AMBIENTE-ARGENTINA: Liberando la energía limpia del estiércol

Con un enorme potencial para la producción de biogás, Argentina está empeñada en esta alternativa energética limpia que ya dio resultado en algunas haciendas que transforman estiércol en energía.

Ganado vacuno en un corral. Crédito: Germán Miranda/IPS
Ganado vacuno en un corral. Crédito: Germán Miranda/IPS

El biogás es un combustible que se genera por biodegradación de materia orgánica en un entorno sin aire. Para pasar al desarrollo sostenido de esta fuente hay que ensanchar algunos cuellos de botella, explicaron expertos consultados para este artículo. «El biogás está en plena efervescencia. Terminamos un estudio de potencialidad y un plan de expansión, y tratamos de empujar proyectos piloto y aplicaciones concretas en la agroindustria», dijo a esta periodista Jorge Hilbert, jefe del Programa Nacional de Bioenergía del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).

Para fomentar esta energía, el INTA publicó este año el Manual para la Producción de Biogás y el Atlas de Potencial de Producción de Biogás en Argentina. Y recibe la cooperación de Alemania, donde esta tecnología, subsidiada por el Estado, se emplea en turbinas que generan electricidad equivalente a la de tres centrales nucleares.

En Argentina, 86 por ciento de la energía proviene de la quema de combustibles fósiles (principalmente petróleo y gas), seis por ciento de centrales hidroeléctricas y 1,6 por ciento de generación nuclear. El resto se reparte entre leña, bagazo, carbón mineral y fuentes alternativas.

A la vez, la actividad agropecuaria es la principal fuente de emisión de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento de la atmósfera, con 29 por ciento del total argentino, según cálculos de la última medición oficial.
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Esa contaminación, principalmente de gas metano, que tiene un efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono, podría evitarse convirtiendo la materia orgánica que la genera en biogás, cuya combustión es incluso más limpia que la del gas natural.

Hilbert sostiene que en Argentina hay un gran potencial para esta producción. «Lo que falta es inversión», una falencia no relacionada con la tecnología sino con la escasez de financiamiento general para el sector agropecuario.

Eduardo Gropelli, responsable del Área Energía no Convencional de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, confirmó para este artículo que desde el punto de vista tecnológico «la solución fue desarrollada, está disponible y tiene un gran potencial».

«Si está frenada la producción es por falta de financiamiento», concluyó.

«Las empresas con capacidad financiera acceden a la tecnología y están avanzando», dijo Gropelli, por ejemplo en haciendas agropecuarias de producción primaria y del sector industrial agroalimentario.

Una de las empresas que logró transformar los residuos propios en energía es Cabañas Argentinas del Sol, un criadero de cerdos con 10.000 animales concentrados en 22 hectáreas en el municipio bonaerense de Marcos Paz, 50 kilómetros al oeste de la capital argentina, y a sólo tres de casco urbano municipal.

«Nos preocupaba la contaminación por el metano que emite el estiércol, además de los olores y las moscas», contó para este artículo el ingeniero agrónomo Hugo García, dueño de la empresa. Después de intentar algunas pruebas caseras, viajó a Brasil, donde observó un biodigestor en funcionamiento y lo compró.

Para obtener biogás, la biodegradación de la materia orgánica debe producirse por acción de bacterias anaeróbicas, microorganismos que viven y se reproducen sin oxígeno. Este proceso controlado permite obtener un combustible biológico rico en metano que, al quemarse, libera mucho menos dióxido de carbono que una central térmica a carbón o gasóleo.

Pero además el biogás representa una solución eficiente para los residuos.

El estiércol del ganado en tambos (fincas lecheras), «feedlots» (parques de alimentación intensiva), frigoríficos y otros establecimientos como el criadero de García, se convierte en materia prima de combustible, tal como los residuos de la producción de alcohol de caña, del procesado de frutas, verduras y lácteos, el aserrín y otros desechos.

Para obtener metano de origen biológico, además de la materia prima fermentable, se requiere un biodigestor, que es un reactor hermético donde se genera y se acumula el combustible que luego se destinará a generar calor para cocinas y calefones o a alimentar una turbina eléctrica.

Después del biodigestor que compró en Brasil, García incorporó una segunda usina y finalmente la tercera y más grande, con capacidad para 2.250 metros cúbicos de estiércol. La instalación para trasladar los excrementos hasta el reactor, y la cañería que transporta el gas son sencillas y económicas, asegura.

Con el biogás, el empresario reemplazó el gas natural de petróleo envasado que compraba para calefaccionar una parte del criadero, y para procesar la soja utilizada para alimentar a los cerdos.

Todos esos pasos, que requerían de combustible fósil, ahora se resuelven con biogás. «Los cerdos, con sus desechos, se proveen de su propia energía calórica», resumió. Además, como subproducto, el líquido del estiércol produce un abono con alta concentración de nutrientes para el cultivo de la legumbre con que se alimentan los animales.

La economía es de unos 5.200 dólares mensuales sólo en la factura de gas. «En dos años amortizamos el biodigestor», aseguró el productor.

Según Gropelli, los mayores desarrollos en biogás se están observando en empresas agroindustriales, como grandes fábricas cerveceras, de gelatina, levadura y otros alimentos.

También destacó los casos de criaderos de cerdos, feedlots y tambos en los que se acumulan grandes volúmenes de estiércol y se necesita una solución ambiental. «En menos de cuatro años se puede amortizar la inversión», estimó.

En cambio, hay otra aérea menos desarrollada que requeriría de un cambio cultural: los residuos sólidos urbanos. En este ámbito, hay experiencias en pueblos pequeños. En la oriental provincia de Santa Fe, la localidad de Emilia, de 1.000 habitantes, tiene su propia planta de reciclaje de residuos orgánicos, ejemplificó.

Otras poblaciones de entre 3.000 y 7.000 habitantes han hecho la prueba. «En este caso, el talón de Aquiles está en la separación de basura orgánica y no orgánica. La gente está acostumbrada a desechar el residuo y se desentiende de la responsabilidad ambiental, entonces hace falta un cambio cultural que lleva tiempo», dijo Gropelli.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Publicado originalmente el 29 de agosto por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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