Vivir bajo la amenaza de ataques suicidas

Los atentados perpetrados en Pakistán contra blancos militares ahora apuntan a «objetivos blandos». Algunas personas terminan adquiriendo cierta inmunidad frente a hechos de violencia y tratan de no alterar su vida cotidiana, pero no todo el mundo tiene esa habilidad.

Una muchedumbre se agolpó en el templo de Hazrat Ali Hajveri, santuario del sufismo del siglo XI, cerca de Bhaati Gate en la amurallada ciudad de Lahore, en el norte del país.

El 2 de este mes había mucha más gente de lo habitual en la plegaria de los viernes porque dos atacantes suicidas se inmolaron la víspera matando a 44 personas y dejando a más de 170 heridas. Fue el peor atentado contra un santuario sufí en Pakistán desde 2001.

"Había pedazos de seres humanos por todas partes, algunos hasta pegados en las paredes", recordó Riaz Ahmed, periodista de la red de televisión privada Aaj, quien llegó al lugar 10 minutos después de las explosiones.

"Era una carnicería. Había un agrio olor a carne humana quemada", recordó.
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Ahmed se quedó hasta la mañana y observó cómo la gente se acercó para orar. "La población desafía a los insurgentes", indicó el periodista.

Él mismo dijo estar "acostumbrado a la sangre", pues cubrió muchos ataques violentos en los últimos dos años y trabajó casi dos décadas para la sección policial del un periódico, antes de ingresar a Aaj.

Lo mismo le sucede a muchos pakistaníes de a pie. Se han vuelto estoicos frente a la violencia en su país, porque "la vida debe continuar".

"Lo ignoré y seguí cenando en mi casa", confesó la artista Rabiya Mumtaz, refiriéndose a la noticia del atentado del 1 de este mes. "Me esfuerzo por no perder la sensibilidad, pero me terminé acostumbrando", se lamentó.

La periodista Hani Tabi dijo que no se preocupa por evitar un lugar "sólo porque puede no ser seguro".

"No dejo de vivir porque, honestamente, ¿qué otra opción tenemos?", arguyó. "Para evitar la violencia debes pensar seriamente en emigrar a Canadá o a Australia", añadió.

La estrategia Tabi puede ser una forma para sobrevivir en un país constantemente sacudido por graves episodios de violencia.

En este país de mayoría islámica hubo 2.586 atentados terroristas, de la insurgencia y sectarios en 2009, según el Instituto de Estudios de Paz de Pakistán, con sede en Islamabad.

Los incidentes dejaron 3.021 personas muertas y 7.334 heridas. La mayoría cantidad de atentados se registró en la provincia de Jiber Pakhtunja, donde hubo 1.137, seguida de Balochistán, con 792.

Además hubo 559 ataques en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA, pos sus siglas en inglés).

Hubo 46 ataques en Punjab, 30 en Sindh, 12 en Islamabad y cinco en Gilgit-Baltistan y en la Cachemira pakistaní, de los cuales 87 fueron atentados suicidas, 32 por ciento más que en 2008.

Los atentados registrados ese año fueron principalmente contra las fuerzas de seguridad y los de 2009 apuntaron contra los llamados "objetivos blandos", centros universitarios y sitios sagrados.

De hecho, este año sólo dos, de los nuevos ataques registrados, fueron contra objetivos militares o políticos hasta el 9 de este mes.

Uno de ellos, incluso, fue perpetrado durante un partido de voleibol y otro en un hospital.

Pocos días después del atentado en el templo sufí, 104 personas fueron asesinadas y por lo menos 120 heridas en las dos explosiones que estallaron en un mercado de la Agencia Mohammad, en FATA.

"Pakistán es para los luchadores, los que surjan desafiantes a pesar de las explosiones, golpes de Estado y quiebres institucionales", señaló una mujer que dijo tratar de llevar una vida lo más normal posible por su salud mental.

Pero no todos piensan igual.

"Nunca te acostumbras a los atentados terroristas", señaló el empresario Rauf, de 63 años.

"Sólo los zombis y las personas sin vida pueden vivir así, los vivos no", aseguró Rauf, residente de la meridional ciudad portuaria de Karachi. "Me sentí mal del estómago" y se vio consumido por la rabia cuando escuchó en la televisión la noticia del ataque contra el templo sufí.

"¿Cómo puede uno acostumbrarse a esos episodios trágicos?", preguntó Yasmin Ali, de 48 años, madre de dos niños. "Con cada uno perdemos una parte de nosotros, de nuestra humanidad", añadió.

Otros más quieren que el gobierno ponga fin a la violencia.

"Qué se necesita para convencer a nuestras fuerzas de seguridad que es mortal seguir apoyando a esas organizaciones", preguntó la analista Ayesha Siddiqa. El gobierno "primero tiene que decidir que quiere deshacerse de los extremistas", añadió.

"No podemos decir que el gobierno actual tenga voluntad o capacidad para controlar la situación", señaló Masud Sharif Jattak, ex director general del Buró de Inteligencia de Pakistán. "Organizar conferencias nacionales y llamativas reuniones no ayuda", añadió.

Las fuerzas de seguridad lanzaron en 2009 una gran ofensiva militar contra un bastión de la insurgencia en Waziristán del Sur, en la frontera con Afganistán.

Altos mandos del ejército sostienen que limpiaron la zona. Pero a juzgar por la frecuencia y el tipo de ataques, parece que la guerra está lejos de terminarse.

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