BRASIL: Violencia carioca establece su ordenamiento territorial

Uno de los mayores «conflictos de criminalidad urbana» del mundo, la violencia de Río de Janeiro, no se debe sólo al tráfico de drogas, sino a su territorialización mediante pandillas fuertemente armadas, sostiene el analista brasileño Michel Misse.

En auge en los años 90, pese a estar hoy en declive, el narcotráfico sigue provocando bajas y desafiando a los especialistas en seguridad de la ciudad carioca.

Desde puntos de observación estratégicos, los vigías del narcotráfico controlan los puntos de acceso de la "favela" São João, un barrio hacinado en la zona norte de Río, haciendo alarde de poderío a pocos pasos de las patrullas policiales.

Es, según Misse, un ejemplo ilustrativo de la corrupción de policías sobornados para "no ver", pero sobre todo del poder del narcotráfico organizado en una estructura de "facciones", a su vez integradas por pandillas que forman "redes de apoyo mutuo".

"Esas facciones involucran a varias pandillas que ocupan áreas en los 'morros', (los cerros sobre los que se tienden las favelas) y ese control de zonas es también una forma de vigilar los puntos de venta de drogas al por menor", explicó.
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Hay por lo menos tres importantes facciones que controlan, además de esas "bocas de fumo", puntos de venta de droga, otros negocios ilegales como el comercio de garrafas de gas, televisión por cable y transporte clandestino.

"No solo es un negocio, porque está vinculado a una organización con las características de una pandilla juvenil", dijo Misse a IPS. Ese tipo de estructura existe hace por lo menos 30 años, pero comenzó a crear "conflictos intermitentes" cuando una de las facciones quiso establecer un "oligopolio del mercado", lo que fue rechazado por las otras enemigas y por la policía.

Coordinador del Núcleo de Estudios de Ciudadanía, Conflicto y Violencia Urbana de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Misse sostiene que en esa estructura reside uno de los pilares de la violencia carioca.

"La policía transformó el tráfico de drogas en enemigo cuando el principal enemigo no es el tráfico, sino la forma en que éste sirvió de soporte financiero para la formación de pandillas fuertemente armadas", describió.

Misse que cuestiona el uso del término "guerra", porque no tiene ideología ni tratados, entre otros conceptos que lo definen. Él compara el tráfico de drogas en la clase media y el tráfico internacional, que "no provocan ningún problema", con el que sí causa violencia, según su análisis: el "tráfico de pandillas" que disputan el control de puntos de venta.

"Puede existir el tráfico sin existir esa estrategia territorializada. Cuando uno territorializa la venta al por menor, tiene que controlar el territorio, lo que significa también (controlar) a los habitantes que residen en él", analizó.

Janaína (nombre ficticio) vive en una de las favelas más violentas de la ciudad, Jacarezinho, y deja constancia de las formas en que el "movimiento" —la facción local del tráfico— controla su territorio y sus habitantes.

"Yo puedo dormir con las puertas abiertas porque nadie entra a robar", contó Janaína a IPS. El narco vigila e impide robos y otros delitos, como la violación, dentro de su comunidad.

"El problema no son los narcotraficantes, sino la policía cuando entra a la favela", agregó la mujer que vive con sus dos hijos menores de edad. Si embargo, ella tiene miedo de que el "movimiento" la "queme", colocándola dentro de neumáticos ardientes, si se sabe de su testimonio.

Estas son leyes propias de una pandilla, cuyo protagonismo Misse vincula a su poder de fuego. Estos grupos cuentan con armas livianas, como fusiles de asalto AR-15, AK-47, granadas defensivas e incluso antiaéreas, "gracias al lucro de la venta de drogas".

"Hay una relación perversa entre una organización como las pandillas juveniles con los mercados ilegales, las armas poderosas y un cuarto ingrediente: la existencia de policías corruptos que les dan protección", resumió.

