Ciento treinta y seis millones de votantes se preparan para la segunda vuelta de los comicios presidenciales de Brasil, tras una campaña plagada de acusaciones y ataques moralistas, sin discusión de contenidos ideológicos.
Son elecciones "duras y tensas", para el analista Jairo Nicolau, del Instituto de Estudios Sociales y Políticos (IESP). Además de la primera magistratura, este domingo 31 se elegirán gobernadores de nueve estados de este país de 192 millones de habitantes.
Duras por las acusaciones recíprocas de corrupción y tráfico de influencias. Del lado de la candidata del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff, el asunto toca a una asesora muy cercana, Erenice Guerra, acusada de favorecer negocios familiares.
En el caso del candidato opositor, José Serra, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña" (PSDB), se lo vincula a una licitación fraudulenta del metro de la sureña ciudad de São Paulo, cuyo proceso comenzó cuando era gobernador del estado homónimo.
"En el segundo turno, las denuncias que surgieron fueron tantas de un lado y de otro, que el efecto de la corrupción no afectó tanto a Dilma como en el primero. Quedó diluido", analizó Nicolau.
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Las encuestas, con algunas variaciones, otorgan el triunfo a Rousseff, con una diferencia de por lo menos 10 puntos respecto de Serra.
La despenalización del aborto, otro tema influyente para impedir el triunfo de Rousseff en primera vuelta, volvió a aparecer con más fuerza en el último tramo de campaña.
Algunos sectores vinculados a las iglesias católica y evangélicas acusaron a la candidata de favorecer la legalización del aborto, un apoyo que Rousseff negó, pero que fue explotado por su rival.
La polémica llegó a su auge cuando hasta el Papa Benedicto XVI intervino directamente en la campaña, al declarar que la Iglesia Católica tenía obligación de pronunciarse sobre temas morales en la política, como aborto y eutanasia.
"Cada uno va de acuerdo a su conciencia", respondió al Vaticano el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, al recordar que Brasil es un país laico y democrático.
Nicolau considera que la popularidad de Lula, de más de 80 por ciento al casi finalizar ocho años de dos mandatos consecutivos, es suficiente para sostener la candidatura de su ex jefa de Gabinete y ex ministra de Energía y Minas.
Según el analista de la IESP, vinculado a la Universidad Estadual de Río de Janeiro, quien vota a Rousseff, "que nunca había concurrido a ninguna elección en Brasil" y "que hizo su carrera en la burocracia del Estado" y no en la vida política, lo hace por Lula.
"La apuesta de Lula fue transferir su popularidad a cualquier persona que él escogiese", dijo a IPS. "La gente más pobre dice que votará a la mujer de Lula", recordó.
Para Nicolau, fuera de estos temas, se trató de una campaña "pobre", centrada en la discusión de "programas administrativos" y no de concepciones de desarrollo o de país.
Un ejemplo de ello fue la permanente mención en la campaña de Rousseff de programas exitosos del gobierno de Lula, como la Beca Familia, de transferencia condicionada de renta a los hogares pobres, de vivienda o de acceso de los jóvenes a la universidad.
A su vez Serra, que fue ministro de Salud del gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), retomó temas de esa gestión como el impulso a los medicamentos genéricos.
"En verdad, lo que el país discutió fueron las prácticas que tiene cada ministerio (del PT) para el país en contraste con las de los gobiernos estaduales del PSDB", dijo Nicolau.
De un lado, Rousseff asegura a su electorado que continuará haciendo lo mismo que Lula. Según cifras oficiales, su gobierno sacó a 28 millones de personas de la pobreza y creó 138 nuevas universidades e institutos técnicos.
Del otro, Serra retomó programas de Lula como Beca Familia y asuntos como la mejora del salario mínimo, prometiendo un aumento aún mayor en su eventual Presidencia.
"Es un especie de remate, cada uno promete más para los más pobres", sintetizó Nicolau.
Tampoco hubo diferencias claras en la discusión sobre la privatización, un proceso que fue impulsado con fuerza en el gobierno de Cardoso, en áreas como las telecomunicaciones, la electricidad y la siderurgia.
Mientras en campañas anteriores contra Lula el PSDB destacaba los que considera beneficios de ese proceso, como el mayor acceso a la telefonía, en ésta Serra no asumió una defensa clara de aquel proceso.
En cambio, optó por el contraataque, como acusar a Rousseff de haber "privatizado" también, por ejemplo otorgando concesiones petroleras a empresas extranjeras.
Rousseff, por su parte, acusó a Serra de querer privatizar las reservas de petróleo en aguas profundas, conocidas como "capas pre-sal", cuya explotación inauguró Lula el jueves en un acto especial de bautismo.
"Si bien fue un tema presente en la campaña de Dilma, y menos en la de Serra, eso no significa que haya dividido a favor o contra a la opinión pública", consideró Nicolau.
Los candidatos ensayaron la discusión de otros temas, como los ambientales, pero con el objetivo aparente de captar a los votantes de la candidata Marina Silva, del Partido Verde, que en la primera vuelta del 3 de octubre obtuvo el tercer lugar con casi 20 por ciento de los sufragios.
Aunque el Partido Verde se declaró neutral en la segunda vuelta, muchos de sus dirigentes declararon preferencias por Rousseff o por Serra.
Según las encuestas, por lo menos dos tercios de ese voto se inclinará hacia Serra en la segunda vuelta.