Un helicóptero de asalto Halcón Negro vuela rápido y relativamente alto sobre las infinitas colinas de ésta, la zona más meridional de Tailandia, donde un grupo insurgente combate desde hace cinco años.
Pero es casi imposible detectar si algo se mueve debajo de la densa jungla, azotada por un fuerte sol tropical.
No obstante, penetrar las colinas, que se propagan sobre las provincias tailandesas de Yala y Narathiwat, cercanas a la frontera con Malasia, es la tarea de las fuerzas militares que combaten contra los enigmáticos rebeldes malayos musulmanes.
La operación es parte de una campaña para reducir la esfera de influencia de los insurgentes en esta región, productora mayormente de arroz y caucho.
Los uniformados envían pequeñas patrullas fuertemente armadas para tratar de encontrar a los rebeldes en la jungla. Los soldados y los guardas forestales trabajan en grupos de 22, y pasan entre cinco y 10 días en esas misiones. A veces, los helicópteros ofrecen apoyo.
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No existe información disponible sobre la naturaleza real de los insurgentes, que no poseen un lema ni objetivo declarado. Mientras el ejército estima que conforman una red de 8.000 beligerantes, otros los calculan en 9.500. No todos serían combatientes entrenados. Algunos harían sólo tareas de logística.
El alto mando militar tailandés, que supervisa las operaciones en las tres provincias sureñas, incluyendo la de Pattani, admitió que la tarea de perseguir a los insurgentes en las colinas es difícil. "Toda el área montañosa es vasta. Todavía no hemos logrado controlar el movimiento en la selva", dijo el comandante de la Cuarta Región del Ejército, Pichet Wisaijorn.
"Los insurgentes son buenos moviéndose a través de la selva, que es muy densa", dijo en una entrevista. "Ésta es nuestra área débil", admitió.
Ex veteranos de guerra con experiencia en combate en la selva, como Wang Than Hok, entiende la dificultad de la tarea de los militares tailandeses.
"Las selvas en esta parte son tan densas que es imposible para los militares moverse a menos que conozcan el camino", señaló este ex combatiente de 50 años, miembro del Partido Comunista Malasio. Wang pasó 11 años en la selva durante un conflicto a mediados de los 80.
Es por esto que los insurgentes malayos musulmanes encontraron en las colinas de Yala y Narathiwat un lugar ideal para esconderse y fabricar bombas. Una patrulla militar que recientemente descubrió un campamento evacuado por los rebeldes encontró baterías solares que, según fuentes del ejército, "eran usada para cargar teléfonos móviles".
Encontrar estas huellas de la actividad insurgente en la selva es considerado un éxito por los militares, pues significa que el espacio operativo de los rebeldes en las más de 2.000 aldeas de las provincias de Yala, Narathiwat y Pattani se está reduciendo, quedando sin otra opción que escapar a las colinas.
Parte de la estrategia ha sido instalar campamentos militares, cada uno con un pelotón de 31 soldados, en el corazón de 217 aldeas ubicadas sobre las plantaciones de caucho y arroz, antiguas áreas de actividad insurgente, las llamadas "zonas rojas".
"Antes de llegar hace dos años, las zonas rojas eran baluartes de los insurgentes", dijo el coronel Parinya Chaidilok, portavoz de la Cuarta Región del Ejército. "Las aldeas servían como bases operativas y brindaban apoyo a los rebeldes".
Al instalarse en las aldeas y quedarse con sus habitantes día y noche, el ejército quiere "ganarse la confianza (de ellos), ayudarlos con los pequeños proyectos de desarrollo y obtener información sobre la insurgencia activa", dijo el oficial a IPS, mientras caminaba por un poblado de Narathiwat que fue fortín rebelde.
"Estamos tratando de contener la actividad insurgente: mantenerlos fuera de las aldeas y llevarlos a las montañas", dijo. "Es un proceso lento. Tenemos que ser pacientes".
"Esta es una estrategia típicamente contrainsurgente, como la que se hizo en Malasia para combatir a los comunistas", señaló el analista australiano Marc Askew, autor del libro "Conspiracy, Politics and a Disorderly Border: The Struggle to Comprehend Insurgency in Thailands Deep South" ("Conspiración, política y frontera desordenada: la lucha para comprender la insurgencia en el profundo sur de Tailandia").
"El ejército quiere separar al pez del agua", añadió.
"La estrategia funciona en algunos niveles, porque más aldeanos están dando información, y saben los nombres de los (insurgentes) que operan en algunas áreas", dijo el analista, que ha investigado el conflicto.
La fuerte presencia militar ayudó a reducir significativamente la violencia en los últimos dos años, reveló un estudio de Deep South Watch (DSW), centro independiente de estudios que sigue de cerca el conflicto en Pattani desde la Universidad Príncipe de Songkhla. En junio de 2007, por ejemplo, se registraron 247 casos de violencia. Para enero pasado, la cifra cayó a 55.
No obstante, hay señales de que la violencia perpetrada por los rebeldes ha comenzado a crecer desde marzo, despertando dudas sobre la efectividad de la campaña contrainsurgente.
También hay más preocupantes indicios de violaciones a los derechos humanos, dijo Srisompop Jitpiromsri, politólogo de DSW. "Los esfuerzos de los militares para contener la violencia y acercarse a los aldeanos han sido exitosos, pero ha habido violaciones a los derechos humanos", afirmó.
"Éste es el gran problema que tienen. Sucede cuando sospechosos son arrestados bajo leyes de emergencia y detenidos durante 37 días en campamentos, sin acceso a abogados", explicó.
Por su parte, los rebeldes malayos musulmanes son acusados por más de 3.400 muertes documentadas desde inicios de 2004. Las víctimas incluyen a unos 1.500 civiles.