El fácil acceso a las armas fue uno de los puntos destacados por los analistas desde el estallido de violencia de este mes, que en una semana causó más de 40 muertos en Río de Janeiro. Los enfrentamientos comenzaron cuando una facción del narcotráfico invadió territorio de otra rival, en una disputa por puntos de venta.

Estos grupos están embarcados en una "carrera armamentista", facilitada por el contrabando marítimo, que ingresa de noche a través de la Bahía de Guanabara, o por tierra, desde Paraguay, según el sociólogo Antônio Rangel Bandeira, coordinador del Programa de Control de Armas de la organización no gubernamental Viva Río.

El secretario de seguridad del estado de Río de Janeiro, José Mariano Beltrame, también dejo constancia de ese hecho, en un reclamo al gobierno federal de Luiz Inácio Lula da Silva.

Beltrame definió los ataques como "nuestro 11 de septiembre", en referencia a los actos terroristas de 2001 en Estados Unidos, y criticó la falta de ayuda del gobierno nacional para combatir un delito federal como el narcotráfico.

El funcionario reclamó coordinación con entidades nacionales como la policía federal y las Fuerzas Armadas.

Misse también apuntó esa necesidad junto a otras soluciones, como la de una inteligencia integrada.

"La mayor parte de las armas llegan a través de la Bahía de Guanabara, y no tenemos una guardia costera. Otra parte llega por las carreteras, fundamentalmente de Paraguay, que es en verdad un depósito, porque las armas son compradas en Estados Unidos y otros países", ejemplificó.

Hay otras prioridades, como modernizar a "una policía arcaica, todavía basada fundamentalmente en la represión y no en la información y la inteligencia", apuntó.

Apenas dos por ciento de los asaltos a mano armada son investigados y juzgados en Río de Janeiro. De los asesinatos, 15 por ciento son denunciados y apenas 10 por ciento van a juicio.

"Eso significa que 90 por ciento de los homicidios en Río de Janeiro no llevan a ningún tipo de castigo o, dicho de otra forma, la chance que uno tiene de matar a alguna persona y no ser castigado es de 90 por ciento", describió.

La policía carioca es, según estadísticas de las mismas autoridades de seguridad, la que más mata en el mundo: unas mil personas fallecen por año en presuntos enfrentamientos o actos de resistencia a la fuerza pública.

Por otro lado, la policía militar brasileña, que tenía una "concepción cultural militarista", pasó a efectuar tareas de vigilancia después de la última dictadura (1964-1985).

Los cuerpos policiales militares sólo se ocupaban del mantenimiento del orden público en grandes comicios, huelgas o manifestaciones.

Pero, a partir de los años 70, con el aumento y cambios en el patrón de la delincuencia, "las policías militares que estaban acuarteladas pasaron a funcionar como una policía cotidiana sin tener una cultura apropiada", describió Misse.

Esto, según Misse, es lo que lleva a una estrategia de "invasión" de los morros, con gran despliegue de violencia, arbitrariedad y corrupción, lo que a su vez genera desconfianza, temor y rechazo de la población, y su consecuente negativa a colaborar con las acciones policiales.

Así, "los habitantes están entre dos fuegos": no confían y le temen a las fuerzas policiales, y no confían y le temen a los traficantes "si colaboran con la policía", resumió.

Con todo, es un "comienzo promisorio" de la nueva política de seguridad la instalación de unidades de pacificación en las favelas, estimó.

"Por esta iniciativa, la policía ya no invade más el morro. Hace una operación, saca a las pandillas y pasa a ocupar el lugar que tenían las pandillas", explicó.

Esa ocupación incluye una serie de acciones que "modifican las condiciones urbanísticas de los habitantes", por ejemplo, con la apertura de calles anchas que permitan una vigilancia regular y un acceso fácil a moradores y agentes, y la oferta de políticas sociales para los jóvenes, para alejarlos de la atracción del tráfico", describió.

Según Misse, precisamente la formación irregular de las favelas, a veces entrelazadas en los cerros a través de laberintos y callejuelas de difícil visualización, da a las pandillas otro pilar de su fortaleza: una suerte de muralla de protección natural.

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