No fue fácil llegar a la ciudad boliviana de Riberalta desde Brasil. La pequeña odisea incluyó los baches de la carretera brasileña, la frágil embarcación para cruzar el fronterizo río Mamoré y la inestabilidad de la moto-taxi. Pero el elemento definitivo fue el corte de ruta.
Bolivia vivía el jueves 14 la radicalización de una huelga magisterial y de otros funcionarios públicos, iniciada la semana anterior. Los huelguistas pasaron a obstruir calles en las grandes ciudades y carreteras en todo el país, cerrando el paso a cualquier vehículo, como forma de presionar al gobierno y obtener un aumento salarial.
El presidente izquierdista Evo Morales probaba un poco de su propia medicina, la forma de lucha que adoptó insistentemente en su pasado de líder campesino, cocalero y opositor político.
"Evo nos enseñó a bloquear", recordó Nacira Limpias, maestra rural que junto con decenas de colegas cerraron la carretera unos kilómetros antes de Guayaramerín, departamento de Beni, en la frontera norte de Bolivia con Brasil.
El viaje sólo sería posible después de las 18 horas, para cuando se confirmó la interrupción nocturna del bloqueo, según funcionarios de la compañía de autobuses. El taller para periodistas sobre la hidroeléctrica de Cachuela Esperanza, promovido por el Centro de Estudios Aplicados a los Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Sindicato de Trabajadores de la Prensa, empezaba a las 19:30 horas en la boliviana Riberalta.
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Los tres participantes atrapados en Guayaramerín —este reportero, el diputado Juan Carlos Ojopi y el ingeniero Walter Justiniano, uno de los ponentes— decidimos contratar un taxi y partir un poco antes de las 18 para pasar apenas los huelguistas abrieran el camino.
Pero los maestros de Riberalta, situada 93 kilómetros al oeste de Guayaramerín, decidieron mantener en la noche el bloqueo cerca de la ciudad, usando sus motocicletas y troncos de árboles. El viaje rápido que nos permitió la carretera, sin pavimentar pero en buen estado, se interrumpió allí.
La solución fue dejar el taxi, pasar a pie la barrera y tomar otro automóvil, enviado desde Riberalta. El trastorno se repitió el día siguiente, al regresar a Guayaramerín, donde proseguiría el taller. Salimos temprano, antes que se rearmara el bloqueo riberalteño, pero no lo suficiente para eludir el guayaramereño.
Los 1.200 pesos bolivianos (170 dólares) del sueldo básico magisterial "no alcanzan para comer", se quejó Limpias.
Tras cinco días de bloqueos y protestas, el gobierno ofreció un aumento salarial de 12 por ciento para algunos sectores de empleados públicos, acordado con la Central Obrera Boliviana (COB). Los maestros reclamaban 15 por ciento, pero aceptaron suspender la movilización, amenazando con reanudarla más adelante.
En Bolivia hay unas 120.000 maestras y maestros, la inmensa mayoría mujeres, y en Guayaramerín son casi 1.000, de las cuales 165 son rurales, informó Castulia Solares, integrante del comité de huelga que arriesgó su cargo de directora de una escuela al asumir el liderazgo del movimiento local.
Para ascender en la carrera se necesita aprobar "exámenes complejos" y si se llega a la categoría máxima se logra apenas duplicar el sueldo inicial, observó Solares. No se reconoce el esfuerzo de capacitación, como cursar la licenciatura, se lamentó.
Los maestros rurales, que tienen una organización sindical propia, ganan un poco más y un adicional para el transporte, porque "no hay condiciones para vivir en el campo", señaló Francisco Noza, que se dedicó a esta tarea porque "conocí la necesidad de los niños rurales".
La inflación liquidó el salario, por eso los bloqueos tiene hoy una amplitud sin precedentes en los últimos 12 años, sostuvo. A ello se añaden las "promesas falsas" del "presidente Evo", como la entrega de una computadora a cada maestra y maestro y mejores sueldos.
Para Noza, las mujeres son mayoría en la enseñanza y en "muchas instituciones bolivianas, a causa de las guerras pasadas y la migración al exterior", que afectan más a los varones.
En este escenario, donde un actor clave como la COB lanza contra el gobierno el hechizo de los bloqueos, otro bumerán podría partir del proyecto hidroeléctrico de Cachuela Esperanza, sobre el río Beni, a 44 kilómetros de Guayaramerín.
Un estudio encomendado por el gobierno boliviano a la consultora canadiense en ingeniería Tecsult señala que puede ser financieramente más ventajoso exportar a Brasil toda la electricidad de Cachuela, y con esos ingresos adquirir gasóleo para las termoeléctricas que abastecen hoy el área de influencia del proyecto, que comprende las ciudades de Cobija, Guayaramerín y Riberalta.
Es evidente que el proyecto solo será factible vendiendo casi toda la electricidad al gran mercado brasileño. La demanda nacional actual de Bolivia es de poco más que la capacidad prevista para Cachuela Esperanza, de 990 megavatios, y los tres municipios del extremo norte consumen menos de 20 megavatios.
Otros mercados bolivianos importantes, como Trinidad, capital de Beni, están a más de 1.100 kilómetros de distancia y suponen un costo de transmisión inviable.
El proyecto asume así un carácter brasileño en territorio boliviano. Lo más probable es que, además del mercado consumidor, también su ejecución y financiación sean brasileñas.
Eso significa renunciar a "la soberanía energética", advirtió el ingeniero Justiniano, consultor independiente del Ministerio de Medio Ambiente y Aguas.
Ese argumento puede ser decisivo en una Bolivia que nacionalizó los hidrocarburos en 2006. El nacionalismo cultivado por Morales puede volverse en contra de su decisión de construir una hidroeléctrica "desnacionalizada".
En la frontera, el abrumador poder económico de Brasil se siente por todas partes. Constituye una amenaza y también oportunidades.
La cotización del real, la moneda brasileña, es de cuatro bolivianos en las calles y tiendas, pero sube en el cambio oficial a 4,40 por unidad. Los maestros brasileños conquistaron por ley en 2008 un piso salarial nacional que equivale justamente a 4,4 veces el sueldo de sus pares bolivianos.
Ese desequilibrio hace pujante el comercio de Guayaramerín, frecuentado a diario por compradores brasileños, pese a que la cuota legal de compras fronterizas está limitada a 300 dólares por mes.
El brasileño José Rodrigues —que vino con su esposa para una cirugía gratuita de cataratas en un hospital guayaramereño en el que trabajan médicos cubanos— lamenta no poder llevarse una motocicleta, que en Brasil cuesta el triple.
Pero las ropas y otros bienes que compra aquí y revenderá en su ciudad, Cerejeiras, le rendirán ganancias para pagar el viaje.
Cruzar el Mamoré desde la orilla brasileña cuesta el doble que desde el lado boliviano y permite conocer también los contrastes sociales.
Las motocicletas dominan las calles bolivianas: familias enteras, incluso bebes en brazos de sus madres o abuelas, pasean libremente sin los cascos exigidos en Brasil, donde no usarlos es una infracción que se paga con una abultada multa.
Pero en Bolivia no se producen los muchos y trágicos accidentes que aumentan sin cesar en Brasil. La baja velocidad local, según los bolivianos, explica esa diferencia. Para ellos las motos representan un transporte práctico y barato, mientras los brasileños buscan velocidad y ganarle al automóvil en las calles atestadas.