Un ex guerrillero que propone «reinventar el capitalismo» y dice «necesitar a la burguesía» y un ex presidente neoliberal que promete mantener políticas sociales del actual gobierno izquierdista son los candidatos que se disputarán este domingo la presidencia de Uruguay.
Los dos van siempre acompañados de sus respectivos candidatos a vicepresidente, que representan a los sectores más «al centro» de sus partidos, y se esfuerzan por mostrarse amigos del presidente Tabaré Vázquez, cuyo gobierno muestra indicadores sociales y económicos destacados y recoge la aprobación de 71 por ciento de los encuestados cuando apenas faltan menos de cuatro meses para finalizar su mandato.
José Mujica, de la gobernante coalición de izquierda Frente Amplio, y Luis Alberto Lacalle, del conservador Partido Nacional, competirán este domingo en la segunda vuelta de las elecciones, luego de que el primero por muy escaso margen no superara el 50 por ciento de los votos necesarios para ser presidente directamente en las elecciones generales del 25 de octubre.
«Es el camino de la moderación para conquistar el electorado. Mujica no va a ser el veterano guerrillero de los años 60, ni Lacalle el político liberal de los años 90. Hoy la moderación es el requisito básico para ganar las elecciones en Uruguay», dijo a IPS Daniel Chasquetti, investigador del Instituto de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Sociales de la estatal Universidad de la República.
Conquistar a un electorado que se autodefine en gran parte como de centro ha sido una tarea difícil para estos dos postulantes que representan a dos sectores políticos diametralmente opuestos en el escenario político uruguayo y que cargan con un pasado que a veces puede perjudicar su imagen.
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Los partidos corren con candidatos que no muestran en primera instancia la moderación que parece reclamar la mayoría del electorado, cosa que quedó en evidencia en la gran proporción de indecisos que marcaban las encuestas hacia la primera vuelta de los comicios, que llegó hasta 11 por ciento, aunque ésta se fue reduciendo. Mujica terminó ganando con 48,1 por ciento de los votos, seguido de lejos por Lacalle con 28,9 por ciento.
El problema puede surgir de las elecciones primarias, sostuvo Chasquetti, a las que, al no ser obligatorio el voto, como sí lo es en las generales, acuden en su mayoría simpatizantes y militantes de los respectivos partidos. De esa forma surgen electos candidatos preferidos dentro cada fuerza, pero que no son «eficientes» a la hora de atraer público no definido con una tienda política.
De hecho, los hoy candidatos a la vicepresidencia, el frenteamplista Danilo Astori, quien fue ministro de Economía durante casi todo el gobierno de Vázquez, y el nacionalista Jorge Larrañaga, perdieron en las primarias de sus respectivos partidos, a pesar de que contaban según los sondeos con mejor imagen ante el electorado en general.
Deliberadamente, y en el marco de ese esfuerzo de moderación, la estrategia frenteamplista y nacionalista fue la misma: Astori y Larrañaga aceptaron integrar la fórmula de sus respectivos partidos, atemperando así el lado «problemático» de los candidatos a la Presidencia y aportando a la causa su aceptación pública.
DE GUERRILLERO A CANDIDATO
José «Pepe», Mujica, de 74 años, militó en su juventud en un sector centroizquierdista del Partido Nacional liderado por el senador Enrique Erro, quien en 1971 pasó a ser uno de los fundadores del Frente Amplio.
En los años 60 fue uno de los creadores del guerrillero Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T), pasando a la clandestinidad.
[pullquote]1[/pullquote]La organización opta por la vía armada en el marco de una creciente inestabilidad económica y política del país, y la lucha se intensifica con la asunción al poder de Jorge Pacheco Areco (1967-1972), quien intensifica la represión contra el movimiento social y las protestas sindicales y estudiantiles, además de lanzar una dura guerra contra los tupamaros.
En 1972, ya bajo el gobierno aún democrático de Juan María Bordaberry —que paulatinamente fue cediendo autoridad a las Fuerzas Armadas hasta el autogolpe de Estado que perpetró en 1973— el MLN-T fue derrotado, desarticulado y sus líderes encarcelados y puesto de rehén, como el propio Mujica, por los militares para controlar un eventual rebrote guerrillero.
En 1985, con la recuperación de la democracia, Mujica y los demás presos políticos recuperan la libertad beneficiados por una amnistía, que tuvo en cuenta las condiciones infrahumanas que debieron soportar. Los líderes del MLN-T anuncian públicamente su renuncia a las armas y su integración a la vida política legal. En 1989, el Frente Amplio los acepta en sus filas, aunque no sin oposición.
