Sithabile Ruswa, de 41 años, es una de las tantas zimbabwenses que están asumiendo faenas antes reservadas a los hombres.
Como millones de otras mujeres en este país de África austral, Ruswa no tenía oportunidades para acceder al mercado laboral formal, y por ello decidió asumir por su cuenta una ocupación considerada "del ámbito masculino".
Ruswa trabaja con metal, fabricando ollas, cacerolas, bandejas para hornear, candeleros, palas y toda una gama de utensilios de cocina que vende en Bulawayo, una vasta ciudad con dos millones de habitantes.
Tras instalar un taller en el patio trasero de su casa y contando con ayuda de familiares, inició un pequeño pero próspero negocio, a pesar de las muchas dificultades. Este es un país donde las mujeres todavía tienen poco acceso a capital o apoyo formal de instituciones financieras.
"Mi último esposo me enseñó cómo hacer estas ollas. Nos apoyó fabricando y arreglando algunas", explicó Ruswa, quien también debe atender a sus hijos de cinco años en su pequeño hogar del suburbio de Mabutweni.
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"Fue duro al principio, pero ahora lo domino. Mis hijos trabajan como mis asistentes. Van por los pueblos y por el distrito central de negocios vendiendo las ollas", explicó.
Los prejuicios hacia las mujeres que ingresan al negocio se vieron reflejados en la conversación que mantuvo IPS con Gillian Msakwa, establecido fabricante de muebles de acero en la ciudad.
Aunque admitió que mujeres como Ruswa debían recibir apoyo, dijo que había "preocupación" por el hecho de que asumieran ocupaciones "demasiado exigentes físicamente" para ellas.
Sostuvo que sería más adecuado que se abocaran a tareas relacionadas con su misión de ser "columna de la familia". No obstante, reconoció que los hombres debían cambiar su mentalidad y romper estereotipos de género.
El gobierno de unidad nacional, en medio de una dura crisis política y económica, no ha brindado oportunidades concretas de trabajo formal, en especial para las mujeres.
"Estoy feliz de enviar a mis hijos a la escuela. Nunca pensé en una vida más allá de eso", dijo Ruswa.
Como muchas mujeres que dirigen su propia empresa en el patio trasero de sus viviendas, Ruswa no tiene muchas posibilidades de expansión, a pesar de la firme demanda de sus productos baratos.
Para fabricar sus artículos, Ruswa obtiene materiales de fábricas y fundiciones. Vende sus ollas a cuatro dólares, las bandejas a tres dólares y los candeleros a un dólar.
Una olla del mismo tamaño cuesta 10 dólares en casas de venta al por menor. En un país donde los ingresos de la población se han visto reducidos, los productos de Ruswa son alternativas baratas y prácticas.
Pero "nunca pensé en expandirme. Sería bueno si consiguiera una pequeña fábrica donde pudiera producir más", dijo.
Jennifer Tizirai, consultora del Ministerio de Desarrollo de Pequeñas Empresas y Cooperativas, aseguró que esa cartera ofrecía respaldo a pequeñas emprendedoras.
Pero "hemos visto que no muchas mujeres vienen a pedir ayuda en finanzas o asesoramiento sobre cómo sostener sus operaciones", dijo. "Al final de cuentas, se quedan estancadas sin aprovechar su pleno potencial".
Sin embargo, Ruswa asegura nunca haber oído hablar de una entidad dedicada a asistir a emprendedoras como ella.
"Son las mujeres cultas y ricas las que acceden a la asistencia financiera, porque saben a dónde ir, mientras que nosotras tenemos que contentarnos con obtener un poco de dinero para comprar pan" afirmó, expresando lo que es una queja común entre las trabajadoras informales de Bulawayo.
Muchos pequeños negocios como el de ella fueron arruinados en 2005 por el gobierno de la Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF), que tomó medidas contra los trabajadores informales, a los que consideraba simpatizantes de la oposición.
Ruswa está agradecida de que pudo seguir adelante en forma ininterrumpida desde ese conflictivo año.
"No he tenido ningún problema con las autoridades, aunque algunas personas se han quejado por el ruido que hacemos con el metal", dijo.