La caña de azúcar puede sustituir la energía de tres centrales hidroeléctricas como la amazónica de Belo Monte, alardea la industria cañera brasileña que, sin embargo, sigue teniendo una participación marginal en la matriz eléctrica nacional.
El bagazo y la paja de la caña pueden generar 12.200 megavatios, mientras la central de Belo Monte, que se construirá en el norteño y amazónico río Xingú, alcanzará sólo 4.571 megavatios como promedio, según la Unión de la Industria de Caña de Azúcar (Unica), del sureño estado de São Paulo.
Unica concentra 60 por ciento de la producción azucarera y de alcohol carburante, o etanol, de este país líder en biocombustibles.
Belo Monte tendrá en realidad una capacidad máxima de 11.233 megavatios, pero solo puede garantizar 40 por ciento de esa cantidad como energía firme, porque su represa almacenará poca agua y el caudal del Xingú baja mucho en la temporada seca, que dura la mayor parte del año. Estas variaciones, que afectan a todas las hidroeléctricas, se agravan en este caso.
Una ventaja de la electricidad generada a partir de esta biomasa vegetal es justamente su capacidad de complementar la energía hidráulica, ya que la cosecha de caña, entre abril y noviembre, coincide con el período menos lluvioso en el que las hidroeléctricas tienen que mermar su generación para ahorrar el agua de sus represas.
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A eso se suma el hecho de que la caña azucarera se produce cerca de los lugares de mayor consumo de energía, dispensando las largas y costosas líneas de transmisión desde las centrales amazónicas, que además amplifican los riesgos de apagones y elevan el precio de la electricidad.
Se trata, asimismo, de energía limpia que aprovecha un desecho vegetal, con ventajas ambientales sobre otras fuentes, que generan gases de efecto invernadero e inundan u ocupan extensas tierras.
Pero el potencial de la llamada bioelectricidad está desperdiciado, porque falta una política específica que considere las características, necesidades y beneficios de esa alternativa energética, según Zilmar de Souza, asesor de Unica en la materia.
Las tres mayores trabas al desarrollo de la bioelectricidad son los precios, que no compensan las inversiones necesarias para una generación competitiva, los costos de conexión a la red eléctrica y la inexistencia de un programa que asegure demanda continua a largo plazo, dijo Souza a IPS.
En Brasil hay unas 440 plantas que producen azúcar y etanol y aprovechan el bagazo para autoabastecerse de electricidad, pero sólo 100 producen excedentes para la "exportación" al mercado, destacó.
Muchas, especialmente en São Paulo, necesitan una reforma para ingresar al mercado eléctrico, un costo que sólo asumirán si se les garantiza una remuneración y condiciones adecuadas. Como hay mucha oferta, los precios de los contratos de largo plazo son bajos, explicó Souza.
Además, la conexión al sistema integrado nacional de electricidad agrega costos que restan competitividad a las plantas de potencia limitada, como son las de fuentes alternativas, que deben "diluirlos en pocos megavatios", al contrario de las grandes centrales, aunque estas dependan de miles de kilómetros de transmisión.
Ese rubro puede alcanzar a 30 por ciento de las inversiones totales en cogeneración cañera y "matar un buen proyecto", según Souza.
La conexión se encarga a la generadora, aunque Belo Monte fue exenta de ese costo, añadiendo otro factor de desigualdad, se quejó.
Sin la seguridad de un crecimiento regular de la demanda, no solo la industria cañera, sino toda la cadena de producción, incluyendo las fábricas de equipos de generación termoeléctrica, no puede planificar su actividad, completó.
La Usina Ester, del municipio Cosmópolis, a 130 kilómetros de la ciudad de São Paulo, solo pudo empezar a vender electricidad de caña en junio, un año después de lo deseado, porque apenas en 2010 recibió una nueva caldera tras esperarla por dos años, informó Antonio Alves, coordinador del sector en la empresa.
La espera habitual es de tres años, pero Ester se benefició de pedidos anulados por la crisis financiera internacional, comentó. Además, la reducida distancia de la red eléctrica, de 2,5 kilómetros, abarató la conexión.
La potencia de esta usina, de 22 megavatios, se ampliará en una segunda fase con el aprovechamiento de la paja. La empresa solo quema un cuarto de la caña en el proceso de cosecha, y debe eliminar esa práctica antes de 2014, meta acordada con las autoridades ambientales de São Paulo.
Ester es una excepción. La industria cañera sólo conquistó 16 por ciento de los 1.159 megavatios que subastó la semana pasada la Agencia Nacional de Energía Eléctrica (órgano regulador) mediante contratos de largo plazo.
Setenta centrales eólicas acapararon 78 por ciento de la energía contratada para períodos de 15 a 30 años, ofreciendo precios más bajos. Los cañeros atribuyen el resultado a la desigualdad de condiciones, como los incentivos tributarios a la energía eólica.
Los azucareros reclaman subastas exclusivas para la bioelectricidad, evitando la competencia entre fuentes alternativas que contribuyen de formas diversas al ambiente y a la eficiencia del sistema eléctrico.
De todas formas, hacia 2020 la caña tendrá una participación de 14 por ciento en la matriz eléctrica de Brasil, vaticina el presidente de Unica, Marcos Jank, en charlas y artículos de prensa. Él basa su optimismo en las exigencias ambientales y climáticas que incrementarán la producción de etanol y por ende de la biomasa.
En sus proyecciones, Brasil cosechará 70 por ciento más caña dentro de 10 años, superando las mil millones de toneladas, y con eso producirá 65.300 millones de litros de etanol, más que el doble de la cantidad actual, y 45 millones de toneladas de azúcar, un tercio más que hoy.
Las autoridades energéticas declaran interés en fomentar la bioelectricidad, pero solo esperan de ella un ligero avance de su participación en la matriz nacional, de 4,8 a 5,1 por ciento, según el plan decenal 2010-2019 del Ministerio de Minas y Energía.
Sin embargo, "es cuestión de tiempo" para que la biomasa materialice su potencial eléctrico, según Delcio Rodrigues, consultor en energía de la organización no gubernamental Vitae Civilis, dedicada a cuestiones de cambio climático.
La industria cañera, que se tomó décadas para consolidar su mercado de etanol y no lo ha logrado aún en el exterior, no puede sustituir equipos rápidamente: una caldera, por ejemplo, dura más de 10 años, arguyó.
Para Roberto Araujo, del no gubernamental Instituto de Desarrollo Estratégico del Sector Eléctrico – Ilumina, el gran obstáculo es el modelo eléctrico de este país, demasiado complejo e irracional, que encarece la electricidad, aunque casi 80 por ciento sea hidráulica, y no remunera las ventajas sistémicas y ambientales de la biomasa.