Una visión del «Apocalipsis, todo quemado, negro de cenizas y de humo», fue lo que vio la fotógrafa Mila Petrillo al regresar en octubre a lo que era su edén, aparentemente perdido, en el municipio brasileño de Alto Paraíso, a 230 kilómetros de Brasilia.
Los incendios se extendían cerca de su residencia, en el área boscosa de la Chapada dos Veadeiros, una extensa formación montañosa con mesetas, en «muchas líneas de fuego y altas llamaradas», porque se quemaban árboles, no solo vegetación rastrera.
Casi un mes después, al volver de otro viaje, Petrillo se sorprendió con la «fuerza impresionante del verde» que había recobrado con creces la vegetación. «Nunca había visto la naturaleza tan bonita en la Chapada», una belleza «proporcional a la devastación anterior», enfatizó.
Ese rápido paso del «infierno al paraíso» comprueba la resiliencia de la vegetación del Cerrado, que aún sorprende a la fotógrafa, pese a las cuatro décadas que lleva viviendo en ese bioma de dos millones de kilómetros cuadrados en el centro de Brasil.
Las sequías graves, como la de este año, causan allí miles de incendios espontáneos.
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La gran resistencia del Cerrado a la sequedad, a los grandes altibajos de temperatura e incluso al fuego debería contribuir a la adaptación de la agricultura al cambio climático, esperan los científicos. Sus especies, que evolucionaron en las condiciones más adversas, constituyen recursos genéticos que pueden salvar el futuro agrícola.
Dos décadas atrás, el Cerrado era el «primo pobre» de los biomas brasileños. Similar a las sabanas, ahora gana nueva importancia. «De problema se convirtió en solución», dijo el biólogo José Felipe Ribeiro, de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, por sus siglas en ingles).
Los estudios realizados por 48 investigadores desde la década de 1990 se reunieron en el libro «Cerrado: Ecologia e Flora», publicado en 2008 como un esfuerzo para sistematizar el conocimiento acumulado sobre realidades y necesidades de protección del bioma, recopilando las especies vegetales conocidas hasta entonces.
Las investigaciones avanzaron, y hoy hay más de 12.000 especies identificadas, cerca de 30 por ciento del total brasileño, y entre ellas 38 leñosas que aparecen en la mayor parte del Cerrado, lo que indica una capacidad mayor de adaptarse a variadas condiciones de clima y suelo, destacó Ribeiro, coorganizador del libro.
Esas 38 especies despiertan una atención especial por su «habilidad» para adaptarse a un clima de notables oscilaciones, «de norte a sur y del este a oeste», dijo Ribeiro para este artículo.
Cinco de esas especies fueron elegidas en investigaciones que buscan «identificar los genes de esa adaptabilidad, y cómo introducirlos en los cultivos» de gran relevancia agrícola, informó Eduardo Assad, investigador del centro de informática agropecuaria de Embrapa.
Se trata de arbustos de gran densidad, que soportan «grandes variaciones de temperatura y clima», dijo Assad a IPS. Su material genético puede agregar capacidad de adaptación climática a la agricultura.
Embrapa, una institución decisiva en el proceso que convirtió a Brasil en el mayor exportador mundial de varios productos agrícolas, es un conjunto de 42 centros de investigación, uno de ellos especializado en el Cerrado, y tres de servicios, como el de transferencia de tecnología.
Los objetivos del grupo que participó en el libro son reunir el conocimiento sobre la riqueza del Cerrado, evaluar qué se puede hacer con él y transferirlo a los productores agrícolas o de otras actividades relacionadas con la biodiversidad del bioma, explicó Ribeiro.
En la última década aparecieron heladerías que utilizan frutas del Cerrado como materia prima, contribuyendo a valorizar especies antes menospreciadas y en rápida depredación, ejemplificó. Y hay especies medicinales que son explotadas hace mucho por la población local e incluso por grandes empresas farmacéuticas transnacionales.
La variedad de especies de flora y fauna del Cerrado, cuyos datos recientes sorprendieron por su cantidad a científicos y opinión pública, constituye «un privilegio concedido por la naturaleza», pero que se está perdiendo por el avance de la deforestación, señaló Ribeiro.
El área de esta sabana dejó de ser considerada infértil y poco útil para la siembra hace cerca de tres décadas. Así avanzaron sobre sus tierras cultivos como soja, café y caña de azúcar, impulsados por investigaciones y fertilizantes.
La deforestación del Cerrado tiene un ritmo dos veces mayor que la de la Amazonia, y «menos de 20 por ciento de su área mantiene su vegetación nativa», según Valmir Ortega, director del Programa Cerrado y Pantanal de la organización no gubernamental Conservación Internacional (CI).
Oficialmente se estima que poco más de la mitad del bioma mantiene su cobertura vegetal original, pero CI descuenta la parte «degradada, donde entra el ganado y las principales especies fueron expulsadas», para concluir que solo 17 por ciento sigue intocado y «relativamente protegido», y de él ocho por ciento está en áreas de conservación estatal.
La legislación brasileña exige conservar la vegetación original en 20 por ciento de cada predio rural, lo que se denomina reserva legal, y eleva el límite a 35 por ciento si la propiedad se encuentra en la llamada Amazonia Legal, una región política que comprende nueve estados de este país, algunos de ellos sólo en parte ocupados por los densos bosques amazónicos.
El cambio climático constituye una buena razón para preservar el Cerrado, pero la protección es «muy insuficiente», se lamentó Ortega. Como frontera de expansión agrícola, sufre la presión de la creciente demanda de alimentos de países como China e India, además del crecimiento del consumo interno brasileño, observó.
Para Ortega, el principal factor de la deforestación es el precio de la tierra, que se eleva aceleradamente por esa demanda y la fuerte especulación inmobiliaria. La tierra deforestada vale mucho más: el precio de una hectárea en el Cerrado se multiplicó por cuatro y hasta por seis en los últimos años, dijo el activista.
Para contener la deforestación es necesario remunerar a los propietarios que conservan los recursos naturales, defiende Ribeiro. El costo de proteger la biodiversidad «no debe pesar solo sobre el productor rural», arguyó.
Los conocimientos de Embrapa pueden contribuir a que la reserva legal sea rentable, así como otras áreas de protección en las orillas de ríos y en los altos de montañas, con la extracción controlada de plantas medicinales y de frutas para la venta o la industrialización, sostuvo.
La emergencia del cambio climático favorece una «nueva percepción» sobre el Cerrado, acotó Ribeiro.
Se trata, sin embargo, de una conciencia limitada a pocos.
Visitar Brasilia entre julio y septiembre suele ser desagradable. El aire seco, con una humedad tan baja como la de los desiertos, irrita la garganta y los ojos, provoca problemas respiratorios y hemorragia nasal.
Todo se vuelve mágicamente verde con las primeras lluvias y, sin embargo, la población en general ignora que ese fenómeno puede ser la llave para asegurar su alimentación en el futuro.
* Este artículo es parte de una serie de reportajes sobre biodiversidad producida por IPS, CGIAR/Bioversity International, IFEJ y PNUMA/CDB, miembros de la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).