Estrategia de Obama en Afganistán sobrevive a la tormenta

La publicación de informes clasificados sobre operaciones estadounidenses en Afganistán agravaron la crisis de confianza en esa campaña militar, que ya cuenta nueve años. No obstante, Barack Obama sigue contando con apoyo del Congreso legislativo.

Más de 90.000 documentos publicados en el sitio web WikiLeaks (dedicado a apoyar el periodismo de investigación) revelaron, entre otras cosas, acciones militares encubiertas en territorio afgano y muertes de civiles que nunca habían sido informadas públicamente.

Además, los informes muestran la preocupación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sobre una supuesta colaboración oculta del gobierno de Pakistán con el movimiento islamista afgano Talibán.

Mientras crece el número de bajas occidentales en tierra afgana —julio podría superar a junio como el mes con mayor mortalidad desde el comienzo del conflicto en 2001—, la filtración alimentó el pesimismo que ya crecía en el ala más liberal del gobernante Partido Demócrata, y que incluso ha llegado a varios miembros del más belicista Partido Republicano.

La esperanza generada por la designación de David Petraeus —a quien se le atribuye haber contenido la guerra civil en Iraq hace tres años— como comandante de las fuerzas en Afganistán se disipó ante la ola de malas noticias.
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Los polémicos informes filtrados por WikiLeaks y la captura el fin de semana de dos marinos estadounidenses a manos de talibanes fueron sólo dos ejemplos.

Incluso antes de estos acontecimientos, figuras clave de la elite política habían roto con el consenso predominante hace apenas unos meses sobre los esfuerzos en Afganistán.

Casi todos estaban convencidos de que la estrategia de Obama de combinar tácticas militares clásicas de contrainsurgencia, priorizando la protección de la población civil, con la construcción de capacidades y la extensión del alcance del gobierno central afgano podría efectivamente revertir el resurgimiento del Talibán y traer la paz.

Sin embargo, en las últimas semanas, muchos analistas comenzaron a mostrar su escepticismo.

En una columna publicada por el sitio de noticias Politico a mediados de julio, Robert Blackwill, ex funcionario de seguridad durante el gobierno de George W. Bush (2001-2009), propuso como alternativa dividir a Afganistán en dos partes: el bastión talibán en el sur, de mayoría pashtún, y el norte multi-étnico y las zonas occidentales donde están presentes las fuerzas internacionales.

En otra columna para el Financial Times la semana pasada, Backwill descartó que esta idea pudiera crear un nuevo país pashtún que amenazara la integridad territorial de Pakistán.

"Una división así sería un resultado profundamente decepcionante para los 10 años de Estados Unidos en Afganistán", reconoció, "pero, lamentablemente, es lo que mejor se puede alcanzar en forma realista y responsable".

Mientras, Richard Haass, también ex funcionario en el gobierno de Bush y presidente del influyente Consejo de Relaciones Exteriores durante la mayor parte de la última década, ofreció su propia alternativa.

En un artículo de tapa en la revista Newsweek, titulado "No estamos ganando. No vale la pena", llamó a la "descentralización" de Afganistán.

Según Haass, Washington debería reducir sus esfuerzos para consolidar al gobierno central en Kabul.

En cambio, tendría que proveer "armas y entrenamiento (solamente) a los líderes afganos que rechacen a (la red radical islámica) Al Qaeda y no procuren socavar a Pakistán", incluyendo a líderes talibanes que acepten esas condiciones, mientras mantiene suficientes fuerzas en alerta.

Aunque los combates en Afganistán podrían seguir por años, de esta forma Washington reduciría significativamente su presencia, según Haass.

El analista ha sido siempre un escéptico de la estrategia de Obama, pero otros partidarios del mandatario ahora también piden cambios.

En The New Republic, Steve Coll, experto en Asia central y presidente de la New America Foundation, implícitamente cuestionó las propuestas de Haass y de Blackwill, alertando que de esa forma se entregaría el sur afgano al Talibán y el resto del país a señores de la guerra locales.

En cambio, llamó a Washington a aplicar la estrategia seguida por el último gobernante comunista en Afganistán, Mohamad Najibullah (1987-1992), quien procuró, aunque sin éxito, forjar la alianza más amplia posible contra los islamistas.

Washington debe ahora, quizás con la cooperación del presidente Hamid Karzai, trabajar para reforzar "un consenso nacional para prevenir que el Talibán o cualquier otra facción armada tome el poder en momentos que las tropas internacionales se retiran gradualmente de los combates directos", sostuvo Coll.

Bajo las actuales circunstancias, "el sector político está en creciente riesgo de fisura", y muy posiblemente podría haber una guerra civil si las fuerzas de Estados Unidos y de la OTAN se retiran.

Mientras las alternativas propuestas revelan la creciente división dentro de la elite política estadounidense sobre lo que se tiene que hacer, recientes encuestas sugieren que la confianza del público en la estrategia de Obama está en caída.

Una creciente mayoría cree que la campaña en Afganistán, financiada actualmente con unos 100.000 millones de dólares al año, y que el mes pasado cobró la vida de 102 soldados de la OTAN, no ha valido la pena. Muchos más creen que la guerra está estancada o ya está perdida.

No obstante, la decepción pública no se reflejó en el Congreso. El martes, la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de apoyo de emergencia a la estrategia militar, por 33.000 millones de dólares, que Obama necesita para enviar más soldados.

* El blog de Jim Lobe sobre política exterior se puede leer en: http://www.ips.org/blog/jimlobe/

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