«Nunca vi la guerra con mis propios ojos», dijo Phongsavath Manithong, refiriéndose al conflicto que décadas atrás dejó millones de bombas de racimo enterradas en Laos, una de las cuales le arruinó la vista y le arrancó las manos hace apenas tres años.
Phongsavath, de 18 años, se refriega el rostro con los brazos cuando cuenta cómo su vida cambió para siempre.
En 2007, tropezó con una pequeña esfera metálica enterrada cerca de su escuela. Había escuchado de chico historias de aviones que lanzaron fuego del cielo años atrás, cuando él ni siquiera había nacido. Pero nunca había visto una bomba, y mucho menos tenido una en sus manos.
"No sabía qué era. No sabía que iba a ser peligroso. Entonces intenté abrirla", contó.
Esa decisión cambió su vida. Phongsavath recuerda solamente haber visto una ráfaga de luz antes de que su mundo se oscureciera. Cuando se despertó en el hospital, estaba ciego y sin sus manos.
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El explosivo era una bomba de racimo lanzada durante las operaciones secretas estadounidenses en Indochina entre 1964 y 1973.
El objetivo de los ataques aéreos era destruir la crucial línea de suministro al ejército de Vietnam del Norte, que atravesaba Laos y Camboya. Para el fin de la guerra, esa campaña aérea había convertido al territorio laosiano en el más bombardeado en la historia.
Hoy son civiles como Phongsavath los que están pagando el precio de ese conflicto. Desde que terminó la guerra, más de 20.000 laosianos han muerto o resultado heridos por explosivos abandonados.
Las bombas de racimo están formadas por un contenedor con cientos de pequeñas municiones, que tienen una imprecisión inaceptable y son poco fiables, según sus críticos.
Una vez lanzadas desde aviones, vehículos terrestres o marítimos, estallan y las municiones se dispersan antes de llegar al suelo sobre grandes superficies, incluso de cientos de hectáreas. Entre cinco y treinta por ciento no explotan de inmediato, y quedan dispersas en el suelo o enterradas.
Durante la Guerra de Vietnam (1965-1975), Estados Unidos arrojó más de dos millones de toneladas de bombas sobre Laos. Esto, según datos de la Organización de las Naciones Unidas, supera los explosivos lanzados sobre Europa durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Activistas esperan que 2010 sea un año de impulso para la campaña destinada a erradicar esas armas. En agosto entró en vigor la Convención contra Municiones de Racimo, que prohíbe su uso.
El jueves comenzó en Vientiane, al capital laosiana, la primera reunión de evaluación del acuerdo por los estados parte, con delegados de más de 100 países.
"Lo más aterrador es que hay más de 80 millones de esas bombas desparramadas en todo el país, en campos de agricultores, cerca de escuelas, junto a carreteras", dijo Thomas Nash, coordinador de la Coalición contra las Municiones de Racimo, coalición de la sociedad civil que exige una amplia implementación de la Convención.
"Por tanto, hay mucho por hacer para limpiar a este país del legado mortal de una guerra que terminó hace más de 35 años", señaló.
Laos es el país más afectado, pero las bombas de racimo también se encuentran en diversos países del globo, desde Angola hasta Zambia, Líbano y Libia.
Las 108 naciones que firmaron la Convención se comprometieron a prohibir su uso y a finalmente destruir los arsenales. También hicieron firmes promesas para limpiar tierras contaminadas con los explosivos y proveer asistencia a las víctimas.
Pero, mientras países severamente afectados como Laos han ratificado el tratado, los principales actores militares y que aún poseen esas armas, como Estados Unidos, China y Rusia, por ejemplo, eluden la Convención.
No obstante, activistas como Nash, esperan que al menos el tratado sirva para estigmatizar lo suficiente a las armas para que su uso sea considerado indefendible, algo que, sostiene, ya se ha logrado con las minas antipersonal.
Estados Unidos, por ejemplo, no ha firmado el Tratado de Ottawa, que prohíbe el uso de minas antipersonal y que ha entrado en vigor hace más de una década. Pero se cree que las fuerzas estadounidenses no han usado más esas armas desde la primera Guerra del Golfo, en 1991.
"Las minas antipersonal han sido erradicadas de la mayoría de los arsenales militares, y creemos que lo mismo sucederá con las municiones de racimo", afirmó Nash.
"No puedes ganar una guerra política si matas a civiles, y eso es lo que hacen las bombas de racimo. Por tanto, creo que el mensaje a los países que no han firmado es que creemos haber establecido un estándar por el cual todos los países son juzgados, suscriban el tratado o no", añadió.
Aun así, la vida para las víctimas sigue siendo una lucha diaria.
Ta Doangchom, de 39 años, perdió sus brazos y su ojo derecho hace nueve años cuando sin querer accionó una bomba mientras recolectaba alimentos. "No puedo mantener a mi familia. Todos mis hijos debieron abandonar la escuela porque somos muy pobres. Me siento como una carga para mi esposa y para mi familia", confesó.