«La gente solía mofarse de mí. Decían que competía con los perros por los huesos, pero esas burlas no me disuadieron», dijo Sibongile Mararike, una zimbabwense de 36 años, sin señal de rencor alguno.
Esta madre de cuatro hijos, con una sucia bolsa al hombro, recorre las calles de los populosos barrios de trabajadores en ésta, la segunda ciudad más grande de Zimbabwe, con dos millones de habitantes.
Esta mujer visita desde basurales hasta casas particulares, recogiendo huesos que luego vende a fábricas procesadoras.
En este país de África austral es habitual desde hace años el reciclamiento de huesos en una gran variedad de industrias informales.
Ante la crisis económica, muchos zimbabwenses se volcaron a las calles para reunir huesos y venderlos a las fábricas. Para ellos, los tiempos de bonanza ahora se miden con la cantidad de restos óseos que caen de las mesas de otros hogares.
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Sin embargo, los huesos han ido desapareciendo en los últimos años, ya que el consumo de carne se ha vuelto casi un lujo.
Mararike aprendió cuán dura puede ser la vida en Zimbabwe, a pesar de la euforia que generó la formación del gobierno de unidad en 2009. Las esperanzas de nuevos empleos se esfumaron. Agencias humanitarias alertaron que el grupo de zimbabwenses que necesitan asistencia alimentaria crecerá en 2010 a la mitad de la población.
"No quiero que mis hijos sepan la pobreza en la que viven, pero no hay nada que pueda hacer. No quiero recolectar huesos como estos, pero cada centavo que logro (con ellos) hace una diferencia", explicó Mararike.
Esta mujer también envía a sus hijos a recolectar después de que salen de la escuela. "Ahora están acostumbrados, pues saben que de allí proviene el dinero", señaló.
Mararike mantiene contacto con algunas familias que todavía se dan el lujo de comer carne. Estas guardan los huesos y ella los va a buscar cada 15 o 30 días, dependiendo de cuánto pesan. Ella debe cumplir una cuota de huesos por peso que debe llevar a la fábrica recicladora.
Sólo unas pocas compañías como ésta permanecen en Bulawayo. La caída en el consumo de carne ha hecho que menos personas se dediquen a este tipo de recolección.
"Ya no viene tanta gente aquí a vender huesos como a fines de los años 90", señaló Topson Mwale, veterano empleado de una factoría.
Por cada kilogramo de huesos se paga alrededor de 0,3 dólares. Los restos óseos son sometidos a un proceso en el que son machacados y luego convertidos en tazas, teteras y platos, entre otras cosas, explicó Mwale.
Las pezuñas de vaca (conocidas como "amangqina" en la lengua vernácula Ndebele) son consideradas aquí una delicia gastronómica. Su venta también provee ingresos a muchos comerciantes informales, como Gift Ncube, de 29 años, quien al parecer puede reciclar todo lo que llega a sus manos y convertirlo en un artefacto útil y atractivo.
"Recolecto pezuñas de vaca de los hogares de mi pueblo, de bares y de cocinas móviles, y los convierto en curiosidades, como saleros, cajas de rapé o llaveros, entre otras cosas", explicó el autodidacta Ncube.
"Esos objetos resultaron ser atractivos para los turistas", dijo a IPS desde su puesto de venta a la puerta del edificio municipal de Bulawayo, construido en la era colonial, donde él y otros comerciantes están instalados en forma permanente.
Japhet Tshuma, colega de Ncube, tiene un título terciario, pero le resulta más lucrativo trabajar en estas artesanías que en un empleo formal. "La gente no puede creer que estas cosas sean hechas con pezuñas de vaca", dijo entre risas.
"Logramos una forma de vida vendiendo huesos de muertos", dijo irónicamente, y añadió que a veces hace el largo viaje hasta el balneario de Victoria Falls para ofrecer sus artesanías.
El edificio municipal de Bulawayo se ha convertido en un centro para turistas y curiosos. Frecuentemente se pueden ver mochileros observando de cerca las artesanías. "Claro que les explicamos con qué son hechos estos artefactos, y eso les genera más interés", dijo Tshuma.
Aunque inconcientemente, las pocas familias que todavía pueden comprar carne le aseguran un sustento a personas como Mararike, Tshuma y otras.
"Los zimbabwenses han aprendido que no hay nada que no se pueda comercializar. Vender huesos es una de las tantas cosas que está demostrando la desesperación de la gente", dijo Peter Sifelani, de la Asociación de Comerciantes Informales de Bulawayo.