La violencia política mató a 456 iraquíes en agosto. Fue la mayor cantidad de muertes en un mes desde julio de 2008. Y mientras Estados Unidos no da señales de revertir su anunciada retirada de tropas, dentro de Iraq se gestan numerosas luchas por el poder.
Las disputas involucran tanto a facciones en competencia en Iraq como a varios países vecinos.
Estos hechos de violencia están profundamente entrelazados, como quedó claro con las reacciones al atentado más mortal: el 19 de agosto, quienes se sospecha eran sunitas descontentos detonaron grandes coches bomba en el exterior de tres ministerios iraquíes, matando a 95 personas e hiriendo a más de 600.
Poco después, el primer ministro iraquí Nouri al-Maliki acusó a Siria de brindar un refugio seguro a los hombres que organizaron los atentados, a quienes identificó como seguidores de los ex gobernantes del partido Baath en Iraq (al que perteneció Saddam Hussein, presidente entre 1979 y 2003).
Observadores atentos a la escena iraquí están divididos en torno a la autenticidad de las "confesiones" televisadas sobre las cuales Maliki basó esta acusación.
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Al subir la temperatura de estas denuncias, Maliki retiró a su embajador de Siria. Esa decisión se hizo aún más notoria porque pocos días antes había realizado una visita oficial muy amistosa a Damasco, donde él y sus anfitriones firmaron varios acuerdos importantes.
En los meses previos, los funcionarios sirios habían enfatizado reiteradamente que veían un fuerte interés en que el gobierno de Maliki estableciera exitosamente su mandato en todo Iraq. Siria también comenzó a trabajar, bastante discretamente, con los planificadores militares de Estados Unidos, para ayudar a lograr este objetivo.
Pero a medida que Maliki aumentaba sus acusaciones contra Siria, la cooperación que antes florecía entre los dos gobiernos se hizo añicos. Siria, que fue uno de los primeros estados árabes en reconocer al gobierno de Maliki, también retiró a su embajador de Bagdad.
Los atentados del 19 de agosto fueron planificados, tal vez deliberadamente, para coincidir con el aniversario del enorme ataque con camión bomba que en 2003 destrozó el edificio de la misión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Bagdad, matando a su máximo funcionario y a muchos integrantes de su personal.
El ataque anterior marcó un punto de inflexión en los asuntos iraquíes. Previo a él, muchos, tanto iraquíes como de otras nacionalidades, esperaban que, de alguna manera, con la ayuda de la ONU Iraq surgiera pacíficamente de la devastación que le habían causado las fuerzas estadounidenses.
Luego del ataque de agosto de 2003 —apenas cinco meses después de la invasión estadounidense—, esa esperanza quedó hecha trizas, y la ONU redujo en gran medida su compromiso con los asuntos iraquíes.
Después de las explosiones del 19 de agosto de este año, la esperanza de que Iraq pueda emerger pacíficamente de la ocupación estadounidense se ha visto similarmente perjudicada.
Cada uno de los tres ministerios elegidos como blancos eran conocidos por estar más bajo el dominio de las grandes facciones etno-sectarias de Iraq que bajo el control directo de Maliki.
Por lo tanto, es plausible que fuertes nacionalistas iraquíes, ya sea del Baath o de otros sectores, que se vieron muy perturbados por el surgimiento de estas facciones, puedan estar detrás de los atentados.
Otra posibilidad, mencionada por varios iraquíes, es que puedan haber participado fuerzas cercanas al propio Maliki, en un intento por reducir el poder de las facciones.
En el mismo periodo en que se planificaron los ataques del 19 de agosto, todas las otras facciones chiitas que en 2006 habían ayudado a Maliki a llegar al poder formaron una nueva coalición, pero sin él, o sin su Partido Daawa.
De hecho, el partido de Maliki y sus aliados no chiitas tuvieron un desempeño mucho mejor en las elecciones provinciales del último enero que cualquiera de los otros partidos chiitas con los que antes se había alineado.
"En este momento, Maliki parece mucho más feliz frecuentando a personas del partido sunita con el que está aliado que con su aliados anteriores de los partidos chiitas", dijo a IPS el veterano cientista político iraquí-estadounidense Adeed Dawisha.
Además, Maliki tiene una relación muy cercana con los iraníes, de quienes recibe un fuerte respaldo. Desde que Estados Unidos derrocó a Saddam Hussein, Irán ha sido un actor poderoso dentro de la política iraquí. Ahora, al reducirse en el país la impronta militar estadounidense —buena parte de los efectivos se retiraron el 29 de junio— el poder de Irán allí crece de modo muy visible.
Esto tiene muy preocupados a todos los vecinos árabes de Iraq, entre ellos Siria, pese a la prolongada alianza de facto entre Damasco y Teherán.
Así que una posible explicación para la vehemencia con la que Maliki acusó a Siria puede ser que los iraníes le urgieron a adoptarla, en un intento por negarles a los sirios cualquier potencial influencia sobre el régimen de Bagdad.
Un aspecto llamativo de las tempestades políticas que se ciernen sobre Iraq es que ni en su territorio ni en el estadounidense hubo ningún movimiento significativo exigiendo a Estados Unidos retrasar o revertir su retirada.
En Estados Unidos se está prestando mucha más atención a la presencia militar en Afganistán.
Bajo el Acuerdo de Retirada al que el presidente George W. Bush (2001-2009) llegó con el gobierno de Maliki en noviembre de 2008, todos los efectivos militares estadounidenses deberían estar fuera de Iraq para fines de 2011.
Pero ahora se alzan voces significativas de dentro y fuera del Pentágono, urgiendo a acelerar ese calendario para liberar a más soldados que puedan apostarse en Afganistán.
Cuando los analistas estadounidenses se refieren a la violencia contra los iraquíes, que no ocurre a menudo, expresan un leve arrepentimiento. Pero ninguno urge a los militares de su país a hacer algo para mejorar la seguridad iraquí.
"Realmente no hay nada que Estados Unidos pueda hacer" para mejorar la seguridad iraquí, dijo Dawisha, cuyo último libro es "Iraq: A political history from independence to occupation" ("Iraq: Una historia política de la independencia a la ocupación").
También evaluó que hay muy poco que puedan hacer Estados Unidos u otras potencias extranjeras para intervenir en el plano político, a fin de ayudar a los 30 millones de habitantes de Iraq a cumplir los muchos desafíos políticos que tienen por delante.
La única potencia extranjera a la que Dawisha ve como potencialmente capaz de hacer una pequeña diferencia para mejor es Turquía, descartando la idea de que la ONU pueda hacer nada útil.
Actualmente, en la agenda política de Iraq hay dos temas principales. Uno es la disputa entre kurdos y árabes en torno a la norteña Kirkuk, una región rica en petróleo que desde hace tiempo es codiciada por los primeros. El otro es la próxima ronda de elecciones nacionales, previstas para enero de 2010.
Aunque según Dawisha no todo lo que ocurre en Iraq es malo —citando alianzas intersectarias e interétnicas—, la situación sigue siendo precaria.
"Las reconstituidas fuerzas de seguridad iraquíes tienen los números que necesitan, así como buena parte del entrenamiento. Pero todavía existe el riesgo real de que puedan implosionar si la política interna no puede estabilizarse", dijo Dawisha.
* Helena Cobban es analista de Medio Oriente y escritora. Su blog se encuentra en: www.JustWorldNews.org.