La trabajadora doméstica Emeline Djigma, de 20 años, se prepara para dar este año el examen de ingreso a la Facultad Nacional de Maestros de Burkina Faso, y ampliar sus horizontes laborales.
"Solamente quiero que me vaya bien para mostrar a los demás que trabajando duro se pueden mover montañas", dijo Djigma, quien estudió cinco años en el Centro Ouassongdo ("ven y ayúdame", en el idioma local) de Ouagadougou, mientras trabajaba como doméstica.
La vida de las empleadas domésticas en Burkina Faso es dura, dijo a IPS la joven Pulchérie Nanan, que también concurre al Centro.
"Me levanto a las cinco de la mañana, barro el patio y limpio la casa antes de ir al mercado para poder cocinar. Por la noche es más o menos lo mismo, una y otra vez", relató. Nanan gana apenas 11 dólares al mes, pero espera abrir un salón de belleza al finalizar sus estudios.
Con 18 años, Rosalie Boutoulegou, otra joven estudiante de la misma institución educativa, finalmente puede leer y escribir su nombre.
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"Ni siquiera me pagaban, porque vivía con mi prima. Cuando la religiosa vino a verla para liberar una parte de mi día, yo no podía creer que un día sabría leer y escribir", dijo a IPS.
Pedir ayuda
La religiosa a la que se refería es Edithe, la monja que preside el Centro Ouassongdo. Ella atraviesa todo Ouagadougou para convencer a los empleadores de que permitan a estas jóvenes —a veces apenas niñas— que realizan tareas domésticas concurrir al Centro, donde pasan parte del día aprendiendo a coser, cocinar o leer.
Según la "hermana Edithe", como la llaman, muchas trabajadoras domésticas son víctimas de explotación, a menudo con el pretexto de que les dan techo y comida.
"Pero no podemos simplemente sacar a las chicas de las casas de sus empleadores, porque ¿a dónde irían?", planteó Edithe.
El trabajo de su institución educativa se complementa con una campaña para poner fin a la explotación laboral doméstica que lleva a cabo la Cruz Roja de Burkina Faso en asociación con empresas de telefonía celular.
La campaña envía periódicamente mensajes de texto a suscriptores selectos, como autoridades locales, jefes tradicionales, maestros y dueños de restaurantes.
"Empleadores: las trabajadoras domésticas ayudan a vuestras familias y tienen los mismos derechos que vuestros hijos. Eviten pagarles malos salarios, recargarlas de trabajo o someterlas a abusos o violencia sexual", exhorta uno de esos mensajes.
Según la directora del proyecto, Naba Wangré, los mensajes de texto se envían tres veces al año.
Las empleadas domésticas sin educación formal ganan entre 6,50 y 13 dólares al mes, dijo Wangré, quien ha recibido quejas de muchas que fueron atacadas o sobrevivieron a abusos sexuales.
Edithe, quien desde 2002 ha recibido a unas 500 muchachas en su centro, cree que a algunas trabajadoras domésticas les pagan alrededor de 55 dólares o más.
"Cuando hay alguien que las respalda, les pagan mejor y respetan sus derechos", sostuvo.
Según Wangré, se trata de "un tipo de trabajo que permanece oculto y poco claro porque hay explotación. También hay silencio porque es un sector delicado y difícil de controlar, especialmente cuando las jóvenes trabajan en casas de familia".
Crear conciencia
Las empleadas domésticas de Burkina Faso son adolescentes o incluso niñas, proceden de contextos rurales y a veces se las manda a trabajar para sus propios familiares, en una relación laboral semiformal.
Casi 80 por ciento de las niñas burkinesas de entre cinco y 17 años son obligadas a realizar tareas en el hogar, según una investigación nacional sobre trabajo infantil efectuada en 2006 por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
El tiempo que pasan ocupadas en esas actividades promedia las 15,6 horas, durante las cuales juntan leña, lavan los platos, limpian la casa, lavan la ropa y cuidan a los niños, concluyó el estudio.
"El trabajo doméstico es uno de los peores, porque la empleada se levanta a las cinco de la mañana, barre, cocina y apenas vuelve a dormir luego de medianoche", destacó Edithe.
En ausencia de leyes que aborden específicamente el trabajo doméstico en Burkina Faso, lo que se aplica torpemente es la legislación sobre trabajo infantil.
Según el convenio 182 de la Organización Internacional del Trabajo, éste se considera peligroso si la naturaleza y las condiciones del trabajo ponen en peligro la salud o seguridad de niños y niñas, así como su moral.
"Estamos intentando crear conciencia pública sobre el trabajo doméstico, particularmente entre los empleadores y entre las propias jóvenes", dijo Wangré.
Stella Somé, quien dirige los esfuerzos contra el trabajo infantil en el Ministerio de Trabajo, cree que solamente las campañas de concientización y la capacitación pueden reducir los casos de explotación de empleadas domésticas.
"La principal dificultad es que este trabajo se confunde con las responsabilidades hogareñas; no es fácil enviar a un agente a ver quién está trabajando en las casas", explicó.