Poco después de que el jefe de Estado Hamid Karzai accedió a comparecer a una segunda vuelta de las elecciones en Afganistán, su rival, Abdullah Abdullah, introdujo una avalancha de exigencias tan complejas que dejan en tinieblas su objetivo real.
Abdullah reclamó transparencia en la próxima instancia de los comicios y también el cese de la Comisión Electoral Independiente, Azizullah Lodin, responsable del cuestionado escrutinio de la primera ronda.
También sugirió que dieran un paso a costado hasta el 7 de noviembre los ministros de Educación, Farouq Wardak, del Interior, Anif Atmar, y de Fronteras, Assadullah Khalid, para evitar que interfieran con el proceso.
Abdullah mencionó otros miembros del gabinete de Karzai, como Kari Khoram, Hajj Sediq Chakari y Omar Zakhilwal, sobre cuyo desempeño reclamó controles para evitar el fraude.
El adversario de Karzai anunció que interpondrá sus solicitudes formalmente a través de la Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA), y que si no recibe una respuesta antes de este lunes, reaccionará con furia.
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Aunque sus reclamos fueron realizados una semana después del plazo legal, todos aquellos que conozcan la forma usual de proceder de la ONU —como Abdullah, quien fue canciller— saben que no pueden esperarse razonablemente respuestas rápidas.
Es prácticamente imposible que las denuncias de Abdullah reciban poco más que un tratamiento de rutina, dado el poco tiempo que restan para la segunda vuelta de la selecciones.
Karzaki replicó que los funcionarios acusados no hicieron nada que los haga merecedores del cese o la censura, y que algunos de los gobernadores provinciales —designados por él mismo— apoyan a Abdullah pero permanecerán en sus cargos, aunque él podría destituirlos.
No queda claro el impacto de un eventual boicot electoral de Abdullah a la segunda ronda del proceso, qué problemas causaría y cómo podrían solucionarse.
Las implicaciones para la comunidad internacional —que ha invertido mucho en las elecciones, tanto en prestigio como en dinero— podrían ser tétricas.
Para colmo, tampoco queda claro si el cumplimiento de las pretensiones de Abdullah tiene alguna posibilidad que sea legal o constitucional.
Al parecer, lo que Abdullah trata de hacer es de bloquear el proceso electoral a través de propuestas impracticables, comprando tiempo hasta una derrota que es más que probable para el 7 de noviembre.
También juega con las rivalidades tribales y étnicas: nueve de los funcionarios a los que cuestiona son de la comunidad pashtun (patana), mientras él y su principal base electoral es de la tayika.
Quizás confíe en obtener una victoria en el centro del territorio afgano, donde muchos votantes sufragaron por Ramazán Bashardost en la primera ronda y se inclinarían, según las encuestas, por Karzai en la segunda.
Abdullah tal vez calcule que puede triunfar enfrentando a los simpatizantes del actual presidente con los de Bashardost.
Esta estrategia podría servirle para cosechar un puñado de votos en distritos clave, pero al final le saldría el tiro dado que lo malquistaría con la dirigencia política en Kabul y con la comunidad internacional.
La campaña por el balotaje, de hecho, ya está en curso y ambos candidatos se muestran poco proclives a gastar mucho dinero en publicidad.
Los jefes de campaña, de todos modos, ya saben que la ciudadanía ya se ha formado una opinión y elegido a uno de los dos candidatos, a los que conocen muy bien.
Los desafíos que plantea Abdullah al sistema obstaculizan un proceso electoral suave y crean una atmósfera de dificultades.
Y la segunda ronda electoral ya tiene demasiadas dificultades sin contar las que impone el candidato: se acerca el crudo inverno, la insurgencia recrudece y el cronograma es demasiado breve.
Los afganos están muy preocupados por el deterioro de la seguridad a medida que se acerca el 7 de noviembre y con tanta corrupción denunciada en la primera vuelta, muchos se preguntan si en la siguiente habrá, realmente, posibilidades de mejorar la situación.
A pesar eso, todos los participantes en el mapa político —entre ellos, los ciudadanos afganos, los observadores de todo el mundo y los líderes de los gobiernos de la coalición internacional que supervisa el proceso— aseguran haber aprendido la lección.
Pero es difícil de imaginar elecciones tranquilas, especialmente con la determinación con que Abdullah ventiló sus discrepancias.
(*Publicado por convenio con Killid Group. IPS y este grupo independiente de medios de comunicación afganos están asociados desde 2004.)