Leí la noticia y, por supuesto, me causó admiración: uno de los hombres más agobiados y ocupados del mundo, el presidente norteamericano Barack Obama, se iba de vacaciones por una semana a la isla Marthas Vineyard, en las costas de Massachussets. Pero su descanso activo de hombre inteligente contemplaba la posibilidad de leer unas dos mil páginas: Obama llevaba consigo cinco libros, tres de ellos novelas (George Pelecanos, Richard Price y Kent Haruf), un estudio sobre las energías renovables escrito por Thomas Friedman, y una biografía de su remoto antecesor John Adams, obra de David McCullough.
La lista de autores acumulados por Obama desde escritores policiales a polémicos ensayistas- exhibía un factor común que, posteriomente, se me haría muy notable: todos eran norteamericanos y, como suele suceder, esos norteamericanos escriben en inglés, la lengua dominante en que se expresa la cultura de ese país multiétnico y multicultural.
Quizás lo que me hizo significativa esa filiación entre los textos que se proponía leer Obama fue el conocimiento, unos días después, de que cierta universidad norteamericana ofrecía una residencia por cuatro meses para un autor latinoamericano, residente en su país de origen, que cumpliera un inexcusable requisito: debía escribir en inglés… Ojo: no digo que fuera capaz de escribir en inglés, sino que escribiera (que ya hubiera escrito) sus obras en inglés.
Cuando cacé las dos informaciones lo primero que hice fue anotar cuáles eran los últimos libros que yo había leído y recordé, al vuelo, 2666, la monumental novela del chileno Roberto Bolaño (cuya traducción al inglés, por cierto, ganó hace poco uno de los premios de la crítica norteamericana); las traducciones de Viajes con Herodoto, unas especies de memorias del maestro del periodismo del siglo XX, el polaco Ryszard Kapuscinski; las memorias noveladas de Amos Oz; Un hombre en la oscuridad, una novela de Paul Auster (originalmente escrita en inglés, claro)… Y ahora mismo lucho a brazo partido con las mil cien páginas de Vida y destino, la impresionante novela que le valió a Vasili Grossman el ostracismo soviético y la inmortalidad literaria universal. En suma: un chileno-mexicano, un polaco, un judío que escribe en hebreo, un norteamericano y un judío ruso.
Que un hombre de la probada inteligencia de Obama leyera solo autores de su entorno cultural y lingüístico no es algo extraño teniendo en cuenta su origen. Los especialistas han establecido que de la literatura de ficción que se consume en el mundo anglosajón, solo un 2-3% son traducciones. Más claro: de cada cien libros que se publican en los países de lengua inglesa solo tres han sido traducidos del español, italiano, francés, alemán, chino, japonés, griego y un largo y rico etcétera que conformamos el resto del mundo. Las lecturas de Obama, como es fácil advertir, replican la tendencia dominante en una cultura empeñada en autosatisfacer sus demandas con productos solo de su propio huerto, sin pretensiones de asomarse a los sembrados vecinos el resto del mundo que existe, escribe y, por supuesto, habla otras lenguas.
Más complicado, en tanto, resulta el requisito de la residencia universitaria. Porque, ¿cuántos escritores hispanoamericanos, franceses o alemanes escriben en inglés? Más aún, ¿cuántos de los escritores importantes de esos diversos orígenes lingüísticos y culturales han adoptado el inglés como lengua de expresión literaria? El polaco Joseph Conrad o el ruso Vladimir Nabokov son ejemplos notables de la excepción que valida una regla, como lo pueden ser, en otros terrenos, los de Jorge Semprún, un hombre de dos culturas, que escribe en dos lenguas, el castellano y el francés, o el de Junot Díaz, un dominicano radicado desde niño en New York que escribe en inglés. Pero la norma en todas las literaturas es el monolingüismo pues un escritor es la expresión de una cultura y una cultura es una lengua salvo en casos específicos de bilingüismo existente en ciertas zonas del mundo- que expresa una visión del mundo y de la vida, una sensibilidad y una capacidad expresiva que se comienza a adquirir desde que se aprenden las primeras palabras.
Los habitantes de el resto del mundo (para el imperio soviético y para el fascismo alemán hubo también un resto del mundo) tenemos el privilegio de una perspectiva más global y desprejuiciada del consumo cultural. Entre los referentes literarios de mi generación hubo tantos escritores norteamericanos e ingleses como hispánicos o franceses, y el resultado de esa convivencia es el cosmopolitismo y la visión de un mundo donde no hay otros restos que los pretendidos por los nacionalistas, fundamentalistas y los excluidores que se valen de cualquier muralla para ignorar a los otros y a los diferentes. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*)Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.