La última película colombiana se mete de lleno en el drama real de un sacerdote de una parroquia rural, entre cuyas pasiones incluye la búsqueda de justicia en un municipio que, como muchos otros, se expone al asedio de los grupos armados, estatales o irregulares, en un conflicto de décadas.
Gabriel es un cura entusiasta de 33 años convencido de su misión, que piensa en la gente y por eso se enfrenta a funcionarios ineptos, al igual que con los jefes de un grupo armado que domina la zona.
De izquierda o derecha, una vez posicionado en un territorio el grupo armado domina los resortes sociales del lugar, interfiriendo en las decisiones gubernamentales según su conveniencia. En un escenario como este se desarrolla el filme "La pasión de Gabriel".
Tan creyente en Dios como ingenuo en las cosas terrenas, cree poder lograr equidad y respeto por las decisiones de la sociedad civil, pero se estrella con las advertencias de mantenerse al margen.
Estas advertencias aumentan ante la insistencia de Gabriel en la necesidad de reparar un puente que facilite el paso entre una y otra población. Pero el grupo armado se opone porque sabe que, una vez construido, el ejército lo atravesará y se producirán enfrentamientos.
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En efecto, una vez que la gestión del cura y los aportes de la comunidad permiten terminar el puente, el ejército llega, se impone, sospecha, pregunta, advierte, amenaza, y luego se va.
Pero antes el cura habla con ellos. Explica y argumenta al igual que lo ha hecho con los comandantes del otro grupo armado, en el intento de impedir que se lleven a la fuerza a los jóvenes de la comunidad para integrar sus filas.
La película refleja la realidad colombiana, y en ella, "la verdadera pasión de Gabriel es la búsqueda de dignidad, que la gente logre vivir dignamente", dijo a IPS Luis Alberto Restrepo, director de la cinta, que se basa en hechos reales.
"Diego Vásquez, el coguionista conoció de una situación similar hace unos 10 años en el piedemonte (falda de montaña) llanero. A partir de ahí seguimos investigando, para confirmar que son muchos los líderes, sacerdotes e investigadores que, como Gabriel, han buscado equilibrios dentro de las comunidades y por eso han sido asesinados", afirmó Restrepo.
"Gabriel representa a esos muertos. A todos los mártires que han puesto por encima de su propia vida los ideales", continuó este director que logra mostrar la idiosincrasia de los habitantes de los pueblos colombianos en medio del conflicto.
Poblaciones rurales que, pese a las dificultades y a la presencia militar de distintos y opuestos bandos, sabe de solidaridad en medio del miedo.
Que se acomoda a situaciones adversas, que se fortalece en ellas, y que por eso adopta comportamientos ante la vida en medio del abandono estatal, por cuanto la única presencia del Estado es el ejército.
Son colombianos que mantienen sus creencias religiosas oscilantes entre la rigidez, la conveniencia y la apertura, como sucede también con Gabriel, el cura entusiasta que incluye en sus pasiones el amor de una mujer.
Y que, sin embargo, la fluidez de la película, los primeros planos, la calidad de las actuaciones y la muestra nítida de la esencia cultural, logra que ese hecho, cuestionado por la disciplina católica, se perciba como natural.
Es un amor tan clandestino como aceptado por los que saben y los que se hacen que no saben. Que oscila entre el deber y el querer.
Y con esta actitud el cura ha de enfrentarse también a sus superiores que ordenan su traslado a otro pueblo para evitar más problemas. Pero Gabriel no quiere irse de la comunidad a la que entrega todas sus pasiones. Así, el final es uno solo: la muerte.
Los hechos son naturales, un espejo de la realidad ante el cual la Iglesia Católica no se ha manifestado, desvirtuando el cliché publicitario que giró sobre la inminente protesta de los fieles. "En efecto, hasta el momento no han dicho nada", confirmó Restrepo.
En cambio la película ya cosecha los primeros reconocimientos a nivel internacional. En marzo, en el Festival de Cine de Guadalajara (México), el protagonista Andrés Parra mereció el premio de mejor actor de largometraje.
Además, los responsables del filme fueron invitados a la edición 24 del Festival Internacional de Cine de Mar de Plata, en esta sudoriental argentina, y a la versión 25 del festival Warsaw International Film Festival, en Polonia.
Reconocimientos al cine colombiano que suman al que obtuvo la película inmediatamente anterior, "Los viajes del viento", dirigida por el joven cineasta Ciro Guerra, y calificada por la crítica como un "poema cinematográfico", merecedora de reconocimiento en el festival de Cannes 2009.
En "Los viajes del viento", Guerra muestra el camino de un juglar de la costa norte de Colombia que atraviesa kilómetros en medio de los paisajes de contraste entre la Sierra Nevada de Santa Marta y el desierto de La Guajira.
"Un viaje hacia el principio, hacia el espíritu, hacia nuestra alma, hacia aquello que unió nuestra raíz blanca, negra y nativa en algo único como la música que de ahí surgió", fue la descripción que hizo el realizador en la inauguración de la cinta en mayo pasado.
Dos películas que muestran avances de trascendencia en el cine colombiano.
Nuevos senderos que superan años de cine nacional. Según "La historia del cine colombiano", de Hernando Martínez Pardo, lar primeras producciones se remontan a 1907 con documentales como "La vista del bajo Magdalena en su confluencia con el Cauca", "El cronógrafo subiendo por los Andes", "La procesión de nuestra Señora del Rosario en Bogotá", o "Gran corrida de toros, Martinito y Morenito en competencia".
Martínez Pardo da cuenta de una larga trayectoria cinematográfica, haciendo un corte en la década del 60, cuando se impone el tema social con películas como "Raíces de piedra", "Tiempo de sequía", "Chircales" y "Campesinos", entre muchas otras.
Luego se produce una racha de cine comercial en la que se impone la comedia e incluso se trata con ligereza el tema del narcotráfico como en "Colombia connection", dirigida por Gustavo Nieto en 1977, con un reconocido elenco de actores de la época.
Llegarían después películas basadas en la guerra desatada por los carteles de la droga en ciudades como Medellín, capital del noroccidental departamento de Antioquia, y Cali, capital del sudoccidental Valle del Cauca.
Cintas que oscilaron en calidad, y que en general se hicieron con dificultades económicas, como "Técnicas de duelo", del director Sergio Cabrera que demoró tres años antes de lograr su proyección.
Pero el panorama cambió en 2003, cuando entró en vigencia la Ley 814 o Ley de Cine, que amplió el interés por la producción nacional destinando fondos públicos e impulsando el apoyo privado con exenciones tributarias.
"Realmente es desde entonces que el cine colombiano presenta nuevas posibilidades", dice Restrepo, quien conoció la situación anterior con su película "La primera noche", estrenada en 2002, y filmada en buena parte en las calles aledañas al centro internacional de Bogotá, donde pasa la primera noche una familia víctima de desplazamiento forzado por la guerra civil.
"Otra muestra de cómo el conflicto afecta a la gente del común", concluye Restrepo.