Mientras los hambientos en el mundo superan la cifra récord de 1.000 millones, el G8 sostuvo una suntuosa cumbre-gala en la cual se sirvieron 25.000 comidas a las elites de los países ricos.
La cumbre del 8 al 10 de julio, concluida con la Iniciativa de Seguridad Alimentaria de LAquila, generó una intensa cobertura mediática centrada en la promesa del G8 de aportar 20.000 millones de dólares para los programas de seguridad alimentaria y de desarrollo agrícola. Con detalles poco claros y con algunos de los fondos anunciados que parecen sacados de viejas promesas incumplidas y presentados como nuevos, esta iniciativa es una copia al carbónico de otras anteriores.
Las grandiosas proclamas sobre el combate contra el hambre se han convertido en un tema común en la agenda de las conferencias internacionales, especialmente desde la crisis de alimentos del 2000. Las soluciones propuestas, tal como la iniciativa de LAquila, se centran principalmente en estimular la producción agrícola a través de soluciones tecnológicas tales como la ingeniería genética y los insumos químicos y/o en remover restricciones a la oferta para asegurar el acceso a los alimentos a través de la liberalización del comercio.
Por consiguiente, el G8 reitera su continuado apoyo al libre comercio, a los mercados eficientes y el rechazo al proteccionismo, mientras que recomienda una ambiciosa, completa y balanceada conclusión de la Ronda Doha de negociaciones comerciales globales.
Pero afirmar que el libre comercio ayudará a resolver el hambre es un acto de flagrante amnesia política. En mayo pasado, Olivier De Schutter, el Informante Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a los Alimentos, subrayó de que modo los países ricos han usado su altamente subsidiada agricultura para conquistar mercados mediante la inundación de los países en desarrollo con importaciones agrícolas baratas, haciendo de ese modo que la agricultura de subsistencia pierda competitividad y sea financieramente inestable.
El peor impacto de la apertura indiscriminada de mercados se ha sentido en las áreas rurales, donde la agricultura es la principal ocupación para la mayoría de los pobres y la fuente de su poder adquisitivo. El incremento de las importaciones, que ha destruido medios de sustento, no ha incrementado la seguridad alimentaria. Los pobres simplemente no pueden permitirse comprar alimentos.
Además, las medidas previamente a disposición de los gobiernos para suavizar los efectos de la volatilidad de los precios -tales como la limitación de las importaciones y exportaciones, la administración de las existencias domésticas, el control de precios, los subsidios al consumidor y los sistemas de racionamiento- han sido criticadas por distorsionar el libre comercio. Las prohibiciones sobre exportaciones de alimentos impuestas en 2008 por alrededor de 40 países, incluyendo India, Egipto y Vietnam, fueron vistas como una amenaza para el libre comercio y acusadas de incrementar los precios agrícolas..
Como la primera Cumbre Agrícola del G8 del 2008, la iniciativa de LAquila aboga por una revolución tecnológica basada en los cultivos genéticamente modificados (GM), pese a que las promesas de alimentar al mundo con productos GM hasta ahora han demostrado ser vacías. Un informe de este año de la Union of Concerned Scientists que analizó casi dos décadas de cosechas de alimentos y forrajes GM en Estados Unidos, demuestra que la ingeniería genética ha fracasado en incrementar significativamente las cosechas de cereales. Mientras que un importante cultivo GM, el maíz Bt, ha logrado un incremento del 3-4% en las cosechas a lo largo de los 13 años en los que ha sido cultivado, este aumento palidece en comparación con los conseguidos por otros métodos en el mismo período, incluyendo los convencionales.
Otros estudios demuestran que los métodos agrícolas orgánicos y similares pueden más que duplicar las cosechas de transgénicos. Un estudio denominado Agricultura Orgánica y Seguridad Alimentaria en África, realizado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), halló que las prácticas agrícolas orgánicas y parcialmente orgánicas en África sobrepasan a las basadas en intenso uso de productos químicos, proporcionan beneficios ambientales y son más conducentes a la seguridad alimentaria en la región.
De hecho, los reiterados esfuerzos del G8 para mejorar la productividad agrícola por medio de tecnologías como la ingeniería genética sirven sólo a los intereses de las grandes corporaciones biotécnicas.
En la Cumbre Mundial de los Alimentos en 1996, los jefes de gobierno se comprometieron a reducir a la mitad el número de personas con hambre entonces 815 millones- para el 2015. La última cifra de 1.020 millones de hambrientos revela una crisis que está fuera de control. La necesidad de alimentar al mundo con una agricultura ambiental, social y económicamente sostenible nunca sido más urgente que ahora.
Si el G8 está realmente comprometido a terminar con el hambre, sus miembros deben detener el constante proselitismo a favor del libre mercado y las soluciones tecnológicas. Y lo que es más importante, un compromiso genuino requerirá el reconocimiento de la necesidad de los países en desarrollo de adoptar políticas agrícolas que satisfagan las necesidades de sus poblaciones, el derecho a realizar una reforma agraria que resguarde los derechos de los agricultores a la tierra, al agua, a las semillas y a otros recursos, de sostener los ingresos de los agricultores y que se consolide la seguridad alimentaria nacional.
En resumen, en lugar de promover versiones disfrazadas de sus fracasadas fórmulas de desarrollo, el G8 debe ayudar a los gobiernos de los países en desarrollo para que éstos puedan establecer o restaurar sistemas agrícolas sostenibles y flexibles. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Anuradha Mittal es la Directora Ejecutiva del Oakland Institute ( www.oaklandinstitute.org y
http://www.facebook.com/pages/The-Oakland-INstitute/89745521599?ref=ts )