Miles de niños y niñas abandonaron junto con sus familias sus hogares en las montañas de Saada, en el norte de Yemen, a causa del recrudecimiento de la guerra entre insurgentes chiitas y fuerzas del gobierno.
En total, 150.000 personas han sufrido desplazamiento desde que comenzó el conflicto en 2004, según cálculos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
Más de 6.000 personas pudieron llegar al campamento de desplazados de Al-Mazraq, en el distrito de Haradh. Allí reciben alimentos, agua, medicamentos y apoyo psicológico. Pero no todos tienen esa suerte.
El resto se encuentran desperdigados por el territorio de este país. Entre ellos, 28.000 acampan en jardines de familiares o escuelas en Amran, al sur de la gobernación de Saada. No quisieron o no pudieron llegar a Al-Mazraq, a menudo porque el sofocante calor les cortó el camino.
Hussein es maestro y vivía en el distrito de Haidan, uno de los primeros escenarios de la guerra en Saada. A comienzos de esta semana se trasladó a Amran con su esposa y sus seis hijos.
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Su familia alquila una casa junto con otras nueve, todas ellas de Haidan. De las 53 personas que comparten tres habitaciones, 33 son niños y niñas.
«Decidimos venir a Amran porque escuchamos que había organizaciones no gubernamentales ayudando a la gente. Fuimos primero a Al-Mazraq. Esperamos allí que nos registraran pero no nos dieron una tienda», dijo Hussein.
«Los niños a los que vimos allí estaban enfermos de paludismo y hacía demasiado calor, por lo que decidimos venir aquí. Aquí estamos seguros, pero somos demasiados en una sola casa. Y somos pobres», agregó.
«El gobierno nos dio comida, pero no la suficiente. Debimos dejar nuestras pertenencias en Saada y estamos gastando todo nuestro dinero en el alquiler», se lamentó el maestro.
Uno de cada dos niños yemenitas sufre desnutrición y la mortalidad infantil es muy alta. Esa vulnerabilidad ha aumentado con el desplazamiento masivo, que tornó más inaccesible el alimento, el agua y el techo.
La organización no gubernamental internacional Save the Children trata de ayudar a los desplazados en Amran. Sus voluntarios han instalado, por ejemplo, lugares de esparcimiento equipados con juguetes como pelotas y cometas.
Hissin, quien vive con Hussein en la casa de Amran, le pregunta a su hijo de 18 meses qué ruido hace un avión. «Arrrggggh ¡bum bum bum!», contesta.
Raga, la madre, explica: «Todos los niños le tienen miedo a los aviones. Cuando ven uno en el cielo, deben taparse los oídos con los dedos porque saben que habrá un bombardeo.» Una mujer llamada Saad llega a pie con Ayyad, su nieto de ocho años. Llora cuando ve a Ghalib, su hijo, que llegó hace días junto con su esposa y sus cuatro niños.
Ayyad dice: «Tuvimos una larga caminata. Me quedé cuando mamá y papá se fueron porque quería estar con mi abuelita. Ella siempre me cuidó, desde que era bebé.»
El niño besa a su padre y corre hacia donde están sus primos, jugando un partido de fútbol con voluntarios de Save the Children.
Muchos de los desplazados se han visto obligados a separarse de sus familias. Ése es el caso de Rahada. «Dejé a mis mellizas. Todavía las estaba amamantando», dice, llorando sin cesar.
«Debíamos partir en grupos porque había pocos automóviles. Nos llevaron por rutas remotas en las montañas. La travesía duró tres días», recuerda.
«Mi marido se está ocultando en las montañas con otros hombres de nuestro poblado. No pueden quedarse en las casas porque no es seguro, debido a los bombardeos aéreos y los combates en tierra. Dejar tu hogar y todas tus posesiones es una tortura», afirmó Rahada.
Las autoridades locales de Amran planean instalar un campamento similar al de Al-Mazraq. Con ese fin selló un acuerdo con organizaciones de la sociedad civil como Save the Children, que le permitirá cubrir las necesidades médicas y psicológicas de los niños.
Pero lo que más desesperadamente necesitan quienes lo abandonaron todo por el conflicto es paz.
«Espero que podamos regresar a casa», dijo Raga. «Esta comunidad nos dio ayuda, pero no somos de aquí. No tenemos nada que hacer en Amran. No podemos cultivar nuestros campos. Solo nos queda deprimirnos.»
*Publicado por acuerdo con Al Jazeera.
(Phoebe Greenwood trabaja para la organización Save the Children UK.)