China mancilló el orgullo japonés al quitarle el segundo lugar entre las mayores economías del mundo, aprovechando los problemas políticos internos que afronta su vecino isleño.
Ahora Japón tendrá que compartir el liderazgo con una nueva potencia que llegó para quedarse.
No hay muchas razones para creer que en los próximos años Tokio sea capaz de revertir el "declive", según analistas.
Japón vio pasar a China y tendrá que aceptar que el que fuera el mayor beneficiario de su asistencia al desarrollo, ahora es una potencia mundial por derecho propio.
Cuando China desplazó a Japón en el segundo trimestre de este año, su producto interno bruto (PIB) era de 1,33 billones de dólares, por encima de los 1,28 billones de este país.
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Los pronósticos indican que la brecha se ampliará más, dado el bajo crecimiento del PIB de este país: 0,4 por ciento en el mismo periodo. Además no hay indicios de que la situación vaya a cambiar en los próximos años.
El Banco Mundial pronosticó un crecimiento superior a 10 por ciento al año para China. Por su parte, Goldman Sachs Group prevé que ese país supere a Estados Unidos, la mayor economía mundial, en 2027.
China también desplazó a Japón como mayor socio comercial de los países asiáticos, incluido ese país y Estados Unidos, lo que consolida su posición como motor del crecimiento mundial.
"Japón está resignado al crecimiento de China. El gobierno no trata de cambiar las cosas", señaló el economista Takashi Ito, profesor de la Universidad de Tokio. "No veo la luz al final del túnel", apuntó.
Uno de los mayores problemas de Japón es el fortalecimiento del yen, que en los últimos tres meses se apreció en 20 por ciento, respecto del dólar, lo que perjudicó las exportaciones de este país y llevó a las empresas japonesas a trasladar la producción al extranjero para poder mantener la competitividad.
La situación económica actual aumentará el desempleo, actualmente afecta a 5,7 por ciento de la población activa, y disminuirá el importante consumo interno, que representa 60 por ciento del PIB de este país.
Si Japón no toma medidas drásticas para poner las cosas en orden, este año puede cumplir su "tercera década pérdida", en alusión a las dificultades que comenzaron con la crisis económica que estalló en 1990, explicó Ito.
Japón basó mucho su peso político en el ámbito regional e internacional en su influencia económica. Desde fines de los años 80, este país fue el motor del crecimiento de los países en desarrollo de Asia mediante inversiones y tecnología, incluido de China.
Hay indicios de que Japón cultiva sus vínculos económicos con China, cuyo mercado de 1.600 millones de habitantes se vuelve un destino clave para los productos japoneses.
Pero el crecimiento de China no debe ser totalmente a expensas de este país, indicó Masaru Takagi, profesor de la Universidad de Maiji.
"Japón debería aprovechar el crecimiento de China, no verlo como una amenaza. Los dos gigantes pueden trabajar juntos para hacer crecer sus economías, es decir convertirse en una plataforma para crear un foro económico asiático, similar a la Unión Europea", explicó.
Pero es más fácil decirlo que hacerlo. En los últimos años, la presencia de China aumenta allí donde se desdibuja la de Japón.
La asistencia de Tokio a Sri Lanka cayó a 44 millones de dólares, en 2008, respecto de los 179 millones de 2004, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
En cambio, la actividad de China creció, en especial en proyectos de infraestructura, como la construcción de un puerto en Hambantota, en el sur de Sri Lanka, con un presupuesto de 300 millones de dólares financiados por el Banco de Exportaciones-Importaciones de China.
Beijing adquirió un papel activo en el sector militar y en materia de desarrollo en Pakistán, señaló la prensa.
"Japón no toma medidas para revitalizar la economía. El sistema está preso de sus viejas estructuras burocráticas porque quienes las mantienen se niegan a realizar cambios por temor a quedar fuera", señaló Satoru Okuda, del Instituto de Economía para el Desarrollo.
Algunos analistas apuntan a reformar el sistema de inmigración para frenar el envejecimiento de la población y estimular la economía. Hubo una propuesta de aumentar la cantidad de inmigrantes a 150.000 al año, pero sólo llegó a 68.000, en 2007.
Pero quizá, la señal más fuerte de la disminución de la influencia japonesa en Asia proceda de la propia población.
Cincuenta y cinco por ciento de las personas consultadas en junio para un estudio del periódico Asahi dijeron no querer que Japón fuera una potencia mundial.
Alrededor de 73 por ciento de los entrevistados respondieron que prefieren que su país tenga una economía estable y saludable y una sociedad en la que la gente no tenga que trabajar tanto.