El gobierno de Barack Obama respira aliviado ante la improbabilidad de que el nuevo gobierno de Kirguistán suspenda su contrato de arrendamiento de la base aérea de Manas.
La base kirguisa, por la cual en 2009 Estados Unidos se comprometió a pagar un alquiler anual de 60 millones de dólares, según un acuerdo con el ex presidente de Kirguistán, Kurmanbek Bakiyev (2005-2010), ha funcionado como una de las principales conexiones de transporte hacia Afganistán durante buena parte de los últimos nueve años.
Su importancia se intensificó en los últimos 15 meses, principalmente a causa de una escalada militar estadounidense en Afganistán, donde a fines de este año el contingente de menos de 50.000 soldados se habrá incrementado a 100.000.
Pero también saltó a un primer plano por la inseguridad, especialmente en y en torno al Paso de Khyber, principal nexo terrestre entre Pakistán y Afganistán.
La presidenta interina de Kirguistán, Roza Otunbayeva, dijo el viernes a The Washington Post que el contrato actual, que técnicamente expirará en julio, se prolongará más allá de esa fecha.
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Esto se debe a que su país tiene una intensa agenda política para los próximos seis meses, que incluye la redacción de una nueva Constitución y la preparación de elecciones.
Según la prensa, a raíz de las protestas masivas que desembocaron en su caída, el jueves Bakiyev huyó de Kirguistán hacia el vecino Kazajstán.
Antes permaneció una semana en su sureña región natal, donde mantuvo cierto apoyo popular pese a la corrupción generalizada y al aumento en los abusos a los derechos humanos que caracterizaron su gestión. Su partida coincidió con la reanudación a pleno de las operaciones en la base de Manas, que se había cerrado tras el inicio de la sangrienta revuelta que estalló el 6 de este mes en Bishkek.
Las condiciones básicas para su exilio y para el reconocimiento del nuevo régimen fueron resueltas en la cumbre nuclear de esta semana en Washington, en la que participaron Obama y sus pares ruso, Dmitri Medvédev, y kazajo, Nursultan Nazarbayev, según un comunicado de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
Pero el primer ministro ruso Vladimir Putin, cuya hostilidad hacia Bakiyev es de larga data, también jugó un rol clave.
Cuando fue presidente (1999-2008), Putin apoyó al predecesor de Bakiyev, Askar Akayev, quien fue derrocado en 2005 en la llamada "Revolución de los Tulipanes". Ésta fue una de revoluciones que se produjeron a lo largo de las fronteras meridionales de la ex Unión Soviética y a las que Moscú vio como esfuerzos estadounidenses de reducir su influencia.
Con un ingreso anual por persona de poco más de 2.000 dólares, Kirguistán es el segundo país más pobre —después de Tayikistán— de las ex repúblicas soviéticas.
El gobierno de Bakiyev fue duramente golpeado desde 2006 por los agudos aumentos en los precios de los alimentos y el combustible.
En 2009, Rusia accedió a cancelar una porción considerable de la deuda bilateral de Kirguistán, subsidiar su petróleo y realizar nuevas inversiones en el sector energético y de infraestructura en ese país por casi 2.000 millones de dólares.
Según crónicas de prensa, a cambio Bakiyev pondría fin al arrendamiento de Manas.
Bakiyev anunció que cerraría la base cuando expirara el contrato, pero se retractó cuando el gobierno de Obama accedió a triplicar el alquiler anual.
Según el experto en temas de Asia central Dilip Hiro, Bakiyev también logró que Washington le prometiera no criticar las elecciones de julio de 2009, en las que el presidente obtuvo oficialmente 80 por ciento de los votos.
Observadores internacionales en los comicios, particularmente la OSCE, denunciaron que esos resultados no eran creíbles.
El silencio de Washington, tanto sobre las elecciones como sobre la creciente represión ejercida por el régimen, empeoraron a raíz de que el hijo de Bakiyev, Maxim, fue el beneficiario de contratos del Pentágono para proveer a la base de Manas de combustible para aviones y otros servicios.
El hecho de que Maxim liderara una delegación oficial a Washington para realizar consultas bilaterales con altos funcionarios cuando estalló la última revuelta, no ayudó a la imagen de Estados Unidos ante la oposición.
En una conferencia de prensa realizada el jueves en Bishkek, el secretario de Estado adjunto estadounidense para Asia austral y central, Robert Blake, aseguró que Washington "postergó" las reuniones con la delegación de Maxim apenas comenzaron las protestas.
También dijo que Estados Unidos evaluará y renegociará los contratos de suministro de Manas "si hubo irregularidades".
Blake agregó que Washington estaba listo para "brindar asistencia técnica y de otro tipo" para la realización de nuevas elecciones nacionales, así como otras medidas "para crear una democracia que pueda servir de modelo" para toda Asia, además de los 60 millones de dólares que pagará este año a Kirguistán.
En su entrevista con The Washington Post, Otunbayeva, quien se desempeñó como embajadora en Estados Unidos durante dos gobiernos, señaló que el nuevo régimen kirguiso, pese a su intención de extender el acuerdo de la base, todavía alberga cierto resentimiento hacia el país norteamericano por el apoyo que prestó en el pasado a Bakiyev.
"Concluimos que en la agenda de Estados Unidos lo más importante es la base y no nuestro acontecer político ni el sufrimiento de la oposición, el cierre de los diarios o las golpizas a periodistas", añadió, opinando que Washington "hizo la vista gorda".
En contraste, Moscú reconoció al gobierno interino de Kirguistán y le ofreció ayuda económica y de otras clases apenas asumió el poder. En este sentido, Rusia parece haber salido mucho más fortalecida que Estados Unidos.