Años más tarde, Mujica funda el Movimiento de Participación Popular (MPP), que incluye al MLN-T y que paulatinamente se va convirtiendo en el más votado dentro de la coalición de izquierda y por el cual es elegido diputado en 1994 y senador en 1999.
En las elecciones de 2004, el MPP se consolidó como la principal fuerza dentro de la izquierda y él como el senador más votado, cargo que deja para ser ministro de Agricultura en el gobierno de Vázquez.
Mujica se caracteriza por su apariencia y hablar informal. Sólo para esta campaña aceptó usar traje, pero se mantuvo sin corbata. Vive en una chacra donde cultiva flores, acompañado de la senadora Lucía Topolansky, su pareja desde sus años en la clandestinidad y esposa formal desde 2005.
Su estilo lo acerca a mucha gente pero también le acarrea problemas. Sus declaraciones directas, sin cálculos políticos, fueron aprovechadas en esta campaña por sus rivales, que lo acusan de no creer en la justicia ni en la democracia.
No obstante, las encuestas parecen indicar que el público no lo ha castigado por esto: es el favorito para este domingo, con alrededor de 50 por ciento de las intenciones de voto, mientras que Lacalle está por lo menos ocho puntos porcentuales debajo.
De todas formas, es claro que en la campaña Mujica ha tratado de distanciarse de su propia imagen, no sólo en su vestir. Para marcar una transformación de sus ideas, destaca en sus avisos publicitarios la honestidad intelectual que implica aceptar que el mundo ha cambiado y promete «reinventar el capitalismo».
«Para mí es evidente que se dio cuenta de los problemas que podía causar su estilo y ajustó su discurso en los últimos meses de la campaña. Cuando uno es senador puede hablar libremente, pero el cargo de presidente impone una restricción muy fuerte a la que se tuvo que ajustar», dijo Chasquetti.
POR OTRA PRESIDENCIA
Luis Alberto Lacalle, de 68, conocido como «Cuqui», tiene una larga carrera dentro del Partido Nacional. Es nieto por vía materna del histórico dirigente nacionalista Luis Alberto de Herrera, y líder del sector conservador y tradicionalista «Herrerismo».
Comenzó a militar en las elecciones de 1958, con apenas 17 años de edad, acompañando a su abuelo en la campaña que le dio por primera vez el triunfo al Partido Nacional luego de más de 90 años de ser oposición.
Abogado y colaborador de varios medios de prensa, Lacalle fue elegido diputado en 1971, cargo que ocupó hasta que Bordaberry disolvió las cámaras en 1973 e instauró la dictadura.
Con la restauración de la democracia en 1985, fue elegido senador, y en 1988 candidato presidencial para los comicios del año siguiente, en los que triunfó.
En su gobierno de 1990 a 1995 procuró una transformación de la economía de corte netamente neoliberal, adoptando un feroz ajuste fiscal, vendiendo bancos del Estado, reformando el aparato estatal, regulando el derecho a huelga y desmonopolizando servicios públicos.
Este tipo de medidas inspiradas en el Consenso de Washington, tras el fin de la Guerra Fría, se repitieron en la región a través de los presidentes Carlos Menem (1989-1999) en Argentina, Fernando Collor de Melo (1990-1992) en Brasil y Andrés Rodríguez (1989-1993) en Paraguay, todos los cuales adoptaron fuertes políticas de privatizaciones y junto a los cuales Lacalle creó el Mercado Común del Sur (Mercosur), de integración entonces netamente económico-comercial.
Una ley de privatización de empresas públicas, finalmente derogada por un referendo que promovió el Frente Amplio y contó con el respaldo de parte del centroderechista Partido Colorado, las numerosas irregularidades en la venta de dos bancos a instituciones extranjeras, su conflictivo relacionamiento con los sindicatos y una huelga policial son algunos de los momentos más polémicos de su gestión.
Después de haberse postulado sin éxito en las elecciones de 1999 y 2004, esta vez presenta un discurso que pretende mostrar mayor conciencia de los problemas sociales, pero esto le causó dolores de cabeza. Cuando propuso crear instalaciones en asentamientos irregulares para que los residentes se bañaran mientras sus casas eran reformadas, el gobierno lo acusó de «insultar a los pobres».
Lacalle mantiene propuestas tradicionales de la derecha como una mano más severa en seguridad pública, oposición al actual sistema impositivo que hace «pagar más a los que tienen más» y rechazo a una ley de despenalización del aborto.