«Los pobres no tenemos por qué comer mal», aseguró con rotundidad Juan Anguisaca, un productor rural de Ecuador. «Es falso que los productos orgánicos deban ser caros. Pueden ser rentables y estar al alcance de los pobres», corroboró Rodrigo Aucay.
Los dos son socios de Coopera, la cooperativa de servicios agropecuarios cuya matriz está en la parroquia rural de San Joaquín, de 5.000 habitantes, en las afueras de Cuenca, esta ciudad meridional de la cordillera andina ecuatoriana, a 440 kilómetros de Quito.
Anguisaca está empleado en su centro de acopio y Aucay es el gerente general.
La cooperativa con nombre imperativo comenzó en enero de 2004 con ocho socios que pusieron seis dólares cada uno, apenas 48 dólares. Seis años después tiene 60.000 socios y activos por 28 millones de dólares.
"¿Y todo con productos orgánicos?", preguntó IPS con incredulidad. "Todo con productos orgánicos", respondió enfático Aucay, ingeniero agrónomo.
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El centro de acopio de Coopera en San Joaquín es uno de los tres de la cooperativa, donde realiza procesos de selección, lavado, empaque y despacho de hortalizas, frutas y cárnicos para sus propias tiendas en Cuenca y Guayaquil, la ciudad más poblada del país y centro comercial.
Junto al centro de acopio hay tres hectáreas bajo invernadero con riego por goteo. "Aquí los agrónomos hacen sus locuras", explicó Aucay, mientras mostraba orgulloso una zona en la que crecen sandías, de las que jamás se oyó que puedan darse en la sierra ecuatoriana, con valles a 2.600 metros sobre el nivel del mar.
"Estamos experimentando. Aún están pequeñas", dijo al lado de esferas del fruto de unos 20 centímetros.
Más allá, un agrónomo muestra "camas" de secado del ají, el pimiento picante conocido como "chile" en México y América Central. Con él preparan insecticidas orgánicos.
Aucay señala una suerte de banderas plásticas color mostaza, colocadas de trecho en trecho en las "camas" donde experimentan con variedades de tomate. "No hay insecticida orgánico que pueda con la mosca blanca del tomate, así que nos inventamos estos atrapamoscas", explicó risueño.
Están untados con un preparado de miel y goma arábiga donde quedan pegados los diminutos insectos.
"Éste era también hasta el año pasado nuestro centro de capacitación, pero ahora los cursos y seminarios los damos en una finca de 20 hectáreas que nos cedió en comodato la Universidad del Azuay", dijo.
Una paradoja, porque esa universidad privada de gran prestigio debió cerrar su carrera de ingeniería agronómica por falta de alumnos, mientras Coopera no da abasto con sus cursos de agricultura orgánica para los socios y para campesinos de otras organizaciones.
En las naves del invernadero se ven todo tipo de cultivos experimentales, mientras Aucay recuerda los inicios de la cooperativa, resultado de un proceso de dos años de elaboración participativa de un plan de desarrollo rural que promovió la Alcaldía de Cuenca.
Los pobladores llegaron a un consenso: que su segunda prioridad era tener una cooperativa de servicios agropecuarios. La primera era el transporte.
"Lo que la gente quería era establecer un ente, no importando el nombre, que recicle los recursos de la zona, para que puedan reinvertirse en la propia localidad y no se vayan a través de los bancos a la ciudad", recordó Anguisaca.
La zona, un valle de 800 hectáreas de las cuales apenas 300 son productivas, es esencialmente hortícola y abastece a Cuenca desde hace siglos. Pero la subdivisión de la tierra por las herencias llevó a que cada familia solo disponga, en promedio, de media hectárea cultivable.
"No estábamos en la miseria, pero tampoco en buena situación, y había un deseo claro de mejorar", dijo Rosa Parra, trabajadora del invernadero y campesina.
"En realidad, la gente a lo largo del 2003 se planteó dos cosas: la primera, que no quería una cooperativa más, de ahorro y crédito, sino una entidad que preste servicios, uno de los cuales es el financiero, pero que, además, apoye a la producción, genere empresas, abra nuevas perspectivas", rememoró Aucay
"La segunda cosa era que entre esas nuevas perspectivas quería hacer agricultura orgánica, porque estaba harta de los costos crecientes de los productos químicos", amplió.
Por eso se partió con otra visión y otra lógica, dice Aucay, cuya extracción popular y su experiencia anterior en cooperativas agrícolas fue decisiva para conducir el proceso.
En el camino se comprobó que es falso el axioma de que los productos orgánicos son más caros. Para eso, montaron las granjas experimentales y contrataron a varios agrónomos comprometidos con los procesos de producción verde. Ellos desarrollaron todo tipo de "compost" para suelos, fertilizantes, fungicidas e insecticidas orgánicos.
"¿Y estas mermeladas y productos empacados los venden a los supermercados?", preguntó IPS en la zona de despacho. "No, de ninguna manera", replicó Aucay, "¿a cuenta de qué vamos a regalar a los supermercados el margen de ganancia que es nuestro?".
En efecto, en Coopera entendieron que debían tener sus propios puntos de venta, primero en Cuenca y después en la occidental provincia de Guayas, en la costa del Pacífico, en especial hacia los barrios pobres de su capital, Guayaquil, con 2,2 millones de habitantes.
"Yo había trabajado en una cooperativa en Naranjal (Guayas), así que empezamos a probar con ellos. Coopera absorbió esa cooperativa en 2007 y hemos complementado las respectivas cadenas de producción y distribución", contó Aucay.
El modelo de hacer rentable la agricultura orgánica, ofreciendo buena calidad y precios bajos se consolidó al resolver la cooperativa desde sus primeros años que su mercado principal iba a ser la gente pobre.
"No solo involucramos al ciudadano en su propio desarrollo, renunciando al paternalismo y al clientelismo, sino que buscamos también el mayor beneficio para nuestros clientes, para que su alimentación sea sana y segura", afirmó.
Aucay lleva su convencimiento más lejos. Es presidente de la Red Nacional de Finanzas Populares y Solidarias de Ecuador, con 12 redes que integran cada una a decenas de cooperativas, asociaciones, fundaciones y centros.