El delantero uruguayo Luis Suárez pasó a ser uno de los héroes de la Copa Mundial de la FIFA en Sudáfrica cuando impidió con las manos el gol de Ghana, que realizaría el sueño africano de tener una selección entre las cuatro mejores del torneo. La falta fue castigada con su expulsión del partido.
El argentino Carlos Tevez y el brasileño Luis Fabiano también fueron festejados por sus compatriotas por hacer goles en situaciones visiblemente ilegales en partidos iniciales del campeonato organizado por la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado), que finalizó el domingo 11 con la obtención de la copa por primera vez de la selección de España.
El máximo del juego limpio (fair play) en el fútbol altamente competitivo actual es que un jugador detenga el ataque de su equipo echando fuera la pelota para permitir la asistencia médica de un adversario caído en la cancha. Pero la respuesta casi nunca es justa, puesto que el equipo beneficiado generalmente saca ventaja devolviendo el balón mucho más lejos de su arco.
Nadie admite la verdad en contra de su equipo en momentos cruciales.
Es inimaginable, por ejemplo, que el portero de Alemania reconociese que la pelota tirada por el inglés Frank Lampard había entrado a su arco. El juez uruguayo Jorge Larrionda, a instancias de su auxiliar, no otorgó el gol pese a que luego la transmisión de televisión mostró que había botado detrás de la línea de gol y vuelto al campo.
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Si se hubiese validado ese gol, Inglaterra probablemente no se habría expuesto tanto a los mortales contraataques que le dieron finalmente el triunfo a los alemanes por 4 a 1, resultado que les permitió pasar a los octavos de final y luego obtener el tercer puesto en la Copa.
Tampoco nadie se imagina a Tevez admitiendo ante el árbitro que estaba en posición fuera de juego al hacer el primer gol en el partido de su selección contra México, así como tampoco a Fabiano renunciando a la anotación que hizo de forma espectacular en el juego entre Brasil y Costa de Marfil, pero tras controlar la pelota con los brazos dos veces seguida.
"Es un deporte en que la mentira, disimulación y violencia física son partes inseparables del juego", afirma Drauzio Varella, médico y escritor brasileño, en un artículo publicado en el diario Folha de São Paulo, donde cuenta su decepción al asistir por primera vez a un partido de equipos profesionales en un estadio.
La realidad destruyó sus ilusiones construidas por narrativas radiofónicas, de un juego heroico y caballeresco. Además de cometer errores, como los niños jugando en las calles, los futbolistas eran maliciosos y "malcriados, escupían en el suelo", comprobó el niño que décadas después escribiría "Carandiru", sobre los presos en la que fue la mayor cárcel de Brasil, cerrada en 2002.
Pero el fútbol apasiona también por esas imperfecciones e injusticias que generan polémicas, arguyen los dirigentes que rechazan el uso de medios tecnológicos durante los partidos para dirimir dudas y evitar errores de los árbitros.
Suárez es "un tramposo, no un héroe", sentenció el director técnico de Ghana, el serbio Milovan Rajevac, expresando una natural reacción. Es que el acto in extremis del jugador uruguayo, sustituyendo ilegalmente al portero ya superado, tuvo un desenlace dramático.
En ese instante se creyó que el sacrificio de Suárez había sido inútil para su equipo, ya que el juez marcó penalti, además de expulsarlo. Pero Asamoah Gyan, el delantero de Ghana, perdió la oportunidad, ya que su disparo dio en el travesaño y se fue afuera de la cancha tras lo cual finalizó el partido.
Al concluir igualados en un gol, el partido se decidió en penaltis con el triunfo de Uruguay, que luego obtuvo el cuarto puesto en la competencia.
Menos mal que la Copa terminó, según la mayoría de los comentaristas, con el triunfo del juego bonito y limpio de los españoles frente a una selección holandesa que abusó de la violencia, abandonando su estilo que encantó a los aficionados del fútbol en los años 70 y fue adoptado justamente por sus adversarios del partido final en Sudáfrica.
La ética y la estética ganaron un aliento, después de décadas perdidas ante el "fútbol de resultados" derivado de la creencia de que "jugar bonito", como los seleccionados de Hungría en 1954, Holanda en 1974 y Brasil en 1982, conduce a derrotas.
La esperanza de una inversión de la tendencia afronta, sin embargo, condiciones demasiado adversas del fútbol actual, en el que predomina la disputa, con el triunfo justificando todos los medios, incluso los que violan los reglamentos. Su evolución como gran negocio, regulado principalmente por sus propios interesados, agrava su carácter guerrero.
Más que el espectáculo futbolístico en sí mismo, el mercadeo prioriza rivalidades, alejándose del espíritu de "entendimiento" que tuvieron inicialmente los deportes, "manipulando el nacionalismo" y acentuando fracturas, observó Arlei Damo, antropólogo de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, en la meridional ciudad brasileña de Porto Alegre.
El mundo del fútbol estimula, por ejemplo, una extremada rivalidad entre Brasil y Argentina, contrariando la política oficial de integración en el Mercado Común del Sur (Mercosur), que ambos comparten con Paraguay y Uruguay.
No es evidentemente un ambiente que permita el juego limpio ni ambiciones estéticas. Los errores inevitables de los árbitros fomentan violaciones disimuladas de las reglas, violencias y sentimientos de injusticia como los de ghaneses y por extensión de africanos, ante la "epopeya" de Suárez.
Pese a todo eso y al hecho de distribuir más tristezas y frustraciones que alegrías en la Copa Mundial gana una y pierden 31 selecciones y es así en todos los torneos el fútbol conquistó el mundo y sigue expandiéndose.
Todo "un misterio", admitió Simoni Lahud, otra antropóloga que investiga ese deporte, en la Universidad Federal Fluminense.