo en 2010, informó el Ministerio de Salud Pública. La vecina Narathiwat fue una de las 10 donde el parásito transmitido por el mosquito dejó su marca.
En la noroccidental provincia de Tak también hay paludismo. El año pasado se registraron 15.181 casos de los 22.342 que hubo en la frontera con Birmania.
"Si se ignora el problema se puede superar los 30.000 casos, o incluso 300.000", alertó Pratap Singhasivanon, decano de la Facultad de Medicina Tropical de la Universidad de Mahidol, en las afueras de Bangkok.
"Si no hacemos más para controlar el mosquito, las personas infectadas tendrán el parásito por más tiempo", añadió.
Esas cifras representan un cambio drástico respecto de los logros contra la epidemia, que llevan ya más de una década. En 1999 se registraron 125.359 casos, 740 de ellos mortales, y en 2007 sólo 33.178.
El éxito se atribuyó a la instalación de casi 900 puestos de salud y clínicas que ofrecían tratamiento universal gratuito y permitieron disminuir llos contagios en las fronteras con Birmania, Camboya, Laos y, ahora, Malasia.
En esos puestos, se extraen muestras de sangre del dedo de los pacientes y se les suministra medicación para matar el parásito. Las clínicas también ayudan a la prevención, recomendnado a la gente el uso de insecticidas en sus hogares para matar los mosquitos.
Los puestos de salud adquirieron un valor agregado importante cuando uno de los parásitos se hizo resistente a los fármacos.
Pero el conflicto en Yala, Narathiwat y Pattani dificulta el trabajo de los puestos de salud en aldeas alejadas, donde vive la población malayo-musulmana, la minoría más importante de este país de mayoría budista.
Cada vez hay menos personal dispuesto a trabajar en los centros de salud más alejados por temor a la insurgencia, indicó Rungrawee Chalermsripinyorat, analista del no gubernamental Grupo Internacional de Crisis, con sede en Bruselas.
"El personal de salud es reacio a ir a las aldeas catalogadas como 'zonas rojas' por el ejército", apuntó.
La insurgencia ya dejó más de 4.500 personas muertas y 11.000 heridas.
"En algunas de las zonas rojas hay que ingresar a las aldeas caminando", relató. "Los hospitales de zonas alejadas tienen poco personal porque la gente teme trabajar allí", apuntó.
En siete años de insurgencia, el ejército de Tailandia identificó casi 350 zonas rojas, donde los rebeldes malayo-musulmanes están activos y en las que hay casi 2.000 aldeas entre cultivos de arroz, plantaciones de caucho y selva.
En las últimas semanas hubo un aumento de violencia, que incluyó bombas en Pattani y combates que dejaron un soldado y dos rebeldes muertos tras una emboscada en un puesto militar de esa provincia.
"La población que vive y trabaja en las plantaciones de caucho es la más afectada", indicó Arafen Thaipratan, cirujano del principal hospital de la ciudad de Yala, capital de la provincia de igual nombre. "Son los que trabajan cuando aún está oscuro extrayendo látex de los árboles", añadió.
Tanto budistas como musulmanes se niegan a trabajar en zonas rebeldes, por distintos motivos. Los últimos temen ser "considerados sospechosos o informantes del gobierno", señaló uno de los trabajadores.
El conflicto obedece a tensiones que se remontan a 1902, cuando Siam, como se conocía entonces a Tailandia, anexó a las tres provincias del sur, que entonces pertenecían al reino malayo-musulmán de Pattani.
La marginación económica, lingüística y cultural del territorio anexado por Bangkok llevó al nacimiento de la primera generación de rebeldes, que crearon un movimiento separatista en 1970.
"Tratamos de que la gente diferencie el problema de salud del conflicto", señaló Pratap. "El sistema de salud está allí, pero el personal médico no puede acceder", insistió.