Después de una larga espera y de varias posposiciones, el Partido Comunista de Cuba, gobernante y rector de la política de la isla del Caribe, ha convocado a su VI congreso, que se celebrará en abril de 2011. El anterior se efectuó en 1997, hace más de trece años.
Al unísono con el anuncio del cónclave, hecho por el segundo secretario de la organización y presidente de la República, el general Raúl Castro, también se hizo público y se puso en circulación, con una edición de muchos miles de ejemplares, un folleto de 32 páginas titulado Proyecto de lineamientos de la política económica y social, un documento que, a través de una introducción y 291 propuestas, comienza a definir un nuevo modelo de política económica, productiva, comercial y social del país, que, se espera, permita superar la crisis del actual. Tal empeño se anuncia bajo el principio de que el sistema de planificación socialista continuará siendo la vía principal para la dirección de la economía nacional y con la perspectiva de que la isla se encamine hacia una eficiencia productiva, promueva la eliminación de las más diversas formas de paternalismo generadas e impulsadas por el mismo Estado cubano y obtenga la necesaria credibilidad por parte de antiguos y nuevos inversores extranjeros.
El propósito de la masiva distribución del Proyecto de lineamientos… es que se convierta en un texto debatible por las diversas instancias partidistas y por la ciudadanía, en busca de acuerdos, desacuerdos y modificaciones de sus planteamientos concretos, tácticos y estratégicos. Sin embargo, la categórica formulación de muchos de sus puntos, la especialización necesaria (en materia económica, financiera, comercial) para la comprensión de muchos de sus acápites y su recorrido por los más disímiles aspectos de la realidad económica cubana (desde la balanza internacional de pagos hasta la producción artesanal y la recuperación de neumáticos) advierten que su aplicación global es una política en vías de hechos, cuya materialización se está produciendo y se producirá como parte del llamado perfeccionamiento del modelo económico cubano promovido por el gobierno ante las dificultades, incongruencias e incapacidades del esquema hasta ahora en práctica, que en muchos aspectos respondió a las exigencias de la profunda crisis que el país atravesó en la década de 1990, y que promovió, entre otros males, la existencia de una doble circulación monetaria.
Son muchos los aspectos que llaman la atención en el documento lanzado al ruedo, pero sin duda entre los más notables se encuentran la descentralización de la economía a través de la autonomía empresarial y la instrumentación de mecanismos económicos y financieros en un proceso en el que solían aplicarse decisiones políticas y administrativas, muchas veces antieconómicas, como la realidad del país lo ha demostrado. Por ello, en un lenguaje muy preciso, el Proyecto partidista advierte que la existencia de casi todas las empresas dependerá, en lo adelante, de su capacidad de generar ganancias, o se procederá a su liquidación, mientras que las entidades que recibirán presupuesto estatal se reducirán al mínimo. Incluso, se afirma que en los proyectos solidarios con otros países (parte esencial de la política internacional cubana) se tendrá en cuenta el elemento económico, casi siempre desconocido en esa esfera.
En el mismo sentido se hallan los abundantes reclamos a la supresión de subsidios (que llegarán hasta la desaparición de la libreta de abastecimiento o racionamiento, que suministra un pequeña cantidad de productos a bajos precios, indispensables, sin embargo, para la alimentación de un alto porcentaje de las familias cubanas), a la eliminación de puestos de trabajo en las empresas estatales y organismos del Estado (proceso ya en marcha que contempla el despido de medio millón de trabajadores en seis meses) y al fomento de formas no estatales de producción, servicio y tenencia de la tierra, con el previsto incremento de la fuerza laboral en cooperativas y por cuenta propia, tendencia que va acompañada por la implementación de una nueva política fiscal que contempla grandes imposiciones para las mayores ganancias.
El vuelco económico que ha comenzado en Cuba es, a todas luces, profundo y radical, sin que por ello se prevean grandes modificaciones del sistema político unipartidista y la estructura de gobierno. Pero la resonancia social que traerán los cambios ya adelantados y los por venir, será sin duda un desafío que deberá asumir ese mismo modelo político, antes basado en la máxima estatalización, el control centralizado y la total dependencia del ciudadano de las estructuras laborales, distributivas y económicas del Estado.
A nivel de la población los cambios más polémicos tienen que ver, precisamente, con la nueva política laboral y con la supresión de subsidios -que llega hasta los sectores de la educación y la salud. La posibilidad de que un por ciento de los desempleados de los próximos meses deriven hacia el trabajo por cuenta propia, a la par que muchos de los que ya lo hacían legalicen su situación, parece una de las soluciones más complejas, habida cuenta la crítica situación económica del país (falta de insumos, materiales, etc.), la política impositiva que arranca con altos por cientos de pagos al Estado y la carestía, vuelta a incrementar recientemente, de elementos básicos para algunas producciones y servicios, como la electricidad y el combustible.
Es evidente que los necesarios cambios estructurales y de concepto del modelo cubano que anunció hace tres años el entonces presidente interino Raúl Castro, comienzan a tomar forma y espacio en la vida social y económica cubana. Ahora está por ver cómo su implementación afecta la vida de millones de cubanos, abocados a vivir en un país en el cual la competitividad económica y el trabajo sustituirán al paternalismo estatal, en el que la eficiencia pretende ocupar el lugar del subsidio, y en donde se generarán, inevitablemente, desigualdades económicas y sociales luego de décadas de igualitarismo oficialmente creado y promovido. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a más de quince idiomas y su más reciente obra, El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y su asesino, Ramón Mercader.