Maria Puscariu está a punto de completar su licenciatura en filosofía en una universidad belga. Esta moldova de 27 años trabajó durante más de cinco años como empleada doméstica en Europa occidental para sustentarse y pagar sus estudios.
Puscariu comenzó trabajando en Lisboa como acompañante de un paciente con problemas mentales. Aunque la familia portuguesa que le dio el empleo la trataba bien, siempre debía esforzarse por agradarles.
"Cuando eres ilegal y tu trabajo no está regulado, todo depende de tu empleador, y entonces estás bajo mucha presión para ser amable", dijo a IPS.
"No existen licencias por enfermedad, así que si te indispones por un periodo largo de tiempo corres el riesgo de ser despedida. Lo mismo puede pasar si quieres regresar a tu país temporalmente para visitar a tu familia".
Ahora en Bélgica, Puscariu se gana la vida limpiando una casa, esta vez legalmente, ya que su visa de estudiante le permite trabajar 20 horas semanales.
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"El sistema está bien organizado en Bélgica, y se estimula a la gente a contratar empleadas domésticas a través de incentivos fiscales", explicó. Ahora ella trabaja a través de una agencia, y puede gozar de licencia por enfermedad, de vacaciones pagas y de seguro de paro.
"Ser una empleada doméstica no es algo que dé prestigio en Bélgica, pero es respetado. En Portugal, la familia para la que trabajas puede tratarte horriblemente y pensar: Eres nuestra sirvienta, no vale la pena tratarte bien".
Como Puscariu, millones de mujeres de Europa oriental se han trasladado al oeste para ser empleadas en hogares, limpiando o cuidando a niños o ancianos. Los números precisos son difíciles de calcular, ya que muchas trabajan en forma ilegal.
Una rumana o una búlgara, por ejemplo, pueden trasladarse a un país de Europa occidental sin necesidad de visa. Luego exceden los tres meses en los que se les permite residir sin notificación, y comienzan a trabajar informalmente.
WIEGO, organización que representa a trabajadoras informales en todo el mundo, calcula que hay más de 1,2 millones de empleadas domésticas en Italia, y que más de 50 por ciento de las inmigrantes en Francia trabajan para familias.
Hay más de 100 millones de trabajadores domésticos en todo el mundo, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Forman "uno de los más grandes y sin embargo más desprotegidos sectores de la fuerza laboral", indicó. La vasta mayoría son mujeres.
De acuerdo con una investigación realizada entre 2006 y 2007 en Gran Bretaña por Kalayaan, organización por los derechos de los empleados domésticos inmigrantes, 84 por ciento eran mujeres. De éstas, 86 por ciento trabajaban más de 16 horas al día, 70 por ciento se quejaron de abusos psicológicos y 56 por ciento no tenían una habitación privada en la casa de sus empleadores.
El número de trabajadoras domésticas en Europa occidental procedentes del este del continente creció en la última década, cuando la Unión Europea se amplió, y en coincidencia con la privatización de los servicios de acompañantes en los países europeos occidentales, según una investigación de la socióloga Sarah Schilliger, del Instituto Basel para Sociología, en Suiza.
El estudio de Schilliger se centró en personas que trabajaban acompañando a ancianos en Suiza. Sin embargo, ella sostiene que las características de este tipo de empleo se aplican fácilmente a la mayoría de las trabajadoras domésticas en todo el mundo: pagas reducidas, inseguridad laboral y falta de beneficios sociales y de acceso a la atención médica.
Están en una línea borrosa entre ser consideradas profesionales o parte de las familias que las emplean, lo que limita su privacidad y poder de negociación, explicó. Siempre están presionadas por el trabajo si viven en la casa de sus empleadores, y muchas veces se encuentran aisladas socialmente.
Como la mayor parte del trabajo doméstico, el servicio de acompañante es tradicionalmente considerado una ocupación femenina. En Europa, donde hay una creciente apertura de género en el mercado laboral, estas tareas son cada vez más dejadas en manos de mujeres.
Mientras, la emigración deja un "déficit de atención" en Europa oriental. En Rumania, más de 25.000 niños y niñas tienen a sus dos padres trabajando fuera del hogar, y en muchos casos los pequeños se suicidan, en parte debido a esa ausencia, según psicólogos.
Para evitar esto, este "ciclo de atención" debe ser reconocido e integrado en la legislación laboral en todos los países, sostuvo Schilliger. "Los gobiernos deben garantizar que el trabajo informal de las mujeres como acompañantes sea contemplado por la legislación laboral y entendido como una gran contribución al sistema de bienestar", dijo a IPS.
Algunos gobiernos europeos están dando pasos para regularizar el trabajo doméstico y el de acompañantes, pero muchos otros quedan rezagados.
La sindicalización de los inmigrantes es notoriamente difícil, y a los que trabajan como acompañantes se les presentan obstáculos adicionales.
"Quienes se desempeñan como acompañantes viven y trabajan en casas privadas, lo que hace difícil controlar las condiciones laborales", explicó Schilliger.
No obstante, los esfuerzos de grupos que defienden a los trabajadores inmigrantes están dando resultados. El mes pasado, la OIT acordó considerar la adopción de una convención internacional para la protección de los derechos de las empleadas domésticas.