No podía ser de otra manera. Antes de dejar la Presidencia de Colombia, Álvaro Uribe necesita saldar algunas cuentas. Cuando apostó a denunciar en la OEA la supuesta presencia de las FARC en Venezuela, descontaba la ruptura inmediata de las relaciones diplomáticas como respuesta.
Es el portazo de despedida a ocho tormentosos años de relación entre Uribe y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, cuyo análisis requiere de psicólogos, además de politólogos, geoestrategas y expertos en asuntos internacionales.
A un lado y otro de la frontera más viva y porosa de América Latina ha habido una constatación de lo que es el yin-yang: dos gobernantes opuestos e iguales, autoerigidos ambos en la respuesta personal a los problemas de sus países y que han tenido en la conducta del otro un alimento para sus políticas internas. El opuesto complementario.
Es tan así que, antes de dejar el gobierno el 7 de agosto, Uribe le hizo un último favor a Chávez: le limpió la agenda de temas altamente incómodos y desgastantes, para galvanizarla en el conflicto, lo que más gusta al antiguo teniente coronel, y en torno a una agresión de Colombia, que siempre le funciona para cohesionar a sus adeptos.
En medio quedaron el futuro presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien se ha movido desde su triunfo electoral de manera que diluye el calificativo de delfín de Uribe, los cinco millones de habitantes de la frontera, la OEA (Organización de los Estados Americanos) y hasta Diego Maradona, que justo visitaba a Chávez cuando éste anunció la "ruptura total de relaciones" con Bogotá.
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Hay quienes dicen que Uribe ha hecho el papel de "policía malo" para dejar que Santos sea el "policía bueno" con Venezuela, recomponiendo a la mayor velocidad posible los nexos con el gobierno de Chávez, y hacerlo a plenitud, porque de hecho las relaciones ya estaban congeladas y las comerciales directamente bloqueadas.
Pero otros, muy conocedores de la relación entre ambos, aseguran que hay en ella visibles grietas y subrayan que Uribe sobre todo está facturando a Santos actuaciones que éste asumió tras asegurarse la Presidencia.
Y varias de las acciones que han disgustado mucho a Uribe tienen que ver con Venezuela, precisamente.
Entre sus primeros anuncios, Santos designó como canciller a María Ángela Holguín, quien fue embajadora en Caracas en la efímera e inicial buena etapa de la relación de Uribe con Chávez, y con la que acabó muy enfrentado. El mandatario electo dejó saber, además, que para embajador en Caracas piensa en Luis Garzón, un dirigente de izquierda y opositor a Uribe.
Al mismo tiempo, su equipo adelantó contactos y encuentros con representantes del gobierno y de empresarios de Venezuela y de la zona fronteriza, para tratar de avanzar aceleradamente hacia la normalización de las congeladas relaciones económicas.
Chávez decidió el 28 de julio de 2009 suspender los nexos bilaterales tras la denuncia de Bogotá de que Caracas había desviado armas hacia las insurgentes FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en medio de la tensión por el anuncio de Uribe de un acuerdo con Estados Unidos para su uso de siete bases militares.
Esta vez, el presidente venezolano, en el cargo desde 1999, ordenó además "llevar a cero" las relaciones económicas con el vecino país.
Lo que parecía parte de la cíclica retórica inflamada sobre Colombia, es casi un hecho.
Por vez primera en medio siglo, Colombia bajó de segundo a cuarto socio comercial y las compras venezolanas al vecino cayeron verticalmente: 69 por ciento, entre mayo de 2009 e igual mes de este año. El ya antes disminuido intercambio pasó de 2.500 millones de dólares a 772 millones entre enero y mayo.
Además, se congelaron muchos proyectos económicos.
Los empresarios colombianos hablan de un "bloqueo económico", que se tradujo en un punto porcentual del producto interno bruto de ese país y la pérdida de 42.000 empleos.
También a Venezuela le agudizó sus problemas de suministro. Pero sobre todo noqueó a las regiones fronterizas que viven del comercio bilateral en una especie de "tercer país".
En los departamentos fronterizos colombianos, el voto por Santos en la decisiva jornada electoral del 20 de junio fue abrumador, en buena parte por la esperanza de que él recomponga la economía de la zona, que depende del comercio con Venezuela.
Se suele circunscribir la biografía pública de Santos a su papel como ministro de Defensa del gobierno de Uribe entre 2006 y 2009, al bombardeo en 2008 del campamento de las FARC en territorio ecuatoriano y a otras acciones de la polémica política de seguridad del gobierno saliente.
Pero Santos es también impulsor de la era más dinámica en las relaciones económicas binacionales, como ministro de Comercio Exterior (1991-1993). Junto con su colega venezolano Miguel Rodríguez hizo renacer la Comunidad Andina y alcanzó un pionero acuerdo de libre comercio con México, dentro del Grupo de los Tres.
Además trabajó a favor de los vínculos bilaterales como ministro de Hacienda (2000-2002) y trenzó entonces nexos con amplios sectores venezolanos, con las cámaras de comercio binacionales y con las asociaciones de regiones fronterizas.
Se asegura que para Santos, la denuncia del jueves 22 ante la OEA sobre la supuesta presencia consentida de 1.500 guerrilleros colombianos en Venezuela trastoca todo su esfuerzo para normalizar con urgencia el flujo comercial y mejorar el entendimiento con Caracas.
Uribe sale forzosamente de la Presidencia, a donde llegó en 2002, porque la justicia consideró inconstitucional su tercera candidatura consecutiva, más allá de sondeos que anticipaban un nuevo triunfo.
La autonomía de Santos es un golpe a cualquier intención de seguir moviendo los hilos del presidencial Palacio de Nariño.
Para Chávez, el impacto de la denuncia está casi amortizado. Uribe mismo y su gobierno ya habían entregado en las presidencias y cancillerías de América Latina y otros países de fuera de la región documentación sobre la supuesta colaboración de Caracas con las FARC, que dice haber recogido en el destruido campamento de las FARC en Ecuador.
Además, el impacto mediático de la reunión del jueves en la OEA quedó neutralizado por la inmediata ruptura "total" de las relaciones, que hizo más inútil el pedido de una comisión de verificación, solo posible si los dos países la aprueban.
En el plano interno venezolano, sus opositores ya tienen mayoritariamente como cierto lo denunciado por Uribe. Pero al gobierno le da oportunidad de volver a situar la agenda, que desde abril y por primera vez en años era ajena a los temas marcados por el presidente.
Los puntos dominantes eran la negligente pérdida de por lo menos 120.000 toneladas de alimentos importados por el gobierno, con un costo de más de 7.000 millones de dólares, la caída del producto en torno a seis por ciento y la inflación anualizada de 30 por ciento en el primer semestre, la escasez de alimentos y una altísima inseguridad ciudadana.
Ahora Chávez retoma la iniciativa con la primera ruptura formal de las relaciones con Colombia desde 1901, algo vital con vistas a las cruciales elecciones legislativas del 26 de septiembre, y cuando el presidente tiene el menor respaldo popular desde 2002.