Cada día es una batalla para ex guerrillera tamil

Ranjani, una tamil habitante del oriental distrito de Batticaloa en Sri Lanka, alimentaba los sueños de cualquier joven, como estudiar y llegar a la universidad.

Pero en 1990, esos sueños se hicieron añicos cuando los rebeldes separatistas golpearon a su puerta para reclutarla.

Los Tigres para la Liberación de la Patria Tamil (LTTE) libraban entonces una sangrienta guerra contra el gobierno, para lograr la autonomía del norte y el este de Sri Lanka. Y buscaban incorporar a filas a un miembro de cada familia de las áreas que controlaban.

Si no iba con ellos, se llevarían a otro, muy probablemente a su hermano menor, pensó para sí Ranjani, cuyo verdadera identidad se reserva.

Nacida en el seno de una familia pobre, Ranjani, la hija mayor, se vio obligada a elegir entre perseguir su sueño de ir a la universidad y proteger a su familia uniéndose al LTTE.
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«Tuve que tomar esa decisión. No había opción», relata ahora con una voz apenas audible.

Al librar una guerra de la que nunca quiso ser parte, Ranjani abandonó todo pensamiento sobre su familia, sus amigos, e incluso ella misma.

Cuando se unió a los Tigres, su pelo, que caís sobre sus hombros, fue casi rapado. En los ocho años en los que fue combatiente, nunca se permitió que le creciera más de un centímetro, jamás usó un peine ni se miró al espejo.

«Era un mundo diferente, un tiempo diferente», recuerda.

Si alguna vez tuvo la ilusión de salvar a su familia uniéndose a los Tigres, ésta se desvaneció cuando su casa fue el blanco de fuego de artillería y su padre murió y su hermano fue herido en una pierna.

Ese hermano quedó lisiado e incapacitado para trabajar, dice Ranjani.

Estos hechos la obligaron a desertar del LTTE y regresar con su familia. Sus jefes la buscaron sin cesar, pero nunca la encontraron.

El LTTE se declaró derrotado por las fuerzas del gobierno el 17 de mayo de 2009.

El conflicto había comenzado en 1983 tras una serie de ataques de la comunidad cingalesa, mayoritaria en este país, contra la tamil, predominante en el norte y el oriente.

Hoy Ranjani intenta reconstruir lo que queda de su vida. «Lo hemos perdido todo. Yo perdí mi juventud, a mi padre y mi futuro», dice mientras enjuga sus lágrimas con un pañuelo azul.

Su relato es interrumpido por largos silencios en los que su mirada se pierde. Su voz se quiebra cada vez que vuelve a hablar.

Aunque la paz llegó a la devastada región tamil de Sri Lanka, para su familia la vida es una constante lucha por la supervivencia.

Viven de la elaboración de pasteles de arroz típicos de Sri Lanka que venden a los vecinos. «También vendemos carne y los huevos que ponen nuestras gallinas», dice Ranjani. En un buen día, la familia gana entre 200 y 300 rupias (entre 1,76 y 2,65 dólares).

No puede irse de casa para buscar un trabajo porque tiene que cuidar a su hermano y a su madre anciana.

Ranjani se consuela pensando que su hermana menor pudo conseguir trabajo en una universidad regional. «Siento que está agradecida por el sacrificio que yo hice», dice.

Por el momento, Ranjani no tiene grandes planes. Su principal preocupación es satisfacer las necesidades cotidianas de su familia y ahorrar lo poco que pueda con la esperanza de abrir una pequeña tienda en su casa.

«Ni siquiera quiero pensar en el matrimonio», dice. Y si lo hiciera, las perspectivas de hallar a alguien serían nulas. Los hombres mantienene distancia. «Mi pasado me precede», explica.

Sin embargo, el futuro no es totalmente sombrío.

El 13 de junio, en una boda colectiva para ex integrantes del LTTE en la norteña localidad de Vavuniya, el gobierno anunció que unos 8.000 ex combatientes fueron alojados en centros de rehabilitación, donde se les prestaría entrenamiento laboral, mientras otros 3.000 fueron enviados da sus hogares. Unos pocos consiguieron trabajo.

Tal anuncio le dio a Ranjani un motivo para tener esperanzas: después de todo, conseguir un ingreso estable no es algo tan imposible.

«Ahora es diferente, podemos vivir juntos», dice, a propósito de las comunidades srilankesas devastadas por la guerra.

«Nunca volveré a usar un arma, nunca más», asegura, apretando su pañuelo azul mientras las lágrimas resbalan por su rostro.

* Este artículo fue originalmente publicado por IPS/TerraViva con el apoyo de Unifem y del Dutch MDG3 Fund.

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