Con la delicadeza de quien cuida un tesoro, Dionicio Sarmiento mostraba sonriente sus semillas de papa. «Mire, están bonitas y buenas para cultivar. Habrá buena cosecha», dijo este campesino de Huancavelica, la región más pobre de Perú y donde la mayoría de los habitantes dependen de la agricultura.
Buenas semillas pueden hacer la diferencia entre pasar hambre y garantizar la alimentación de una familia.
Dionicio vive en la comunidad de Tinquerccasa, a más 3.500 metros sobre el nivel del mar, donde las casas son de adobe, la producción agrícola no es tecnificada y apenas alcanza para el consumo familiar. Aquí solo hay agua por tubería una hora al día y no existe servicio de alcantarillado.
Tinquerccasa pertenece al distrito de Paucará, donde más de 90 por ciento de la población es pobre. A nivel de toda la región de Huancavelica, la pobreza alcanza a 85,7 por ciento, y aproximadamente 45 por ciento de los niños y niñas de las comunidades indígenas sufren desnutrición.
A pesar de estas cifras desalentadoras, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha encontrado en esta comunidad un terreno fértil para combatir el hambre y promover la seguridad alimentaria mediante un proyecto que abarca a cuatro zonas.
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La iniciativa procura fortalecer a las organizaciones comunales, rescatar el consumo de alimentos tradicionales y conectar la producción agrícola con el mercado para que las poblaciones mejoren sus ingresos.
Aunque para ello la FAO ha buscado alianzas con las autoridades locales, regionales y del gobierno central, así como con universidades, quizás el mayor capital que tiene el proyecto son los conocimientos ancestrales de estos pobladores y sus sueños de superación.
La FAO considera que la situación de la inseguridad alimentaria mundial ha empeorado y sigue representando una grave amenaza para la humanidad debido a los precios de los alimentos en los países en desarrollo. La organización calcula que el número de hambrientos podría incrementarse en 100 millones este año, y superar así los 1.000 millones.
Para llegar a un acuerdo de lo que debe hacerse con urgencia, se realizará a partir de este lunes y hasta el miércoles en Roma la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria.
LA PROYECCIÓN DE UN SUEÑO
Con ese mismo espíritu, la misión en Huancavelica busca atacar por diversos flancos la raíz del problema. "La planificación es muy importante para el desarrollo local y para garantizar el alimento de estas familias. Y no se requieren grandes inversiones, sino mucho ingenio, voluntad y compromiso", dijo a IPS el coordinador del proyecto de la FAO, Hernán Mormontoy.
Mormontoy recorre de arriba a abajo estas comunidades. Es un ingeniero agrícola cusqueño con más de 25 de años de experiencia en zonas rurales y con habilidad para relacionarse con la gente. Para él, la planificación es clave. Instruye a las familias a proyectar sus sueños en un dibujo sobre una cartulina al que denominan "gestión predial a futuro".
En el boceto, las familias plasman cómo se imaginan la mejora de su vivienda, sus cultivos y posibilidades de negocios. "Aquí está mi biohuerto y un cuartito para mis cuyes (cobayas). Aquí voy a poner un cobertizo para mis vacas, en este otro lado el criadero de chanchos y más allá en la entrada queremos hacer un restaurante y un hospedaje para los turistas", explicó Dionicio a IPS.
Su hijo Bush, de apenas cinco años, escuchaba con atención la explicación de su padre mientras su esposa Dionicia sonreía y cargaba a la pequeña Zoraida, de seis meses de edad. "Esto es un proyecto donde se involucra toda la familia", agregó Mormontoy.
"Yo ayudo en el riego del biohuerto donde ya está creciendo la lechuga y la betarraga, también en la selección de las semillas y en pisar el barro para hacer el adobe de las casas. En varias cosas ayudo", explicó Dionicia en quechua, su idioma de origen.
