«Rompe mi corazón, pero no toques mi pan», reza un proverbio árabe. No observarlo puede tener un alto costo político. Sólo hay que preguntarle al derrocado presidente de Túnez, Zine El-Abidine Ben Ali.
Durante varias semanas, los tunecinos protestaron contra el alto desempleo, la corrupción endémica y la represión política. También se quejaron del alto costo de alimentos básicos como el trigo, el azúcar y la leche, cuyos precios se dispararon aproximadamente 25 por ciento en la primera semana de este mes.
"Queremos pan, agua y a Ben Ali fuera", entonaba un grupo de manifestantes.
El viernes pasado, luego de que una brutal represión y concesiones de último minuto no lograran contener a los manifestantes, el presidente huyó con su familia a Arabia Saudita.
Analistas coinciden en que Ben Ali, quien gobernó con mano dura ese país del norte de África durante 23 años, subestimó el malestar público. Fue un error capital para un gobernante veterano que, según un cable diplomático divulgado por Wikileaks, no tenía casi contacto con su pueblo.
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El presidente debió haber recordado las protestas de 1984 por el precio del pan, que dejaron 80 muertos y casi acabaron con el gobierno de su predecesor, Habib Bourguiba.
Manifestaciones similares ya habían estallado en Egipto en 1977, en Marruecos en 1981 y en Jordania en 1989. Fueron también protestas contra el aumento del precio del pan las que casi les dieron a los islamistas el control del parlamento en Argelia, situación que derivó en una guerra civil de una década.
Procurar alimentos baratos es parte de un pacto no escrito entre los regímenes árabes y su pueblo. Desde los años 50, los gobernantes de Medio Oriente y el norte de África han entregado alimentos básicos subsidiados, como pan, leche y huevos, para mantener en calma a las masas.
"Aunque funcionarios reconocen la carga que suponen estos subsidios en los presupuestos nacionales, temen reducirlos o eliminarlos", señaló el economista Abdel Fatah El-Gebali, del Centro Al-Ahram para Estudios Políticos y Estratégicos. "Tienen miedo de causar una inflación y una agitación social".
En los corredores del parlamento de Egipto, país que destina alrededor de siete por ciento de su producto interno bruto a subvencionar combustibles y alimentos, se habla de planes para reestructurar este beneficio.
El gobierno quiere reemplazar el actual sistema "en especie" por uno de pagos en efectivo a los que más lo necesitan. Sin embargo, el plan es constantemente demorado por funcionarios de gobierno que temen causar malestar público.
Los anticuados e ineficientes sistemas de subsidios aplicados desde Rabat hasta Riyadh ahora son cuestionados debido a los altos precios internacionales de los alimentos y los combustibles.
Los gobiernos árabes afrontan un dilema: absorber los costos extra de la inflación en los programas nacionales de subsidios, con riesgo de aumentar el déficit presupuestal, o permitir que los precios se disparen, con la amenaza de que se desate un levantamiento popular.
Túnez parece haber elegido mal.
Por supuesto, la inflación no es el único factor. Es la mezcla de pobreza, alto desempleo, disparidad económica y creciente costo de vida lo que ha convertido a la región en un barril de pólvora.
Datos de la Organización Árabe del Trabajo indican que los países de Medio Oriente y el norte de África tienen los más altos índices de desempleo en el mundo: un promedio de 14,5 por ciento en el año fiscal 2007-2008, contra el promedio internacional de 5,7 por ciento. Y las tasas podrían ser aun más altas según estimaciones no oficiales.
En Egipto, 20 por ciento de la población sobrevive con dos dólares diarios (la línea de pobreza reconocida por la Organización de las Naciones Unidas), en Argelia 23 por ciento, en Marruecos 14,3 por ciento, en Túnez 12,8 por ciento y en Yemen más de 45 por ciento.
El levantamiento que derrocó al presidente de Túnez no fue un movimiento político, sino una revuelta espontánea de ciudadanos que no podían satisfacer sus necesidades básicas. Comenzó cuando Mohammad Bouazizi, un joven de 26 años con título universitario, se inmoló con fuego luego de que la policía le confiscara la carreta sin licencia que usaba para vender alimentos y sobrevivir.
"Los tunecinos y los argelinos están hambrientos. Los egipcios y los yemeníes están justo detrás de ellos", escribió el analista Mishaal Al Gergawi en el periódico The Gulf News, de Emiratos Árabes Unidos
"Mohammad Bouazizi no se inmoló porque no podía tener un blog o votar. La gente se prende fuego porque no puede ver a su familia marchitarse lentamente, no de tristeza, sino de profunda hambre", añadió.
La inmolación de Bouazizi el 17 de diciembre desató una agitación popular que derrocó al gobierno tunecino y ahora amenaza con extenderse a otras naciones árabes.
¿Deberían preocuparse los regímenes de la región? Hasta ahora han logrado retener el poder a través de elecciones fingidas y neutralizando y desmoralizando a la oposición política. Pero una Intifada (levantamiento popular) por el pan podría ser una fuerza imparable.