BRASIL: Belo Monte y la sequía como regalo

Serán dos años de abundancia y luego la hambruna. La lógica del indígena José Carlos Arara desnuda la retórica que promete mantener las condiciones de vida a quienes serán afectados por la brasileña central hidroeléctrica de Belo Monte, a construirse en el norteño río Xingú.

En el Xingú, donde se ven orillas, casi siempre son islas Crédito: Mario Osava/IPS
En el Xingú, donde se ven orillas, casi siempre son islas Crédito: Mario Osava/IPS
La gigantesca obra, que insumirá cinco años, inundará un área 58 por ciento menor que la prevista en el proyecto inicial, resguardando tierras indígenas, arguye el gobierno de Brasil. Se limitará a 516 kilómetros cuadrados, un quinto de la superficie que inundó Tucuruí, central de potencia similar que se construyó 26 años atrás en esta misma Amazonia oriental.

Pero el tramo sustraído a la inundación —cien kilómetros de la Volta Grande del Xingú, una curva del río en forma de herradura—, sufrirá el efecto inverso, el estiaje permanente, pues perderá la mayor parte de sus aguas retenidas en una represa y desviadas por un canal a un segundo embalse generador de energía.

En este tramo viven unos 180 indígenas en dos reservas, Paquiçamba y Arara, y centenares de familias campesinas. El río es su principal fuente de proteínas y medio de transporte.

Desde su aldea, elegida por algunos animales silvestres para vivir, como un mono que cabalga siempre un "queixada" (especie de puerco salvaje), José Carlos Arara, cuyo apellido es el nombre de su etnia, participa en el movimiento contra Belo Monte, que une a indígenas, ambientalistas, activistas sociales e investigadores académicos.
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Reducir el flujo hídrico desatará factores que reducirán drásticamente el pescado y otros alimentos que ofrece el río, según José Carlos, líder de la tierra indígena Arara de la Volta Grande, donde viven 96 personas a las que se suman más de 50 parientes que estudian o trabajan fuera de la comunidad.

La alteración de los ciclos y flujos hidrológicos extinguirá varias especies de peces, advierten investigadores y admiten incluso las autoridades ambientales que autorizaron la usina de Belo Monte.

Habrá menos peces y "tracajás", quelonios amazónicos tan importantes como el pescado en la alimentación local, porque su reproducción depende de la crecida del río en la primera mitad del año, el "invierno", que inunda los bosques lindantes donde estos animales se nutren y refugian.

La vegetación crecerá en las playas que ahora se inundan en el invierno amazónico, frustrando el desove de los quelonios o elevando su mortalidad, y con el cambio de temperatura podrían nacer más machos que hembras, lo que afectará más aún la reproducción, advirtió el biólogo Juarez Pezzuti, en el Estudio de Impacto Ambiental de Belo Monte.

Los quelonios casi desaparecieron del área de influencia de la hidroeléctrica de Tucuruí, que represó el río Tocantins, al este del Xingú, informó Pezzuti, investigador de la Universidad Federal del norteño estado de Pará. Los tracajás fueron la excepción.

Además, la menor cantidad de agua facilita la pesca, que por eso se intensifica en el segundo semestre, el "verano" o estiaje de la Amazonia. Con un verano continuo en la Volta Grande, la sobrepesca y el exterminio de tracajás se extenderán a todo el año, destacó José Carlos.

La depredación entre especies se intensificará, porque toda la fauna será más vulnerable a sus enemigos naturales en un río más estrecho y menos profundo, con menores espacios y refugios, acotó.

A eso se suma la creciente competencia por los recursos alimentarios, a causa del gran flujo de migrantes seducidos por la construcción de la hidroeléctrica. La obra, según sus planificadores, generará 18.700 empleos directos y 80.000 indirectos y atraerá a unos 100.000 forasteros que duplicarán la población de las ciudades cercanas.

Quienes no consigan trabajo buscarán sobrevivir en actividades como la pesca, observó José Carlos, una disputa por recursos naturales que viene aumentando desde 2005, cuando el fin de la industria maderera ilegal agravó el desempleo en Altamira, la principal ciudad de la zona.

"Los 300 kilos de pescado que antes podíamos obtener en cuatro días ahora nos cuestan siete a ocho días", ejemplificó.

Al principio, la facilidad de pescar y cazar beneficiará a todos, pero la abundancia de peces y tracajás en la Volta Grande no aguantará más de dos años de aguas reducidas, estimó el líder arara.

El Xingú tiene características singulares. Crece mucho con las lluvias del invierno y baja demasiado en el verano. Puede alcanzar 30.000 metros cúbicos por segundo entre marzo y abril, y llegar a menos de 500 metros cúbicos en septiembre-octubre.

Esa variación genera dudas sobre la viabilidad de la central en los meses más secos.

Como discurre en su mayor parte por terrenos rocosos y de poco declive, el Xingú es muy ancho y lleno de islotes, a menudo sumergidos por las crecidas, especialmente en la Volta Grande, donde también se suceden las cascadas.

Por eso navegar aquí es peligroso, en especial en el verano, cuando las piedras y cascadas hacen intransitables varios tramos del Xingú, incluso para las "rabetas", pequeñas embarcaciones usadas por indígenas y ribereños. En estos lugares hay que cargar el barco por tierra.

"Llevamos nueve a 10 horas para alcanzar Altamira", señaló José Carlos, cuya aldea queda a unos 70 kilómetros de la ciudad, río abajo. La fluvial es la única conexión de esta tierra indígena con el mundo y se perderá cuando se seque el cauce en Volta Grande y se erija una barrera en el Sítio Pimental, 40 kilómetros abajo de Altamira.

El proyecto aprobado promete amortiguar los impactos en Volta Grande asegurando un flujo mínimo de agua que variaría mensualmente de 700 metros cúbicos por segundo a 8.000, y a entre 700 y 4.000 metros cúbicos en años muy secos, que siempre son seguidos por otros más húmedos. Es el llamado "hidrograma de consenso".

Es muy poco para asegurar las funciones del río, que alcanza en el invierno un promedio de 23.000 metros cúbicos por segundo, critican los opositores. Además, esas metas difícilmente se cumplirán, porque pondrán en disputa aguas que generarán electricidad y ganancias económicas.

Entre las 40 condiciones impuestas para aprobar Belo Monte, la autoridad ambiental nacional exigió que ese hidrograma fuera sometido a prueba en los seis años posteriores a la instalación de "la plena capacidad de generación" de la usina, con "un robusto plan de monitoreo" de los impactos en la Volta Grande, con fines de rectificación.

En proyectos anteriores, como Tucuruí, hubo exigencias ambientales previas que pasaron al olvido. Ahora se trata de adoptar una condición posterior al hecho consumado.

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