Más allá de la fiesta por el bicentenario de la independencia de Argentina, las promesas de progreso social de los revolucionarios de entonces siguen pendientes dos siglos después en los rostros de los nuevos excluidos.
Aquellos indígenas, esclavos y gauchos (hombres de campo) que conformaban en mayo de 1810 el grupo más vasto y más pobre de la sociedad colonial, son actualmente los pobres, los desempleados, los sin techo, los que no acceden a la educación ni a la salud de calidad.
"Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden social los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria", decía entonces Manuel Belgrano, creador de la bandera celeste y blanca argentina.
Doscientos años después, el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia (asentamientos precarios) advirtió que "la deuda social es enorme" en Argentina, en un documento titulado "Bicentenario e Integración Urbana".
Denuncia que en los asentamientos más pobres "se desatienden los derechos más elementales como el derecho a la alimentación, el acceso al agua, a la educación básica, al cuidado de la salud, a una vivienda digna".
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El sacerdote de la Iglesia Católica José María di Paola, uno de los integrantes del equipo, dijo a IPS que "los nuevos excluidos son los habitantes de estos barrios periféricos, desocupados o subocupados, sin acceso a una educación que los haga competitivos".
"Viven extramuros de la ciudad, sin acceso a ninguno de los servicios básicos, y sufren además el flagelo de la droga y la violencia", añadió Di Paola, quien advirtió que el fenómeno, lejos de retraerse con la modernidad se va acrecentando.
Por eso, los religiosos hicieron un llamado a mirar el bicentenario como "una gran oportunidad" para realizar "acciones concretas" por los más pobres desde ahora a 2016, cuando se cumplen 200 años de la declaración formal de la Independencia.
Diversos historiadores coinciden en el diagnóstico y las recomendaciones de estos sacerdotes, y llaman a no malgastar la efeméride en inversiones tales como monumentos, desfiles y espectáculos vacíos.
El historiador Felipe Pigna, autor de "1810. La otra historia de nuestra revolución fundadora", exhortó a los argentinos a retornar a los ideales de libertad, producción, progreso e inclusión social. De justicia y educación para todos.
"Tenemos este 2010 la oportunidad de acercarnos a aquel pensamiento, no desde la nostalgia sino desde ( ) un pensamiento que mantiene una extraordinaria vigencia y que puede sernos de gran utilidad en la reconstrucción de un modelo inclusivo", dijo.
Los protagonistas de aquella historia revolucionaria formaron el primer gobierno patrio en 1810, cuando el país era mucho más pequeño. Tenía fronteras limitadas por pueblos originarios, hostiles al conquistador español y entonces aún a sus herederos.
Sin contar a los indígenas autoexcluidos de la convivencia, se estima que en el país había unas 310 mil personas frente a los más de 38 millones de habitantes actuales- y en la ciudad de Buenos Aires 44 mil, la mayoría esclavos o negros.
Fueron estos grupos de esclavos y negros libres, de gauchos, indios y mestizos, los reclutados compulsivamente para integrar a los ejércitos que llevaron la revolución de Buenos Aires a las provincias durante más de una década.
Cuando se cumplió el centenario, en 1910, las celebraciones barrieron bajo la alfombra la pobreza, el hambre, la desnutrición, las pestes, el hacinamiento urbano, las huelgas y la falta total de derechos laborales.
Cuatro años antes de aquella celebración fastuosa, que colmó la ciudad de monumentos y edificios emblemáticos que aún perduran, el médico español Juan Bialet Massé publicó un informe sobre la clase trabajadora que todavía estremece.
Por encargo del gobierno, Bialet recorrió el país y realizó su estudio alertando sobre el estado calamitoso en el que se desempeñaban los trabajadores agrícolas, industriales y de servicios, incluidas mujeres y niños. Todos sin ningún derecho.
A mediados del siglo XX, Argentina logró una serie de progresos en ese aspecto, que le permitieron acariciar el sueño de la igualdad. La participación de los trabajadores en el reparto de la riqueza llegó casi a la mitad por algunas décadas.
Con la última dictadura (1976-1983), se inició un nuevo retroceso social que los gobiernos democráticos posteriores consiguieron detener o reducir, pero el sueño de igualdad se escapó otra vez cuando llega el segundo centenario.
Actualmente, se estima que más de 30 por ciento de los habitantes de Argentina son pobres, en un país que el siglo anterior había llegado a ser un modelo en América Latina de promoción social a través del trabajo y la educación de calidad.
Del segundo lugar que en 1950 ocupaba el país dentro de la región en el control de la mortalidad infantil, cayó al quinto, según la Comisión Económica para América Latina. Unos 9.300 niños mueren anualmente antes de cumplir un año, la mitad por causas evitables.
"En 200 años logramos la ocupación y la integración del espacio propio, al tiempo que vivimos una desigual modernización económica", señala el historiador Fernando Devoto en un documento de la nueva Casa Nacional del Bicentenario.
"Progreso y desigualdad, integración y conflicto signaron nuestra historia. La sociedad relativamente simple del momento inicial se transformó en una sociedad compleja", dice, en la que los habitantes originarios vieron destruida su forma de vida.
"Como siempre, una historia de avances y retrocesos. El resultado es una sociedad desigual, pero relativamente integrada, donde los diferentes reclamos hacen evidente la conciencia de los derechos que al pueblo le pertenecen", añade.