El alcance de la reforma del sector financiero queda ahora claro, tras dos acontecimientos tan dramáticos como la crisis de los bancos del 2008 y la crisis del euro del 2010. La economía es hoy un automóvil que ha utilizado su única rueda de repuesto, mientras sigue circulando por espinosos caminos.
Nunca antes, aparte del lejano 1929, las finanzas habían causado tantos daños en la economía real, en los trabajadores, en las familias y en las sociedades. Los resultados de la especulación sobre el euro están a la vista y los pensionistas del sur de Europa tiene una opinión clara de todo esto. La crisis del euro del 2010 se salda con 1 billón de dólares, con los Estados gravemente endeudados y sin capacidad financiera para afrontar próximas crisis.
El problema tenía sólo dos vías de solución: o se volvía a restaurar el mundo financiero anterior al 1981, cuando llegó el Presidente Reagan y comenzó el proceso de liberalización continuado por Clinton y Bush, o se intentaba controlar el actual sistema.
Varios prestigiosos economistas, como el ex presidente del Banco Central estadounidense, Paul Volcker, querían que se volviera al diseño anterior. El gran coro de los sectores financieros y sus grupos de presión, intentaba que las limitaciones fueran mínimas, con el argumento de que todo control limita la innovación y desarrollo.
Los proyectos en marcha en Europa y en Estados Unidos han optado por limitar los excesos, sin enfrentar al sistema. Habrá mejorías indudables, ya que se eliminan varios mecanismos especulativos que han llevado a la crisis actual. Pero no se regresará a la época anterior a Reagan. En otras palabras, el concepto especular es legítimo no está en discusión. Este hecho nos hace notar que estamos viviendo en otra época cultural. Hasta el 1980, especulación era un término negativo. En la década de los 50, un importante financiero levantó escándalo al teorizar que un empresario debía ganar 20 veces más que sus trabajadores. En esos tiempos hubiera sido impensable que un financiero judío como Madoff, robara plata a otros judíos, entre ellos al premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel.
El mundo de las finanzas se basaba en la economía real, la bolsa en el rendimiento de las empresas, y los bancos en los depósitos de sus clientes. La eliminación de reglas y controles puso en marcha generaciones de financieros que inventaron instrumentos de mayor riesgo y, por lo tanto, de mayor beneficio. Esto ha creado la cultura especulativa actual, que ha sido legitimada por el mundo de la política y de los gobiernos, que ahora toman la opción más fácil: eliminar los excesos.
Pero la especulación tiene un espacio legitimado en el mundo actual. Es un hecho singular que sean los operadores de bolsa y no los representantes elegidos por los ciudadanos los que deciden el destino de millones de personas y que para ponerles límites, los gobiernos y las instituciones europeas, que han sido incapaces de advertir la falsificación de los presupuestos griegos, tengan ahora que emprender una política de ajustes fiscales que cambiarán profundamente el cuadro social europeo y el destino de sus jóvenes. En otras palabras, los gobiernos no ponen sus cuentas en orden para el bien de sus ciudadanos, sino para resistir a los especuladores. De una política de planes de equilibrio y desarrollo se pasa a planes de ajuste estructural que pagarán las clases más pobres y dependientes una vez más.
En el caso de Grecia, ni al Banco Central Europeo, ni al Fondo Monetario Internacional se les ha ocurrido optar por la restructuración de la deuda, espaciando en varios años el pago a los acreedores y permitiendo un ajuste estructural progresivo. El brutal modelo elegido, probablemente, detendrá ahora todo crecimiento. Mientras tanto, a nadie se le ocurre poner límites a las operaciones financieras para frenar la carrera al riesgo más alto y, por ende, más remunerativo. Un ejemplo sería poner límites modestos, a nivel con las ganancias de las empresas de la economía real, de lo que las bolsas puedan ganar o perder en un día de transacciones. No hay duda de así se perderían muchas ganancias pero ¿de cuántas personas? Porque los riesgos de unos pocos ciudadanos hoy los están pagando muchos millones.
Y así es: por cada nuevo millonario en euros, según la OCDE, 500 personas descienden de la clase media a la pobreza. En el nuevo mundo en que hemos entrado, la brecha entre el tiempo público y el privado es enorme. El 80% de las transacciones bursátiles están hechas por computadora en segundos. Los gobiernos europeos, por el contrario, necesitan varias semanas antes de acordar medidas para frenar la especulación. En esta competencia, el obvio perdedor es el Estado. Un Estado que, mientras limita los daños de la droga y del tabaquismo, porque afectan a la humanidad, considera lícito que millones de personas sean víctimas de especuladores.
Para dar una idea del mundo irreal en que estamos entrando, leamos un informe del New York Times del 22 de mayo. El organismo fiscal norteamericano (IRS) ha resuelto que los denunciantes de fraudes fiscales reciban un porcentaje de las sumas recuperadas por el Estado. Esto es para los famosos fondos de riesgo (hedge funds) una oportunidad de ganancia; están contactando con los denunciantes para que les cedan las compensaciones a cambio del anticipo de una parte de la suma a que tendrán derecho sin tener que esperar los dos o tres años del trámite judicial.
David Desser, cuya empresa se especializa en litigios financieros, declara que en cuanto el IRS expida su primer cheque, más y más personas se darán cuenta que este es un nuevo sector susceptible de ser monetizado ¿Cuál es la capacidad de un Estado para poder imaginar y reglamentar la monetización de los premios por denuncias fiscales y su tiempo de respuesta? Como la hidra de la mitología griega, por cada cabeza que se le corta, nacen siete más. ¿Llegará el momento en que colocaremos a la hidra en el justo lugar que le corresponde, esto es: la mitología? (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).