Mientras desertores del ejército libio organizan el armamento que se llevaron de los bastiones del líder Muammar Gadafi, miles de civiles se enlistan para un posible ataque sobre la capital, destinado a poner fin al régimen instaurado en 1969.
El martes 1, algunos soldados entrenaban en técnicas de marcha a los nuevos reclutas, hombres de 18 a 60 años, en una cancha de básquetbol a los fondos de una escuela secundaria de Bengasi, la segunda mayor ciudad de este país del norte de África, situada en el noreste, sobre el mar Mediterráneo.
En los últimos dos días, este lugar convertido en centro de reclutamiento ha reunido a unas 4.000 personas, dijo un militar. Y en una base del ejército en las afueras de ciudad, los nuevos reclutas suman unos 10.000.
"Quiero que mi país se libre de Gadafi y del infierno de 41 años que nos trajo", dijo Salem Abdelhassid El Dressy, contador de una empresa de electricidad y padre de dos niños.
"Gadafi tomó el poder el año en que yo nací, y ya es hora de un cambio. Creo que habrá una gran batalla si vamos a Trípoli. Ojalá me equivoque, pero estoy listo para combatir. Todos mis amigos y familiares sienten lo mismo, que Gadafi debe irse. Todos queremos ir a Trípoli y terminar con él", dijo a IPS.
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La lluvia de rechazos al gobernante en Bengasi contrasta con los mensajes televisados que hablan del amor del pueblo por su líder. Las apariciones públicas de Gadafi difieren cada vez más de la realidad que se ve en las calles.
La embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Susan Rice, calificó el martes la conducta de Gadafi como "ilusoria". Lo que enfurece a la gente aquí es su afirmación de que no ha incitado la violencia cuando los hospitales están llenos de heridos y los médicos sostienen que las víctimas llegan en pedazos por el fuego de artillería.
El 20 de febrero ciudadanos y soldados tomaron el control de esta ciudad, después de que tropas leales y mercenarios abrieron fuego indiscriminado contra la gente que se manifestaba en las calles, matando a cientos e hiriendo a algunos miles. Personal médico entrevistado sostiene que debieron trabajar sin dormir durante cinco días para asistir a las víctimas.
Desde que Bengasi desafió al régimen, esta urbe de 800.000 habitantes se ha convertido en el baluarte del movimiento rebelde. Líderes locales y oficiales militares conformaron comités para administrar la región este del país ya en sus manos.
La mayor parte de las tiendas y comercios están cerrados y los servicios son mínimos, pero la ciudad sigue funcionando. A diario manifestantes se concentran frente a la sede de la Corte Suprema de Justicia agitando banderas verdes, negras y rojas y entonando canciones y consignas contra Gadafi.
Mientras en Zawiya, a unos 50 kilómetros de Trípoli, los rebeldes repelieron un ataque de fuerzas gubernamentales que intentaban retomar esa ciudad.
Las condenas internacionales al uso de la fuerza militar contra civiles está creciendo, y más países y empresas congelan los bienes de Gadafi y de su familia. El Parlamento Europeo discutía nuevas medidas mientras la embajada de Libia en Estados Unidos reemplazaba la bandera oficial por la rebelde.
Mientras los civiles se suman al reclutamiento, cerca de allí en el depósito de armas de Salmani, soldados rebeldes organizan un arsenal hallado en búnkeres del régimen, dentro y fuera de la ciudad.
Según el coronel Mohammed Samir Al-Abar, comandante de blindados, el ejército está divido entre aquellos que pertenecen a la tribu de Gadafi, sus aduladores y mercenarios, de un lado, y todos los demás del otro.
"Los oficiales de alto rango adoran a Gadafi, están totalmente controlados", dijo Al-Abar. "Carecen del verdadero espíritu libio. Mi gente está lista para luchar. Cada oficial aquí tiene un grupo así. Los tanques están listos. Y la voluntad del pueblo es sólida como una roca", dijo a IPS.
Ahora esa determinación es respaldada con armas, algunas que datan de los años 70 y otras almacenadas casi desde la misma época. Los soldados se han dedicado a limpiar y reensamblar el armamento. El martes tomaron los lanzacohetes antiaéreos de fabricación rusa, sobresaltando a la gente cuando lanzaron varias rondas de disparos de prueba.
"Gadafi nunca nos dio equipamiento", dijo el soldado reservista Adel Mustafá. "Él no confiaba en el ejército regular, sólo en su gente. Pero ahora el pueblo controla el armamento de cada base militar tomada".
"Estos cohetes antiaéreos, por ejemplo, están viejos y sucios. Pero todavía funcionan. Antes de que el pueblo los tomara, el régimen los usaba contra su propia gente. Mire el tamaño de los proyectiles. Cuando impactan en un cuerpo humano lo deshacen. Fueron diseñados contra aviones, no contra gente. Pero Gadafi los usaba para matar a su pueblo".
Las opciones de Gadafi parecen limitadas: ha dicho que nunca abandonará Libia, y ningún país ha dado señales de querer recibirlo. Casi encerrado en Trípoli con quienes siguen leales, posiblemente luche hasta el final. El ejército improvisado de Bengasi, con sus soldados reservistas y contadores, está más que deseoso de darle batalla.