UNA BATERÍA DE MEDIDAS PARA FRENAR LAS ALZAS DE LOS ALIMENTOS

El mundo está viviendo otra alza notable del precio de los alimentos, que en enero pasado alcanzó un nuevo pico histórico por séptimo mes consecutivo dado que el Índice de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) llegó a los 231 puntos, un 3,4% más que en diciembre 2010. Asimismo, el incremento acumulado durante 2010 se ubicó en un 25% con respecto al nivel de 2009.

Este nuevo episodio suscita preocupaciones acerca de la inestabilidad en los mercados mundiales de alimentos y sus implicaciones sociales.

El importante incremento del 2008 fue provocado sobre todo porque las existencias de cereales se habían reducido hasta alcanzar niveles peligrosamente bajos en 2007. Las razones fueron múltiples, ya que combinaron inesperados movimientos en la oferta y la demanda así como las reacciones políticas al respecto.

El pico de 2010 se explica parcialmente por la escasez en la producción debida al mal tiempo. La transmisión de las señales de precios a los mercados locales ha sido altamente heterogénea. La reserva de existencias ha ayudado a mantener bajos los precios nacionales en muchos países. En la mayor parte de los países latinoamericanos, por ejemplo, los precios del pan permanecieron estables pese a las alzas internacionales del trigo.

No obstante sus diferentes características, las dos alzas revelan un ambiente mucho más incierto que el de hace 10 años.

Los movimientos de los precios ya no son determinados solamente por las fuerzas de la oferta y la demanda: las materias primas agrícolas están atrayendo inversiones especulativas fomentadas por el exceso de liquidez en los mercados internacionales y otros factores menos transparentes y cambiantes, como las expectativas y el apetito por el riesgo, comienzan a jugar un papel importante en la fijación de los precios.

Además, los mercados de alimentos están cada vez más entrelazados con los mercados financieros y de la energía, ambos caracterizados por una gran volatilidad.

Aunque las existencias de granos son mayores actualmente, este no es el momento de dormirse en los laureles. Si la escasez en la producción persiste, las existencias se reducirán y tarde o temprano los incrementos de los precios internacionales probablemente se extenderán a los mercados locales.

El exceso de volatilidad de los precios es indeseable, no sólo porque hace caer un peso desproporcionadamente alto sobre los consumidores más vulnerables ­los pobres utilizan más del 70% de sus ingresos en alimentos- sino también porque acarrea niveles de producción por debajo de lo óptimo dado que los agricultores son típicamente reacios al riesgo.

¿Qué debería hacerse para aliviar esta preocupante situación?

En primer lugar, es necesaria una respuesta coherente y coordinada a escala mundial para llevar una mayor estabilidad a los mercados globales.

A escala nacional, los países pueden tratar de minimizar el riesgo de oscilaciones de precios o de manejar las posteriores consecuencias negativas. Una posibilidad es la de tratar de controlar los precios mediante esquemas de estabilización, pero ello implica altos costos fiscales y es difícil de manejar. Otra posibilidad es aplicar medidas fronterizas y subsidios domésticos, pero en ambos casos se puede distorsionar los precios. Asimismo, esas medidas son muy difíciles de desmantelar una vez que ya no se justifican.

Finalmente, hay políticas para contrarrestar las implicaciones negativas de los picos de precios, que incluyen la extensión de las existentes redes de seguridad para compensar las pérdidas de poder adquisitivo de los consumidores. Esta política ha sido adoptada por la mayoría de los países latinoamericanos, generalmente con resultados positivos.

Otras estrategias para mitigar las alzas incluyen el incremento de las reservas de emergencia, el estímulo a la diversificación para incluir alimentos de producción local, el mejoramiento de la eficiencia de los mercados domésticos y la ayuda a la población vulnerable para cultivar productos para autoconsumo.

Esas medidas pueden dar resultados inmediatos, pero a largo plazo la única solución está en asegurar existencias abundantes y estables. Aunque el mundo produce suficientes alimentos, la producción global necesita ser aumentada gradualmente para mantener el paso frente al crecimiento de la población.

La baja inversión en agricultura a través de los años, en particular en los países en desarrollo, los hace más vulnerables ante las nuevas dinámicas que dominan el mercado mundial. La inversión en agricultura, que permitiría incrementar la productividad y mejorar la resistencia ante los riesgos climáticos, junto con el fortalecimiento de las instituciones rurales y un mejor gobierno de los mercados de materias primas, son imprescindibles para reducir la incidencia de los picos de precios. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) José Graziano da Silva es el Representante Regional para América Latina y El Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y Ekaterina Krivonos es la encargada de Comercio y Mercados de la misma regional.

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