El proyecto tiene decenas de promotores como Dionicio que se encargan de involucrar a las diversas familias. Esto ha permitido la construcción de más de cincuenta almacenes de semillas de apariencia rústica pero de gran efectividad para garantizar buenas cosechas. También ha logrado reducir 30 por ciento los gastos en comida de estas familias, e incrementar sus ingresos 40 por ciento, aseguró la FAO.
Como parte del plan, se han sembrado amplias parcelas con cultivos ancestrales de papas nativas, olluco y tarwi, con el asesoramiento de técnicos de la organización no gubernamental Desco, que trabaja para garantizar la calidad y el incremento de la producción, además de promover el consumo de alimentos tradicionales de gran contenido proteico.
Entre los que tienen mayores aportes nutricionales figuran la quinua, las papas nativas, la oca, el olluco, el tarwi y la kiwicha, pero aún es un desafío para la FAO promover el consumo de estos dos últimos, en muchos casos porque las comunidades desconocen sus valores nutricionales y la preparación de estos platillos.
"Una vez preparamos tarwi y parecía veneno. Amargo, era", contó a IPS Pablo Vargas Quispe, de 59 años, quien ha cultivado este producto pero principalmente para la venta, porque no sabe cómo aprovecharlo para alimentar a sus hijos.
Con el fin de promover el consumo de estos productos tradicionales, se han realizado ferias gastronómicas donde principalmente las mujeres se lucen con platillos creativos.
También existe una alianza con el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) para contribuir a diversificar los cultivos de estas poblaciones. IPS llegó a Tinquerccasa cuando esta institución entregó a los líderes de la comunidad más de 662 variedades de diversas especies de oca, olluco y mashua.
Los expertos del INIA esperan observar in situ la productividad de estas variedades y su resistencia en el campo para replicar la experiencia en otras zonas.
SIN AGUA NO HAY VIDA
La seguridad alimentaria y la mejora del nivel de vida de estas poblaciones también están relacionadas al acceso al agua para los cultivos y el consumo. Por ello, Julián Soto Taipe, padre de cinco hijos y dedicado agricultor, está construyendo con su familia un reservorio artesanal de agua.
El recurso se hace cada vez más escaso en la zona y en muchas comunidades de los Andes debido a que el cambio climático ha reducido las fuentes de agua por la pérdida de los glaciares y ha alterado el ciclo de las lluvias. Mormontoy aseguró que es un aspecto que ha sido considerado en el proyecto.
Julián es un caso simbólico del desarrollo rural pese a las adversidades: no sólo ha logrado optimizar su producción en el campo, sino que además ha mejorado su vivienda con el apoyo de sus hijos y ha creado una pequeña empresa de productos lácteos liderada por su esposa Máxima Silvestre.
"He viajado al norte, a Cajamarca, para conocer cómo se hacen los quesos, el yogurt… Yo haré lo mismo, venderé a menos precio a los de mi comunidad", explicó Máxima, quien tejía sin parar mientras hablaba con IPS.
Hay muchos pobladores que requieren apoyo en la zona. Lo que hace la FAO es una interesante contribución, pero no basta en una zona con tan alto nivel de pobreza. Los pobladores tocan todas las puertas que pueden.
Félix Unocc, de la comunidad de Padre Rumi, le pidió al ingeniero Mormontoy que lo acompañara a una de sus chacras para ver si se podía hacer un reservorio de agua.
Después de una accidentada caminata, el experto llegó con IPS a la cuesta donde había un riachuelo, observó el terreno y le dijo a Félix: "Aquí podemos hacer un pozo, sacar el agua de allá arriba y poder regar tus cultivos pero también las de otras familias porque el agua es todos".
Félix respondió que sí, que entendía que el agua era para la comunidad. "Sólo queremos que nos orienten y nos ayuden", dijo gentilmente, y su respuesta reveló la urgencia de que estos pueblos sean atendidos por el Estado para garantizar su supervivencia en la lucha contra el hambre.