El viaje del ex presidente estadounidense Bill Clinton (1993-2001) a Corea del Norte para pedir la liberación de dos periodistas dejó en evidencia la falta de diálogo que existía entre Washington y Pyongyang desde hace cinco meses, cuando ese país asiático abandonó las conversaciones de las Seis Partes.
Si bien el viaje de Clinton la semana pasada fue visto como un paso positivo y el primero para retomar las negociaciones con Pyongyang sobre el futuro de su programa nuclear, quedan más dudas que certidumbres sobre el encuentro de tres horas que mantuvo con el líder norcoreano Kim Jong-Il y sobre cómo la reunión impactará en el futuro de la diplomacia en Asia oriental.
A nivel individual, el viaje sólo puede ser interpretado como resultado de las buenas relaciones forjadas entre Clinton y Kim Jong-Il.
Clinton cuya imagen se ha visto impulsada por la carrera de su esposa, Hillary, ahora secretaria de Estado (canciller)no había gozado de una buena publicidad desde que concluyó su administración en 2001.
Los que se preguntaban si habría perdido su capacidad de ejercer como político de clase internacional y respetado por la prensa ahora no tendrán otra opción que expresar admiración por el manejo que dio al caso de las dos periodistas estadounidenses —acusadas por Pyongyang de haber ingresado a territorio norcoreano en forma ilegal— y darle un final feliz.
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Un final con la asistencia del productor de Hollywood y confidente de Clinton, Steve Bing, quien financió el viaje y proveyó su propio avión, para lo que era una situación complicada.
Kim Jong-Il, también un experto en política, reforzó el culto a su personalidad y subrayó su legitimidad política al permitir la visita de uno de los hombres más conocidos en el mundo. Aunque la Casa Blanca niegue que haya habido una disculpa estadounidense por la actitud de las periodistas Laura Ling y Euna Lee, la población norcoreana posiblemente la interpretará así.
La visita de Clinton constituye también un golpe de imagen a favor de Kim Jong-Il en el marco de sus esfuerzos para lograr que su hijo, Kim Jong-un, lo suceda, transición para la cual necesita de toda la legitimidad política y buena publicidad posibles.
La duda que permanece en el aire es cómo la visita del ex mandatario estadounidense impactará en el futuro de las conversaciones de las Seis Partes (de las que participan China, Corea del Norte, Corea del Sur, Estados Unidos, Japón y Rusia) sobre el programa nuclear norcoreano. Por eso, los analistas siguen tratando de conocer más detalles de la conversación que Clinton y Kim Jong-Il mantuvieron durante tres horas
Lo poco que se filtró como señaló Chris Nelson en la publicación The Nelson Reportparece haber sido calibrado cuidadosamente para descartar las preocupaciones japonesas, surcoreanas, chinas y rusas de que el viaje de Clinton fuera el comienzo de negociaciones bilaterales entre Estados Unidos y Corea del Norte, ignorando los intereses de los otros actores regionales.
La información filtrada indica que los otros miembros de las Seis Partes fueron consultados antes de que el ex presidente estadounidense partiera a Pyongyang, y que el tema de los secuestros de japoneses y surcoreanos realizados por Corea del Norte durante la Guerra Fría fue incluido en las conversaciones.
La postura oficial del gobierno de Barack Obama es buscar el reinicio de las negociaciones de las Seis Partes, pero hay pocos indicios de que Pyongyang tenga alguna intención de volver a dialogar sobre su programa nuclear, retractándose de su declaración de abril, cuando señaló que "nunca más" participaría de tales conversaciones y que no se sujetaría "a ningún acuerdo".
Bill Clinton "le estaría dando a Corea del Norte una vía para salvar la cara y regresar a las Seis Partes, mientras que Pyongyang estaría encontrando un valioso canal informal hacia Obama y hacia la secretaria de Estado, Hillary Clinton, para parcialmente expresar su anhelo de conversaciones bilaterales directas" con Washington, escribió Steve Clemons en The Washington Note.
El optimista análisis de Clemons refleja la difícil posición que afrontaría la administración de Obama si Corea del Norte se mantiene fiel a su palabra y se resiste a congelar su programa nuclear o volver a las Seis Partes.
Iniciar conversaciones bilaterales directas con Pyongyang —lo cual implicaría aceptar implícitamente el plan atómico norcoreano— tendría para el gobierno de Obama duras consecuencias políticas. Los demás actores regionales lo acusarían de no considerar sus intereses y, en el caso más extremo, de poner en riesgo su seguridad.
Si bien analistas vieron los contactos entre Clinton y Kim Jong-Il como la apertura de un nuevo canal diplomático, parece improbable que Washington pueda seriamente realizar un acercamiento fuera del marco de las Seis Partes.
Los beneficios de la visita de Clinton son más concretos. El ex mandatario recuperó un perfil alto, bien ganado, y tuvo publicidad positiva, en tanto que Kim Jong-Il reforzó su legitimidad interna e impulsó sus esfuerzos para facilitar una transición de gobierno. Por su parte, Obama se mostró pragmático y con recursos diplomáticos suficientes como para encontrar una solución al difícil caso de las dos periodistas.
En cuanto a las negociaciones por el programa nuclear, sea a nivel bilateral o unilateral, parece improbable que Pyongyang tenga mucho interés en hacer alguna concesión mientras se produce la transición de Kim padre a Kim hijo.